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El Lamoricière
La última travesia del Lamoricière

El hallazgo de los restos del transatlántico francés hundido en Menorca en 1942 saca a la luz el drama vivido por los pasajeros

Tras 66 años reposando en el fondo del mar menorquín, un equipo de submarinistas dirigidos por el italiano Guido Pfeiffer ha descubierto los restos del trasatlántico francés Lamoricière. El hallazgo recupera la memoria del último viaje de este imponente barco, cuyo naufragio a 10 kilómetros de Favàritx terminó con un balance de 301 muertos y apenas 93 supervivientes.

La documentación que Pfeiffer ha recogido de la Compagnie Générale Transatlantique, propietaria del trasatlántico, de los archivos históricos de Marsella y Argelia (la ruta que cubría habitualmente el barco) y de los relatos manuscritos de tres supervivientes permite reconstruir el drama que el Lamoricière vivió en su última travesía. El barco partió de Argelia un 6 de enero de 1942. Se anunciaba temporal pero el trasatlántico era «grande y seguro» y contaba con un capitán con mucha experiencia. Llevaba consigo 122 tripulantes, 272 pasajeros y 4.700 toneladas de carga, buena parte de ella naranjas argelinas.

Originalmente había sido construido en 1920 para navegar con gasoil pero con la II Guerra Mundial, que necesitaba la mayor parte de combustible para tanques y aviones, el Lamoricière había sido modificado en 1940 para incorporarle motores de carbón y unas grandes compuertas en cubierta. Este cambio implicaba que de los 18 nudos que alcanzaba antes con gasoil, ahora navegaba a 11 nudos pero, en caso de temporal, su potencia apenas alcanzaba los 8 nudos, es decir, unos 14 kilómetros por hora.

Cuando remontaba hacia Marsella por el Canal de Menorca, ya llevaba 8 horas de retraso y se enfrentaba a un temporal con olas de hasta 11 metros. Aún y así, decidió virar hacia el norte de Menorca para socorrer al carguero Jumièges. Al llegar a las coordenadas del carguero, sobre las 3 de la madrugada del día 8 de enero, vieron que el Jumièges ya se había hundido. Atrapados en el temporal, el capitán del Lamoricière ordenó recuperar el rumbo pero entró agua por las compuertas de cubierta y se pararon dos motores.

Estaban a 30 millas del norte de Menorca cuando vieron que no podrían llegar a Marsella por lo que decidieron resguardarse en la costa sur de la Isla. Intentando girar el gran barco, de 112 metros de eslora, la tramontana pegó un golpe tan fuerte en el costado que la carga de naranjas se desplazó y el buque se escoró hacia un lado. Además, el agua que entraba apagó los motores restantes y el generador eléctrico, con lo que las bombas de achique no funcionaron. Ante esta situación, el capitán ordenó que tripulantes y pasajeros recolocaran la carga desplazada para que el barco se estabilizara pero todo fue inútil.

En la mañana del día 9 el Lamoricière iba a la deriva. A su llamada de socorro acudieron varios barcos franceses, entre ellos el Gouverneur Général de Gueydon. Este intentó lanzar un cable para remolcar al Lamoricière e incluso tiró aceite al mar para apaciguar las olas pero resultó en vano.

Sobre las 11 horas, el capitán ordenó evacuar el barco y se agrupó a todos los niños en un primer bote salvavidas. Mientras estaban bajando el bote, una fuerte ola rompió un cabo y todos los niños murieron al caer al mar. Ante semejante tragedia, el resto de pasajeros se tiraron a la fría agua. La mayoría perecieron ese 9 de enero pero los más afortunados pudieron agarrarse a las redes del Gueydon o fueron recogidos por los demás barcos.

Años después, los pescadores de Es Grau todavía recogían entre sus redes zapatos y juguetes pescando cerca de Favàritx. Son precisamente estos relatos los que permitieron a Pfeiffer localizar el pecio. Entre los pasajeros que fallecieron en el naufragio del Lamoricière estaba el matemático y criptógrafo polaco Jerzy Rosycki. Nacido en Ucrania en 1909, el joven fue reclutado para un curso de criptografía mientras estudiaba Matemáticas en la Universidad de Poznan. En 1933 ya trabajaba en la agencia polaca especializada en romper códigos cuando descifró, junto con sus compañeros Marian Rejewski y Henryk Zygalski, el famoso código secreto «Enigma» utilizado por el ejército alemán.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Rosycki trabajaba en un centro secreto de la inteligencia aliada conocido como Cadix, situado en el sur de Francia. Cuando embarcó en el Lamoricière, regresaba a Cadix tras pasar unos días de descanso en una sucursal del centro situada en las afueras de Alger. Junto a él viajaban otros dos compañeros polacos criptógrafos, Piotr Smolénski y Jan Gralinski, quienes también fallecieron en el naufragio cerca de Menorca.

