Para algunos, la misión viola lo que se acordó el año pasado en el seno de la ONU.

De nada valieron los esfuerzos de Miriam Mayet, directora del Centro Africano de Bioseguridad. El miércoles zarpó de Ciudad del Cabo el buque investigador alemán Polarstern, dispuesto a realizar en aguas antárticas un ambicioso experimento de goeingeniería que evaluará la eficacia de la técnica OIF, fertilización del océano a base de hierro.

El problema no es, para muchos, que el experimento sea viable o no: se trataría de una violación flagrante a una moratoria internacional acordada el año pasado por los 191 firmantes de la Convención de Diversidad Biológica de las Naciones Unidas.

Medio centenar de científicos (29 de la India, 11 alemanes y diez de Italia, España, Chile, Francia e Inglaterra) anclarán en un lugar aún no determinado del Mar de Scotia, situado entre la punta sur de Argentina y la Península Antártica, al sur de las Malvinas.

Ahí el Polarstern sembrará, en una superficie de 300 kilómetros cuadrados, 20 toneladas de sulfuro de hierro. Esas aguas meridionales son ricas en nutrientes pero pobres en hierro, de modo que ese tesoro caído del Polarstern deberá traducirse en un crecimiento explosivo del fitoplancton.

Estas algas microscópicas, al crecer tomarán dióxido de carbono del aire para convertirlo en compuestos de carbono, como los carbohidratos. Pero después de la locura del nuevo nutriente, el fitoplancton morirá masivamente y se hundirá en el mar.

La duda está en qué ocurrirá luego. Si Murphy hace de las suyas y los restos de estas algas microscópicas se reciclan cerca de la superficie, se habrá demostrado que la técnica no funciona.

Pero si las cosas salen bien, los restos del fitoplancton se hundirán más y más en las frías aguas del Atlántico sur. Si se hunden a unos 500 metros, los cálculos dicen que al ser liberado el CO2 tardará un siglo en volver a la superficie. Si se hunden a profundidades del orden de un kilómetro o más, que sería lo ideal, ese CO2 estaría capturado en el mar durante varios siglos.

Los miembros de la expedición LOHAFEX (término formado por “loha”, la palabra india para hierro, más “fex”, experimento de fertilización) estarán dos meses monitoreando la zona, para determinar con la mejor precisión posible qué ocurre con los restos de fitoplancton.

No es la primera investigación de su tipo: se han hecho cinco experimentos parecidos en los últimos 15 años, con resultados muy prometedores. El nuevo estudio, que costará cerca de dos millones de dólares, sería una ganga si ofrece los resultados que esperan sus promotores, encabezados por el alemán Instituto Alfred Wegener de Investigación Polar y Marina y por el Instituto Nacional de Oceanografía de India.

Las estimaciones son en verdad prometedoras. Los cálculos dicen que de funcionar bien, la técnica aplicada en los mares del sur podrían remover de la atmósfera, cada año, hasta un billón de toneladas (una gigatonelada) de CO2, ayudando así a mitigar el calentamiento global.

Este volumen inmenso es alrededor de la séptima parte de las emisiones globales de CO2.

El profesor S. Naqvi, principal científico indio en la expedición, dijo que el grupo aspira a “lograr una comprensión más profunda de la técnica” y que para ello están mejor equipados que todos los equipos anteriores. “Pero la cuestión central, el destino de la materia orgánica producida por la fertilización con hierro, todavía no se decide. No está claro si este material es reciclado en la capa próxima a la superficie o si una fracción sustancial es transportada a lo profundo del mar”.

Para otros, el problema no es el experimento. Jim Thomas, del Grupo ETC, dijo que “si el experimento LOHAFEX sigue su curso, será un abierto desacato a la Convención de Diversidad Biológica de las Naciones Unidas”.

Y Mayet, que procuró atajar la expedición en Sudáfrica, admitió: “Nos tomó por sorpresa este flagrante desdén por la ley internacional”.

Otros observadores esperan que se repitan experimentos como el LOHAFEX. El estímulo está en los mercados de créditos de carbono, que se estima podrían llegar a intercambiar cada año más de 100 mil millones de dólares.

Claves

Desacuerdos

• El año pasado, la Convención de Diversidad Biológica de la ONU acordó una moratoria a los estudios de fertilización oceánica hasta que haya regulación y controles confiables.

• La convención sólo aceptó experimentos de pequeña escala y en aguas costeras. LOHAFEX no es de este tipo y tampoco está cerca de una costa.

• Pero sus organizadores se basaron en otro cuerpo de la ONU, la Convención de Londres, que el pasado octubre votó por permitir “investigación científica legítima” sobre el tema, sin restricciones de tamaño o ubicación.