L'Illa Grossa, la principal del archipiélago de las Columbretes y la única habitada por seres humanos, es como un bumerang flotando en el mar. Cuatro biólogos se van turnando en periodos de dos semanas para cuidar y estudiar la fauna y la flora así como para atender a los visitantes.

Hoy es miércoles. Lucía tiene su bolsa preparada para la llegada del barco con el relevo que viene de la Península. Ya se ha despedido de Garbancito, la gaviota más popular de la isla, y de las lagartijas. Está contenta por regresar a casa pero al mismo tiempo le da pena dejar el paraíso que es para ella la isla. Lleva ya tres años haciendo este tipo de vida, dos semanas en la isla, y un periodo similar en casa, en la península.

La jornada de Lucía y de sus compañeros se divide entre el trabajo que realizan como biólogos, de cuidar, observar, censar las aves que buscan refugio en las Columbretes y recibir a los visitantes, muy pocos durante el invierno, pero que se transforman en avalanchas durante los meses de verano. Entonces tienen que emplearse a fondo para que nadie abandone el camino de cemento ni asuste a las gaviotas. Es un ecosistema muy frágil y ellos no se descuidan para que alguien incumpla las normas que son muy estrictas. Por ejemplo, no se puede ni dormir ni comer en la isla. Tampoco está permitido hacer fuego, ni dejar ningún residuo. No dudan en regañar al visitante que de manera consciente, o de forma involuntaria, saca un pie del camino o que eleva el tono de voz más de lo que sería prudente hacer en una catedral. Por supuesto, no se puede recoger piedras, ni plantas, ni restos de animales. Tienen razón, las Columbretes son un santuario de la naturaleza. Aquí lo más importante son las gaviotas, las pardelas, los cormoranes y otras aves como los halcones. Muchas de estas aves utilizan el archipiélago para descansar en sus migraciones. Los biólogos que se turnan en la isla mayor han llegado a identificar hasta más de 230 especies diferentes a lo largo de un año.
Observando estas reglas y cumpliendo determinadas condiciones se puede visitar la Illa Grossa, a la que se llega en barcos turísticos desde Castellón de la Plana o desde Oropesa del Mar. Las lanchas que llevan a los visitantes tardan una dos horas en recorrer las casi 30 millas naúticas que las separan desde la Península (algo más de 50 kilómetros). Los yates particulares pueden fondear en la bahía que forma el antiguo cono volcánico o en la costa oeste de la parte exterior de la isla, cuando sopla mucho levante, siempre y cuando quede alguna boya disponible pues lo que está absolutamente prohibido es utilizar el ancla, para no dañar los fondos.
Una vez en tierra, tras acceder a la isla por un primitivo y algo peligroso embarcadero, se puede hacer un recorrido guiado hasta el faro, situado en la cima del llamado monte Colibre, a 67 metros sobre el nivel del mar. Nadie puede ir hacia el sur de la isla, territorio dónde sólo entran los biólogos encargados de proteger fauna y flora.
Un doble encanto

El recorrido por la isla tiene un doble encanto. Por un lado, estamos en un parque cuya finalidad es la conservación de la naturaleza. Por otra parte, las Columbretes es un archipiélago remoto, casi desconocido para la mayoría de la sociedad española, en el que te sientes perdido en medio de la nada, un lugar al que casi nadie va dos veces.


El paseo, que dura entre una y dos horas, se realiza en grupos reducidos, siempre acompañados por los monitores o los guardas, y no se puede superar un número determinado de personas que estén al mismo tiempo en tierra. En invierno no hay problema, la mayoría de los días no llega nadie, pero en los meses de verano los barcos van llenos.

