No es mucho lo que la ciencia actualmente conoce acerca de los habitantes de las profundidades que no se encuentran sujetos al fondo; su extraordinaria movilidad y el gran tamaño de algunos ejemplares hacen muy difícil que las redes y dragas de captura atrapen una representación significativa de esta biocenosis.

Las formas insólitas de las criaturas abisales, sin ningún parecido con las que podían pescarse en los dominios marinos de fácil acceso al hombre, determinaron que los animales de las profundidades fueran considerados como seres monstruosos sobre los que las gentes del mar han construido innumerables leyendas.

Las serpientes marinas de dimensiones gigantescas, las islas que no eran más que colosales cetáceos que destruyan, incluso con cierta perversidad, las frágiles embarcaciones de los navegantes de la Edad Media, los pulpos gigantes cuyos enormes tentáculos podían destrozar navíos y tripulaciones enteras no son sino botones de muestra de un sentimiento de terror hacia lo desconocido que, con una base en ciertos casos real, fantasea y mitifica.
Los únicos invertebrados sobre los que de manera especial se ha fijado la leyenda son los pulpos gigantes de tan frecuenta aparición en las novelas de aventuras.

Evidentemente, la arquitectura anatómica de uno de estos cefalópodos, con sus ocho largos tentáculos provistos de ventosas, inclina a imaginar ejemplares de descomunales dimensiones cuyo aspecto sería verdaderamente terrible. Por otra parte, los relatos de los pescadores de ballenas han venido constatando un hecho con cierta frecuencia. En las bocas y en los estómagos de los grandes cachalotes podían verse gigantescos brazos de cefalópodos que el cetáceo había ingerido y que parecían demostrar la existencia de formas de extraordinario tamaño.

Las investigaciones científicas llevados a cabo en época reciente vinieron a comprobar la existencia real de cefalópodos gigantescos, que, en oposición a la creencia generalizada, no eran pulpos sino calamares (llamados Crakens).

La captura de varios ejemplares de considerable tamaño demostró que estos calamares, del género Architeuthis, habitan las grandes profundidades, de las que emigran hacia regiones más superficiales en busca de alimento. Sus dimensiones, superiores a los diez metros del extremo del cuerpo al ápice de sus tentáculos, pueden llegar, según los restos obtenidos de algunos individuos, a rebasar ampliamente los treinta.

La pared de su cuerpo, gruesa y musculosa, favorecen extraordinariamente el ascenso y descenso en la columna de agua marina sin que apenas influyan las grandes diferencias de presión que separan la superficie del fondo. El tamaño y los hábitos predadores convierten a estos animales en verdaderos dueños y señores de la profundidad., para los que no resulta problema medir sus fuerzas en encarnizados combates con poderosos cachalotes.

La presencia de fragmentos de tentáculos en las bocas de los cetáceos, los restos de bocas en sus estómagos y las cicatrices que presentan en su piel, son prueba de estas titánicas luchas entre los dos colosos marinos. Los fondos marinos, las misteriosas regiones donde la luz disminuye y se hace ausente, poco a poco van perdiendo su misterio.

Falta, sin embargo, un largo camino a recorrer para llegar a comprender y estructurar perfectamente la vida en los dominios abisales, los más recónditos e ignorados enclaves de todo el plante azul.