‘Víctor’ desvelará los secretos del ‘Lamoricière’
El equipo de submarinistas empleará un nuevo robot para buscar la popa El equipo de submarinistas hispano-italiano dirigido por Guido Pfeiffer que ha descubierto a 156 metros de profundidad lo s restos del ‘Lamoricière’, el vapor francés hundido en 1942 a 10 kilómetros de Favàritx, realizará este verano nuevas inmersiones con tecnología puntera utilizada en investigaciones y rescates subacuáticos.

Los submarinistas emplearán por primera vez a ‘Víctor’, el nombre con el que han bautizado a un vehículo operado por control remoto dotado de pinzas especiales y varias cámaras capaz de descender a 400 metros de profundidad, aproximadamente cien metros más de la distancia a la que se calcula está la popa del barco, el único trozo (de unos 20 metros de longitud) que falta del malogrado vapor, que tenía en total una eslora de 112,7 metros y una manga de 15. El equipo mantiene que esta pieza se encuentra a 1,5 kilómetros de donde permanece el barco hundido.

“Los pescadores nos han marcado el lugar porque es una zona donde se capturan imperiales y serranos. El sonar ha detectado una gran roca en una zona llana, justo donde termina la plataforma de Menorca, a 285 metros de profundidad. Si es la popa, no habrá dudas, sus tres hélices son inconfundibles”, comenta Alejandro Fernández, médico especialista en tratamientos hiperbáricos que, junto al doctor Jordi Moya, forman parte de este equipo.

Hasta ahora, los submarinistas utilizaban en sus investigaciones a “Teo”, otro robot que sólo tenía autonomía para descender a 250 metros. Además, no dispone de la suficiente potencia para soportar las fuertes corrientes de hasta cinco y seis nudos que se mantienen constantes en las profundidades donde se encuentran los restos del vapor y, lo más importante, carece de los brazos articulados a modo de pinzas que sí tiene ‘Víctor’, útiles imprescindibles para poder maniobrar en el pecio, actualmente lleno de redes de pesca que arrastreros y langosteros se han dejado enganchadas.

Inmersiones
Fernández explica las dificultades que acarrea trabajar con un robot tan pesado en medio del mar, pero su empleo es vital para conocer más detalles y evitar riesgos. Así y todo, Guido Pfeiffer no descarta realizar una nueva inmersión personal hasta el oscuro lecho donde descansa el ‘Lamoricière’ utilizando mezclas de aire especiales.

Pocos buceadores pueden llegar a esas profundidades en mar abierto”, destaca. “Son diez minutos de fondo y tres horas de descompresión. Mucho riesgo cuando ‘Víctor’ puede hacer lo mismo con una autonomía de tres horas”, comenta Fernández, quien no obstante destaca que Pfeiffer ya efectuó el otoño pasado una incursión hasta los moribundos restos del vapor francés. “No pudo hacer fotos. Había mucho plancton en suspensión, fuertes corrientes y mucha oscuridad”, recalca.

Pero para llegar a ese día, el equipo de submarinistas empleó casi tres años de investigaciones. Fernández recuerda la inestimable colaboración de Josep Pons, un pescador de Es Grau, que contó a los expedicionarios cómo por la zona donde supuestamente se hundió el vapor había encontrado zapatos y restos de una barandilla.

También menciona las entrevistas mantenidas con algunos supervivientes del naufragio y que con su testimonio terminaron por escribir una página negra en la historia marítima francesa.

En el accidente murieron 300 pasajeros y sólo 93 personas lograron sobrevivir aquel fatídico 9 de enero de 1942, donde un temporal de ‘mestral’ abrió una grieta mortal en las carboneras del vapor de 4.712 toneladas construido en los astilleros de Newcastle (Inglaterra). El barco, dado de alta en la flota de la Compagnie Générale Trasatlántique francesa en 1921, cubría la ruta Marsella-Argel con un grupo de 16 niños de entre 10 y 14 años. También viajaba el matemático polaco Jerzy Rosycki, que en 1923 logró descifrar el famoso código secreto Enigma, utilizado por el Ejército alemán.

Fernández relata cómo los documentos, testimonios y legajos desvelaron después de 66 años el secreto del ‘Lamoricière’.Improvisación e ingenio en un hallazgo históricoEl día del descu brimiento de los restos del ‘Lamoricière’, el equipo de submarinistas constató las carencias técnicas con las que trabajaba y que fueron solventadas con la improvisación y el ingenio. “Atamos un cable de doscientos metros a una cámara de vídeo sobre la que no teníamos ningún control y no dejaba de girar”, explica Alejandro Fernández. “Primero vimos una gran roca y luego una caldera.

Era el barco”, añade. En sucesivas salidas, los expedicionarios mejoraron el equipo, no sin sufrir alguna pérdida. En una de las incursiones, la cámara de vídeo quedó enganchada en una de las redes de pesca que envuelven fantasmagóricamente el vapor. Después llegó ‘Teo’, el vehículo operado por control remoto, que facilitó imágenes del fondo marino y desveló de forma definitiva el buscado nombre del vapor que mostraba aún orgulloso en su imponente casco.

Pfeiffer, afincado en Menorca, prepara un amplio reportaje sobre el hallazgo del ‘Lamoricière que se publicará en julio en la revista “Sub”, de la que es director, y que también presentará próximamente en Menorca.

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