Nueve de la mañana, un sol radiante y la mar como un plato. Un día perfecto para la primera inmersión de David. En cubierta sonríe y bromea con otros submarinistas novatos. Cuando el barco va llegando al lugar de inmersión, el instructor anima a los joviales alumnos que comiencen a ponerse el equipo. La excitación aumenta por momentos. David ya ha ajustado el cinturón de plomos y las correas de su chaleco, sobre su traje de neopreno de 7 mm, que ha comprado en una oferta increíble. Se siente como flotando y ... ¿qué raro?. ¡Con sueño!. Un miembro de la tripulación suelta el ancla. El barco fondeado acuna a los submarinistas con un suave vaivén de babor a estribor. David se encuentra algo mareado y no puede atender a las últimas indicaciones de su instructor. De repente los buceadores comienzan a entrar en el agua. David se sienta sobre la borda, su alto ritmo respiratorio resuena en el regulador, y siente una opresión nada agradable en el pecho y el estómago... se deja caer de espaldas.
El frescor del agua sobre su cara parece aliviar la extraña sensación, pero el suave vaivén de la superficie le hace recordar que todavía no ha pasado, busca el cabo del ancla e inicia la inmersión tal y como aprendió en el curso. A 12 metros de profundidad, sobre un pequeño arrecife, miríadas de peces reciben la visita de David, pero algo no va bien, sigue mareado y ahora el amargo sabor de las nauseas recorre su boca. Busca al instructor, inicia un tímido aleteo y de repente una arcada convulsiona todo su cuerpo. Para David, el océano ha desaparecido, todo está cubierto por el negro y frío pánico y emprende una furiosa ascensión, huida de la sensación de ahogo, a la superficie. Los eternos doce metros terminan en el límite de la lámina de agua. David escupe el regulador y vomita el desayuno, sus pulmones le arden. El instructor de a bordo y el de inmersión ayudan a subir a David al barco, donde se le da algo de agua y un chicle de biodramina. Una vez en el puerto, David desembarca mareado, pero, peor aún, con una sensación muy desagradable ... no volverá a bucear, nunca más.
David había recibido una instrucción completa, sabía que el regulador está diseñado para poder vomitar bajo el agua, como evitar el mareo, como comportarse ante una emergencia, entonces... ¿qué pasó?.
El buceo no es una actividad de naturaleza peligrosa por si misma, (no más que cualquier otra actividad deportiva o especialidad profesional), pero un alto porcentaje de accidentes en el buceo no se deben a defecto del equipo, condiciones climáticas, o condición médica del buceador, sino al pánico, y el porcentaje es del 40 %.
El pánico no sólo es experimentado por buceadores noveles, sino por experimentados buceadores profesionales. Si el pánico no aparece por desconocimiento del medio, ni por la presencia de grandes escualos en los alrededores, ¿a qué se debe?. El investigador Sweeny ha publicado unos trabajos de investigación en los que asegura que el principal motivo en los accidentes con muerte en el buceo se debe al pánico, y el segundo a embolia, producida por rápidos ascensos debido al pánico.
Es evidente que el estado psicológico del buceador es un factor a la hora de producirse la presencia del pánico, pero no es el único. Es más, un estado positivo y de autoconfianza no protege del enemigo número uno del submarinista: el miedo. El miedo irracional en buceadores aparece tras diversos estados físico-psicológicos. En el caso de David, el stress producido por la excitación del momento, el suave mareo del barco y la desagradable presión del traje le llevó a un estado de ansiedad justo cuando entró en el agua. En submarinistas el stress debido a múltiples factores (estado físico, equipo incómodo, etc.) se convierte en ansiedad con el ejercicio (aleteo continuo), y con un ritmo respiratorio acelerado o descompasado. Por eso, el estado de ansiedad no mejoró cuando David descendió por el cabo del ancla, sino que se transformó en un miedo irracional y le llevó a realizar un ascenso de 12 metros, afortunadamente sin graves consecuencias. La presión del traje de neopreno, probablemente demasiado estrecho, aumentó su ritmo respiratorio (un punto de strees). Pero es probable que las condiciones climáticas, excelentes, también hayan contribuido. El calor producido por el traje de neopreno (pensado para protegernos del frío y del medio ambiente) puede elevar la temperatura interna del cuerpo, lo que dispara el estado de ansiedad, el preámbulo del pánico, sobre todo si el agua está demasiado caliente (29ªC), como ocurre en aguas tropicales. Aunque lo contrario también se da. Bucear en aguas frías con un traje inadecuado puede producir un stress debido al frío que, tras unos cuantos minutos de aleteo submarino, se convertirá en un estado de ansiedad. Podemos, pues, concluir que a la hora de sumergirnos en el mar debemos luchar contra nuestro enemigo que no es otro que el stress.
Quizá los siguientes consejos ayuden:
- Un traje de neopreno cómodo que no nos "aplaste" la caja torácica, cuyo grosor nos proporcione la protección térmica adecuada, sin elevar la temperatura interna del cuerpo. En aguas tropicales quizás sea más lógico vestirnos con una delgada y cómoda licra.
- Un buen estado físico: sin sueño, sin catarros, sin cansancio, sin mareos, ... .
- Una buena disposición psicológica. Se asegura con un honesto test de una sóla pregunta: "¿Estoy lo suficientemente preparado y soy capaz físicamente de realizar esta inmersión?. Si la duda surge, sería bastante inteligente transformar un día de buceo en un paseo en barco.
La historia de David es una historia real.
* Artículo publicado en la revista Mundo Marino. En el número 11 de septiembre-octubre de 1998.