La exposición internacional sobre el Titanic, estará en Madrid próximamente, y desde la entrada los visitantes percibirán el glamour del mal logrado buque, recibiendo una entrada como los que emitió en su último viaje el HMS Titanic.
Embarcamos en el Titanic para evocar, noventa y seis años después, su viaje inaugural. Es el 10 de abril de 1912 y nos disponemos a descubrir la historia de un trasatlántico considerado en su época como insumergible, pero que se hundió en menos de tres horas tras chocar contra un iceberg.
La exposición «Titanic. The Artifact Exhibition», que ya ha sido visitada por 18 millones de personas en todo el mundo, llega por fin a España gracias a RMS Titanic Inc. Esta compañía ha realizado siete expediciones en las que se han recuperado más de 5.500 objetos, 230 de los cuales se exhiben en la muestra que llega a Madrid.
Comenzamos el viaje adentrándonos en la oscuridad del fondo marino para descubrir no sólo los objetos que viajaron en el buque, sino también la memoria de algunos de los pasajeros que aquel fatídico 14 de abril vivieron la tragedia en pleno Atlántico Norte.
Así, el sumergible con el que se realizan las expediciones ocupa un lugar de honor en la primera sala, que reúne desde una jarra de vidrio azul hasta sobres de seguridad, pasando por zapatos, pinzas de ropa, reposabrazos de bancos de cubierta y varias ollas y cacerolas en las que se realizaban 62.000 comidas por travesía. También se exhiben, recreando su localización sobre la arena, una serie de fuentes para horno, además de un trozo del casco del barco que los visitantes pueden tocar.
Entre pieza y pieza, el público podrá también descubrir la historia de su diseño y construcción gracias a paneles informativos situados en las paredes de la sala. Dónde se construyó, cuánto se tardó o el número de trabajadores que participaron son algunos de los datos que se muestran.
Seguimos este viaje resonando en nuestros oídos los silbatos de las chimeneas del Titanic, que zarpaba minutos antes del mediodía del miércoles 10 de abril de 1912. Comenzaba así una leyenda en la que descubriremos también cómo era un camarote de primera clase y otro de tercera gracias a una recreación, que convive con restos de un lavabo abatible, una jabonera, baldosas del suelo, joyas, botellas de vino y champán sin abrir, naipes, una pipa para tabaco...
«¡Iceberg justo delante!»
Y llegamos al puente de mando, donde nos recibe la historia de la tripulación y del vigía Frederick Fleet, quien tocó tres veces la campana y avisó con un «¡Iceberg justo delante!». Y eso es lo que encontraremos: un trozo de hielo de 8 metros que podremos tocar mientras descubrimos historias sobre heroísmo y humanidad.
Con el agua a 2 grados bajo cero, sólo 705 personas sobrevivieron, frente a los 1.523 perdidos. Comienza entonces a forjarse la memoria de todos ellos gracias a las piezas recuperadas. Así, la exposición nos acerca la historia de Adolphe Saalfeld, un fabricante de perfumes que viajaba con un maletín con 65 muestras -se han recuperado 62 que el visitante aún puede oler- y la de la joven pareja madrileña en viaje de novios, Víctor y María Peñasco Castellana.
De unos jóvenes ricos y enamorados pasamos al maquinista alemán Franz Pulbaum, del que se recuperó su diccionario alemán-inglés, o al obrero inmigrante William Henry Allen. Son sólo una pequeña muestra de las vidas de algunos de los 2.228 pasajeros de un barco legendario que partió de Southampton y nunca llegó a Nueva York...