La UA y el Instituto de Ecología Litoral desarrollan un proyecto pionero para reducir el impacto del buceo sobre el medio marino

El uso recreativo del mar puede causar en su ecosistema una serie de daños que, muchas veces, podrían evitarse con relativa facilidad. Hay ocasiones en las que el medio marino se resiente porque quienes disfrutan de él no son conscientes del impacto negativo de algunas de sus actuaciones. Es lo que ocurre, por ejemplo, con una práctica aparentemente inocua como el buceo. Unas nociones básicas sobre la vida subacuática serían suficientes para evitar alteraciones medioambientales que pueden llegar a ser irreversibles.
Bajo esta filosofía, un equipo de investigadores de la Universidad de Alicante (UA) y del Instituto de Ecología Litoral (IEL) ha desarrollado este año un novedoso proyecto denominado '¡Cuidado con tus aletas!' que persigue, a través de charlas informativas, divulgar entre los centros de buceo de la provincia de Alicante y de la costa de Murcia, los riesgos medioambientales inherentes a esta actividad deportiva.
La iniciativa, pionera a nivel nacional, surgió como consecuencia de un estudio realizado por ambos organismo sobre el impacto de las inmersiones acuáticas en uno de los parajes más visitados por los aficionados al buceo: la isla de Benidorm.
Conocida por la singularidad de sus paisajes submarinos, esta pequeña isla, situada a unas dos millas náuticas de la costa, es objeto de unas 12.000 inmersiones anuales entre los meses de junio y septiembre. En temporada alta, pueden darse concentraciones de más de 80 buceadores que coinciden a un tiempo en el mismo espacio.
El estudio que dio origen al proyecto analizó el comportamiento bajo el agua de un total de 400 buceadores, y el resultado de la investigación no dejó lugar a dudas. Entre otras anomalías, se constató que el 98 por ciento de los buceadores entra en contacto con el fondo o la pared rocosa con el consiguiente riesgo de dañar la fauna y la flora.
«El perjuicio que ocasiona un solo buceador puede ser bajo, pero el problema es el efecto acumulativo que se produce en lugares muy visitados», explica Carlos Valle, profesor de la UA y codirector del proyecto. Cuando alguien se apoya con las manos o golpea el entorno con las aletas, las rodillas o los codos, puede dañar o incluso destruir especies animales extremadamente frágiles y de gran belleza que, sin embargo, pasan desapercibidas para muchos buceadores.
No sólo peces
Según Santiago Jiménez, investigador del IEL y codirector de este proyecto de concienciación ambiental, la fauna marina no se compone sólo de peces. «Es habitual escuchar a los buceadores que una zona tiene más o menos vida en función del número y variedad de peces que nadan en su entorno. Y sin embargo, no es correcto. Hay especies animales de gran valor, como el falso coral rojo y las gorgonias, que mucha gente ni las conoce, ni las ha visto nunca, aunque estén presentes en su zona de buceo. Está claro que si no sabes lo que son no puedes tener cuidado con ellas», afirma.
Estas especies acuáticas tienen la apariencia de una planta cuando en realidad son estructuras calcáreas en las que anidan colonias de diminutos animales marinos. Ambos investigadores han constatado en su estudio que algunas gorgonias presentan tejido muerto en el 100 por cien de los ejemplares presentes en zonas de buceo, mientras que en los parajes acuáticos libres de esta práctica, el nivel de afectación es prácticamente inexistente.
Carlos Valle y Santiago Jiménez recomiendan en sus charlas mantener siempre una cierta distancia de seguridad respecto al fondo o la pared rocosa para evitar dañar, en particular, a estas especies tan delicadas.
Además de su fragilidad, tienen una baja tasa de recuperación, ya que su proceso de crecimiento es muy lento. Tardan décadas en alcanzar un tamaño que les dé cierta vistosidad.
Cámaras y linternas
La utilización de cámaras fotográficas y linternas multiplica además, según Santiago Jiménez, los riesgos de impacto. En el caso de las cámaras porque, para hacer una buena foto, el buceador busca puntos de apoyo que le den una mayor estabilidad, y en cuanto a las linternas, porque quienes las llevan suelen buscar cuevas y recovecos en los que se hace difícil no entrar en contacto con lo que les rodea.
Los golpes, muchas veces involuntarios, no son el único problema que sufren la fauna y la flora marina. Ambos investigadores alertan también de los efectos perjudiciales de la turbidez del agua provocada por el sedimento que se levanta del fondo cuando se aletea demasiado cerca de él. Si el agua está turbia con frecuencia, se alteran los aportes de oxígeno y de alimento que precisan muchas especies para sobrevivir.
Otra mala práctica relacionada con el buceo deportivo es la costumbre de atraer a los peces con comida. Según relata Carlos Valle, algunos clubs tienen la costumbre de repartir entre los buceadores, antes de cada inmersión, bolsas con alimentos que apetecibles para los peces. Así se aseguran que sus clientes no emergerán del agua sin haber cubierto mínimamente sus expectativas.
En el entorno de la Isla de Benidorm, se suelen llevar sardinillas para sacar de su escondite a las morenas y para que acudan los congrios. En otros lugares, como Cataluña, atraen a los meros con huevos duros o salchichas, y los peces acaban teniendo colesterol. Además de las alteraciones metabólicas, estos hábitos alteran su comportamiento habitual. Por ejemplo, si se acostumbran a relacionar al ser humano con comida, especies que no son peligrosas pueden llegar a serlo cuando acuden al lugar donde se encuentran los buceadores y no se les da nada.
El proyecto 'Cuidado con tus aletas', cuenta con un presupuesto de 15.000 euros aportados por la Fundación Mapfre. En su primer año de funcionamiento, se han programado charlas en un total de 15 centros de buceo de las provincias de Alicante y Murcia. Alrededor de 300 buceadores han participado hasta el momento en esta iniciativa que pretende tener continuidad en el tiempo para poder llegar al medio centenar de centros de buceo que hay en ambas provincias.
Formación medioambiental
La figura del instructor juega un papel fundamental para minimizar los efectos negativos del buceo, ya que el grupo que tiene a su cargo suele tomarle de referencia e imita su comportamiento. Sin embargo, su grado de conocimiento sobre la diversidad del medio marino, no suele ser demasiado elevado. «En general suelen tener mucha formación técnica, pero echamos en falta una mayor preparación medioambiental. Es como si contrataras a un guía para visitar un parque natural y sólo supiera llevarte por determinadas rutas pero sin tener ni idea de las especies que hay alrededor», señala Santiago Jiménez.
Las tasas de recuperación de la flora y la fauna afectadas por una mala práctica del buceo deportivo, varían. Cuando acaba la temporada de buceo, hay especies que logran recuperarse de un año para otro, pero hay algunas que no.
«En términos generales, en sitios donde se bucea mucho suele haber menos especies, más pequeñas y están más escondidas.
Además el paisaje se simplifica porque cada vez hay una menor diversidad», apunta Carlos Valle. Si esta tendencia no se frena, alerta. Tras los perjuicios medioambientales llegarán los económicos porque los buceadores acabarán yéndose a otros lugares más atractivos. «Al final, la probabilidad de repetición del usuario disminuye, por lo que el exceso de inmersiones acaba repercutiendo negativamente en las empresas que realizan su actividad en ese lugar de buceo», añade Santiago Jiménez. En este caso, como en otros, beneficio ambiental y económico van unidos.

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