En la isla se disfruta de un paisaje extraordinario, de las aves que se acercan con la confianza de saber que están en territorio amigo, igual que algunas lagartijas que se tumban al sol, y hay también una exposición en la que se descubre la historia del archipiélago y de la presencia humana. Lo más curioso es el faro que funciona desde 1860. Ahora está automatizado pero hasta el año 1975 era necesaria la presencia de los fareros. Como las estancias eran largas, algunos vivieron allí con sus familias. Un pequeño cementerio conserva los restos de algunos de aquellos habitantes de la isla que tiene una superficie de 14 hectáreas (el total del archipiélago suman 19 hectáreas).
Las Columbretes han sido también campo de maniobras del ejército español y del estadounidense. El objetivo preferido era el orificio natural que existe en el islote de la Horadada, quizá para ver si eran capaces de atravesar el agujero que se abre en sus empinados farallones y donde hoy todavía se pueden apreciar algunos restos de los proyectiles.
Espacio Red Natura 2000

Ahora ya no ocurren estas cosas y nada asusta a Garbancito ni a las otra aves en este lugar que forma parte de la Red Natura 2000, declarado además zona de especial protección para las aves (ZEPA). El archipiélago de las Columbretes fue protegido por la Generalitat valenciana en el año 1988 bajo la figura de parque natural.

Además de las aves, la flora de las Columbretes tiene también mucho interés. Igual que en otras islas se ha producido un fenómeno de “especiación” pues los seres vivos se ven privados de los mecanismos de dispersión que les asegura el flujo genético procedentes de otras poblaciones.

Lo árido y escaso del suelo y superficie, las tempestades invernales, la mucha insolación y la elevada salinidad determinan que sólo las plantas capaces de adaptarse a estas duras condiciones han logrado aclimatarse. En las islas no hay ninguna especia arbórea, es impresionante no ver ni un solo árboles, apenas unos lentiscos que no pasan de arbustos. Entre las plantas destacan dos endemismos: el mastuerzo marítimo (Lobularia marítima ssp. Columbretensis) y la alfalfa arbórea (Medicago citrina), muy bien adaptadas a las duras condiciones imperantes.


Hay una decena de especies de insectos exclusivas del archipiélago, la mayoría escarabajos tenebriónidos como Alphasida Bonacherai o Tentyria pazi, aunque también hay una especie endémica de caracol. De todas formas, la especie terrestre más popular es la lagartija de las Columbretes (Podarcis atrata) que mantiene cuatro poblaciones aisladas en otros tantos diferentes islotes. Una curiosidad de estas lagartijas es que se han hecho caníbales. Los ejemplares adultos suelen comerse los huevos y las crías, como una forma de controlar la superpoblación.
De víboras y piratas

Una de las curiosidades de las Columbretes es que existen numerosas referencias bibliográficas sobre la abundancia de víboras que lo hacían inhabitable y ni siquiera los piratas querían buscar refugio en ellas. Ya no existen las culebras que dan origen al nombre del archipiélago. El único animal peligroso que queda son los escorpiones amarillos (Buthus occitanus).
También se puede practicar el submarinismo y disfrutar de unos fondos y unas aguas de una extraordinaria belleza y con un elevado nivel de conservación. Debido a su condición de reserva marina está absolutamente prohibida la pesca por lo que abundan los meros, las corvinas y muchas otras especies que nadan confiados. Las islas son también zona de paso de barracudas, peces luna, delfines e incluso algunos cetáceos. Lucía afirma que este año todavía no han avistado ningún delfín ni a los rocuales comunes que antes hasta se acercaban a las costas y hay quien asegura que las razones de esta anomalía son las prospecciones de petróleo y gas que se realizan en lugares no demasiado lejanos.

El nuevo equipo de cuatro personas ha llegado ya a la isla, portando con ellos todo que le van a necesitar en las próximas dos semanas, incluida el agua que van a beber. Un sistema de aljibes recoge el agua de la lluvia que les sirve para lavarse, este año bajo mínimos debido a la tremenda sequía que ha sufrido el levante español esta primavera y que hace temer que las reservas no duren todo el verano. Lucía ya está en el barco que les lleva a Castellón. Antes de salir de la bahía, circundada por farallones y chimeneas de basalto negro, echa un último vistazo al paisaje y dice adiós a las aves.

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