FOTOGALERÍA: Australia submarina
Cuando el cangrejo Sebastián cantaba las bondades de la vida bajo el mar a la sirenita no andaba desencaminado. El mundo terrestre parece aburrido después de dar vueltas por la Gran Barrera de Coral; el mayor arrecife de coral del mundo, visible desde el espacio. Aquí reina una calma que depende de tus aletas y de lo acompasado de tu respiración. Bueno, también de las miles de especies marinas que viven por y para esta abismal formación viva. Verlo era uno de los objetivos claros de nuestro viaje.
¿Se puede decir que la conoces? Ni en toda una vida. En una visita podrás rastrear solo algunas decenas de metros de coral de sus más de 2.300 kilómetros de largo. Y, sin embargo, será suficiente para toparte con más especies de las que puedas imaginar conviviendo en armonía: 1.700 tipos de peces, 3.000 variedades de moluscos, más de un centenar de especies de tiburón y rayas, 600 tipos de coral o una decena de animales en peligro de extinción, como la tortuga verde o el dugongo. Un tentador vecindario para cualquier amante de la naturaleza. Cómo resistirse entonces, cuando estás en el puerto australiano de Cairns, a la historia de los peces imposibles acariciándote con sus aletas.

Lo cierto es que cuando luego llegas allí nada te acaricia, porque en realidad nada te hace caso a menos que molestes. Por molestar, podrías molestar a tortugas marinas, anémonas, almejas más grandes que tú, serpientes marinas o peces payasos... todas ellas especies que nosotros vimos en una sola mañana. Aunque claro, de hacerlo no merecerías estar en la Gran Barrera de Coral. No se va a eso.
Llegar es fácil, una abrumadora cantidad de agencias de viajes se ofrecen a llevarte en barcos tan rápidos como mareantes, en excursiones que duran una mañana o una semana. Su negocio se basa en exprimir la vida útil de los materiales o en hacer el paripé dándote un cacho de pan para los peces que hasta podrá ser mejor comida que el catering ofrecido a bordo. Pero también es cierto que la mayoría son profesionales preocupados por la conservación de ese mundo submarino de violetas, rojos, verdes hierba, ocres patata o azules celestes dignos de un viaje alucinógeno. El impacto del turismo (y de la industria minera) innegablemente afecta, pero la conciencia ecológica australiana lo limita.

Las opciones para llegar son tan diversas como los corales; Cairns vive para la Gran Barrera. Se puede sobrevolar en helicóptero (para ver, por ejemplo, el arrecife corazón), alojarse en alguna de las islas del arrecife o viajar en barcos con suelo de cristal. No zambullirse es dejar la sorpresa en la línea del horizonte. Se distinguen tres niveles, partiendo de la regla de que los baratos van a los lugares más explotados:
Para quien no quiera bucear, el snorkel. La biodiversidad a medio metro de la superficie no tiene nada que envidiar a la de las profundidades, con el añadido de que, al haber más luz, se distinguen mejor los colores. En mar abierto, cada pequeña corriente te aleja del barco, y los atentos socorristas no cesan de llamar la atención a los tubos que investigan despistados a ras de las olas.
Para quien nunca ha buceado, pero quiere probar, un bautismo. La profundidad que se alcanza no pasa de la decena de metros. Pese a que la novedad del medio, la sensación y la inquietante posibilidad de que tus tímpanos revienten puede poner nervioso a más de uno, es inevitable disfrutar del ecosistema submarino una vez se controla la técnica básica.
Para quien ya tiene experiencia como buceador. Los distintos barrios de la Gran Barrera están salpicados de puntos de inmersión. Desde expediciones con decenas de turistas a grupos reducidos, inmersiones nocturnas, de gran profundidad, atravesando cuevas submarinas, entre tiburones, mantas... y si tienes mucha suerte, hasta una tortuga marina gigante.
Para disfrutar como un submarinista, visita la FOTOGALERÍA.




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