El Mediterráneo ha iniciado su blindaje ante lo que ya se contempla en Bruselas como una plaga de proporciones bíblicas. Once enclaves costeros de Italia, Túnez, Malta y España acaban de instalar una treintena de redes antimedusas, en una prueba piloto del proyecto Jellyrisk, financiado por la Unión Europea con 2,33 millones de euros.
Cala Jondal, en la isla de Ibiza, ha sido el lugar elegido por ocho trabajadores del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, tres biólogos, un oceanógrafo y cuatro técnicos responsables del proyecto, para instalar las dos primeras estructuras flotantes dentro de nuestras fronteras, que ocupan un frente de 200 metros lineales a lo largo de la costa.
El objetivo es dejar al otro lado las sopas de gelatina, o las nubes rosadas, o los claveles secos armados con filamentos que se desplazan caprichosos hasta tejer, en ocasiones en apenas unas horas, auténticas vallas electrificadas. A Europa le preocupa lo que el proyecto MedSea de L'Aquàrium de Barcelona cifró entre un 3% y un 10,5% de previsión de bajada de turistas en las regiones que no logren hacer frente a las plagas.
Paradójicamente, los responsables de la malla son los primeros detractores del proyecto, ya que a pesar de su sofisticación, no tiene el cien por cien de eficacia, y tendrá cierto impacto ambiental en la costa. De salida, rechazan la colocación de las mallas de forma indiscriminada en el Mediterráneo, como ya ha ocurrido en Ceuta o el mar Menor, donde intentos desesperados de la administración local por salvar la temporada turística han llevado a la instalación de redes de hasta 43 kilómetros de longitud, de escasa eficacia y al margen de la comunidad científica.
Las mallas del proyecto Jellyrisk, aunque ancladas al fondo marino, dejan un espacio para la circulación de los peces y el movimiento natural de los sedimentos, que se seguirá a través de cámaras de vídeo submarinas, que revelarán su efectividad.
El sistema de anclaje al fondo permite incluso a los trabajadores de los negocios de playa ser responsables de su cuidado o retirada, en los días de mucho oleaje. Si se cuidan bien, podrían llegar a durar varias temporadas.
La batalla contra estas criaturas marinas no será sencilla, considerando que algunas de ellas, como la especie Turritopsis nutricula, se ha revelado prácticamente inmortal. O que según la Universidad de Brown (EEUU), seres parecidos a las medusas hayan desbancado a las esponjas como el origen de la vida.
«Lo seguro es que llevan 700.000 años y que están preparadas para aguantar casi todo», explica la portavoz del proyecto en España Verónica Fuentes, que lamenta que todavía no hayan sido capaces de fabricar un modelo que prediga sus poblaciones y desplazamientos.
De momento, Jellyrisk ha desarrollado también Medjelly App, una aplicación para móviles que alerta de la presencia de medusas en las playas, ayuda a reconocer la especie y cómo actuar en caso de picadura.
La red no será la primera medida adoptada por España, donde muchas regiones han organizado brigadas de pescadores para recogerlas, una medida que en muchas ocasiones se limita a romperlas, dejando sus filamentos urticantes libres y activos.
Otra solución puesta sobre la mesa, y nunca mejor dicho, es que los europeos empecemos a comérnoslas al estilo de países como China o Japón. Su sabor se parece al percebe, pero lo cierto es que no acaba de cuajar en nuestros menús.
Se ha hablado incluso de repoblar las aguas con sus depredadores, las tortugas marinas, a las que según los biólogos condenaríamos a una muerte segura, ante la imposibilidad de encontrar un lugar dónde reproducirse.
Verónica Fuentes recuerda que, además de las tortugas, existen más de 200 especies marinas en nuestras aguas que se las comen, pero que han sido víctimas de la sobreexplotación pesquera.
Robots trituradores de gelatina
Corea del Sur ha desarrollado unos robots flotantes que trituran a una velocidad de 900 kilos por hora todo lo que se encuentran a su paso, aunque dejan una sopa orgánica que permite que se reproduzcan de nuevo. La plaga se ha puesto seria en Europa con la llegada de especies peligrosas, como la carabela portuguesa a la costa gallega, y otras nuevas a otras zona del globo, algunas del tamaño de bombonas de butano, cargadas con una nueva fórmula urticante y letal, con la descomunal Keesingia gigas de Australia. En el Bósforo forman inmensas bolsas blancas que dificultan la navegación. Y en Suecia, el pasado otoño, cerraron la central nuclear de Oskarshamn cuando las medusas obstruyeron las tuberías de captación del agua que refrigera los reactores.
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/09/06/5400c791e2704ed77d8b458c.html