Las embarcaciones reciben 2.500 dólares por evitar colisionar con los cetáceos y de paso disminuir la contaminación ambiental

Que California es pionera en la protección del medio ambiente no parece dejar ninguna duda con medidas como la que se ha puesto en marcha este verano en la costa del Pacífico. Los barcos son compensados económicamente con 2.500 dólares por reducir su velocidad al entrar en un santuario marino y así evitar no colisionar con estos cetáceos. Es una de las principales causas de la muerte de docenas de ballenas azules, jorobadas y de aleta que, en su periplo migratorio desde aguas del Golfo de México a Alaska, cruzan cada año la costa de California.
La medida comenzó implantándose en el mes de julio en los puertos de Los Ángeles y Long Beach, donde el 90% de las compañías que operan en ambos lugares se han sumado al programa, que consiste en aminorar la velocidad a menos de doce nudos (el equivalente a 22 kilómetros por hora).
Normalmente la velocidad de entrada a los puertos varía entre los doce y dieciocho nudos, un escollo mortal para los cetáceos que no pueden maniobrar con la suficiente rapidez como para esquivarlos. Durante más de quince años ha sido la causa de la muerte de muchas ballenas, una especie a la que se trata de proteger y evitar su extinción como casi estuvo a punto de suceder a finales del siglo XIX y principios del XX, víctimas de la caza masiva.
A principios de 2011 se formó una coalición de grupos medioambientalistas que comenzaron a promover una campaña de concienciación en torno a la necesidad de limitar la velocidad de los barcos a 10 nudos (17 kilómetros por hora) a la entrada de los cuatro santuarios marinos de California (Monterey Bay, Channel Islands, Gulf of the Farallones y Cordell Bank) para salvar a las ballenas. La idea era que la administración federal implantara regulaciones y tomase cartas en el asunto.
Cuatro años después la campaña ha dado su fruto por una vía alternativa, al margen de los cauces oficiales. A los puertos de Los Ángeles y Long Beach, dos de los más transitados del mundo por barcos de carga, se ha unido Santa Bárbara. Hasta finales de de octubre estará vigente el limite voluntario de velocidad de los barcos que, además de proteger a las ballenas supone la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

“Poca gente es consciente que los barcos que navegan por nuestra costa, especialmente los que se mueven a gran velocidad, son un riesgo para las amenazadas ballenas y que generan contaminación atmosférica”, explica Kristi Birney, repressentante del Environmental Defense Center, uno de los grupos ambientales que ha puesto en marcha el programa en Santa Bárbara.
Un estudio reciente de la Universidad de California, Riverside, muestra que las emisiones de dióxido de carbono se reducen a la mitad cuando los barcos disminuyen su velocidad por debajo de los doce nudos.
“Estamos muy contentos con la respuesta tan positiva que la industria naval esta dando. Los resultados son por vía triple: Se protege la vida marina, el medio ambiente y el comercio naval”, comenta Chris Mobley, superintendente de Channel Islands Nacional Marine Sanctuary.
El programa está financiado por fundaciones nacionales y locales, entre las que se encuentran el National Marine Sanctuary Foundation, encargada de proteger los santuarios marinos y la salud de los océanos, y el Environmental Defense Center, para la defensa del medioambiente.
Su implantación coincide con el mayor avistamiento de ballenas que está teniendo lugar en California este verano, especialmente en Big Sur y Monterey Bay. En los 28 años que lleva investigando el comportamiento de las ballenas en esta zona, la bióloga Nancy Black nunca había visto tan masiva concentración de ballenas jorobadas.
Propietaria de Monterey Bay Whale Watch, una flota de barcos en el puerto de Monterey que no da abasto a cubrir la demanda de los miles de curiosos que desean adentrarse en el océano para ver de cerca de las ballenas, Black estima que “ahora mismo unas 2.500 ballenas jorobadas se mueven entre las costas de México y California, un incremento notable en proporción a las 400 que existían hace tres décadas”.
“En el último viaje que hicimos vimos 55, pero incluso desde la misma costa es posible avistarlas”, dice. En la Highway 1, la autopista que recorre la costa californiana de norte a sur, a su paso por Big Sur, se está convirtiendo en un hábito aparcar el coche y asomarse a los acantilados del Pacífico para contemplar los chorros de agua que lanzan al aire las ballenas, todo un espectáculo que nadie quiere perderse.
Ya en el mes de noviembre del pasado año comenzó la concentración masiva de ballenas atraídas por el inusual festín de anchoas que nueve meses después no parece tener fin.

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