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Tema: - A veinticinco metros bajo el agua.

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    Predeterminado - A veinticinco metros bajo el agua.

    Hola a todos. Me llamo Nicolás y tengo 15 años. Vivo en Gran Canaria y no hace mucho que empecé a practicar este deporte. Mi afición al mar y el vivir en una isla incentivaron aún más mis ganas de probar nuevas SENSACIONES bajo el mar. Con tubo o botella, con aletas o sin ellas, armado con mi cámara o únicamente con mis ojos, intento cada vez que puedo, darme una escapada al gran azul.

    Estas que os cuento a continuación son mis pequeñas historias de buceo. Mejor o peor contadas, espero que les hagan recordar sus maravillosos primeros momentos en esta fantástica afición que nos une.

    A veinticinco metros bajo el agua.
    ________________________________________
    Empezaba un nuevo, día. Eran las ocho y media de la mañana y acababa de ser despertado. Fui a lavarme la cara y a coger las cosas que debía llevar al lugar de la inmersión, al Cabrón. Tales cómo una toalla, unos calzoncillos y la cámara que el día anterior había sustraído de la habitación de mi tío. Hoy me apetecía sacar algunas fotos por allí, me parecía un sitio muy bonito para hacerlo.

    Con la bolsa llena de lo que necesitaba fui acompañado de mi padre hasta el coche. Las cajas con los materiales y las dos botellas ya estaban. No sé cuando las puso pero ya estaba todo preparado para salir.

    Paramos en la primera gasolinera que vimos, sin salir todavía a la autopista y compramos allí una Coca-Cola para mi padre, cosa que no me gusta nada que se beba antes de la inmersión, una botella de agua sin gas y fría y una chocolatina para mí.

    El hecho de que fume y beba bebidas con gas antes y en medio de una o varias inmersiones es un hecho que odio, preferiría que no lo hiciera, pero uno nunca sabe lo adicto que puede ser algo hasta que no puede dejar de probarlo.

    Ya completamente listos partimos hacia nuestro destino, la playa del Cabrón. Nombre que se le dio por un conquistador. Pero que también se le habría podido poner, y muy tranquilamente, por su “camino de cabras” como carretera o por su viento. El cual no te dejaba oír más bien nada y casi me movía más que mis propios pasos.

    Camino hacia allí intenté tomar algunas instantáneas, pero no salieron bien. El cristal y el hecho de estar en movimiento no me dejó sacarlas bien. También intenté tomar algunas durante la carretera de acceso al Cabrón, pero creo que ese movimiento del coche y otra vez el querido cristal no favorecieron en nada para una buena foto.

    Antes de empezar a bajar mi padre vio el mar muy picado, y decidió llamar a Oli, pero este no cogía el teléfono, seguramente por estar en ese momento bajo el agua. Ya que no lo cogía, y aún viendo el estado del mar mi padre decidió continuar hasta el final.

    Cuando llegamos parecía no haber nadie, nadie de los que siempre van allí con nosotros. Cómo la pareja de casados, la de amigos, y Ulises, el solitario. Pero si estaba Oli, o por lo menos su coche.

    Salimos del coche casi sin querer, ya que fuera era difícil permanecer con los ojos abiertos con tanto viento y arena en él. Justo saliendo del coche me pareció ver a Pedro, y como no era él. También vi a Nandu, pero al no conocerlo, no lo saludé.

    Hablé un poco con Pedro, sobre el mar y diversas otras cosas, y me dijeron que ellos se iban para Sardina. Yo también esperaba irme ya que veía el mar y no me tranquilizaba nada. Pero en su defecto, podía ser un muy buen método de aprendizaje.

    Ellos se fueron, y llegó la pareja del curso, pero sólo ellos. Al parecer los otros ya habían aprobado. Aquí sólo estábamos los que nos había resultado más difícil algo, cómo las gafas. Esos éramos Alicia y yo. Mi padre e Iñaki eran complementos a la carga.

    Después de un pequeño rato de espera salió del agua Oli. Con él salió un conocido del curso, un hombre del cual incluso después de la inmersión desconozco el nombre y que nos acompañaría durante ella.

    Hablamos sobre el estado del tiempo, pero Oli dijo que parecía más de lo que era, y que perfectamente nos podríamos meter.

    Dicho y hecho, empezamos ipso facto a montar nuestros equipos. Yo tuve problemas para con la junta del chaleco y al regulador. Pero Oli supo arreglarlo en un momento. Montando el equipo mi padre se entrometía en todo, cosa que me molesta, pero que lo hace con su mejor intención.

    Ya estábamos vestidos, y quería sacarnos unas fotos, pero las llaves las tenía Oli. Ya que él se las lleva en una caja estanca la mar de preciosa. Bajamos por esa empinada cuesta y nos preparamos para meternos en el agua. En ese momento apareció una pareja con los chalecos salvavidas y trayendo una piragua con ellos, Oli me dio sus aletas y fue a ayudarlos, junto con él, su compañero de inmersión y un inglés, y digo inglés por sus características físicas (color de pelo y piel, forma de hablar, etc.)

    Al principio pensé que era una emergencia, que se habían caído o alguna cosa por el estilo. Pero luego vi que era sólo para ponerse a salvo de las corrientes, y que por eso tenían que tirarse. No vaya a ser que se dieran contra unas rocas.

    Como siempre yo era el primero en entrar. Me coloqué las aletas, tras unos cuantos resbalones intenté meterme en el agua. El compañero de Oli ya estaba allí y me esperaba. Así que inflé el chaleco cansado de ponerme y aguantar el equipo y partí hacia el agua.

    En ese punto siempre, pero siempre me termino cayendo. Pero esta vez fue especial, me caí con todo ese peso sobre la rodilla izquierda, y me dolió durante casi toda la inmersión. Bueno, ahora mismo, muchas horas después casi no lo aguanto.

    Tras el dolor inicial me metí en el agua y nadé hacia un lugar seguro. Allí el compañero de Oli me dijo que me agarrara a su botella. Todos hacían lo mismo, se agarraban al último. Ya cuando sólo quedaba por sumergirse Iñaki y Oli, el compañero de este nos llevo un poco más adentro, hacía “el agujero”, lugar dónde empezaríamos la inmersión.

    Todos juntos pero no revueltos empezamos a descender, me impresionó la tranquilidad y soltura con lo que lo hice. Parece que ya controlo un poco y me alegré mucho por ello. Hoy me toca con mi padre en la inmersión, así que iba pegado a él. Oli iba delante, le seguía la pareja y luego mi padre y yo. El compañero de Oli iba por encima de nosotros controlándonos, vigilándonos.

    En esos momentos miré hacia adelante, y veía a la pareja y a Oli aleteando, pero a la vez yendo a derecha y a izquierda por la corriente. Cosa que me pareció más un baile que a otra cosa. Cuando me di cuenta yo también era arrastrado por la corriente a derecha e izquierda. Pero me resultó más gracioso que peligroso.

    No hacía mucho que la inmersión había empezado, pero yo me daba contra las rocas, así que inflé un poco el chaleco. Dado que soy impaciente y que no controlo la flotabilidad lo hinché mucho, y casi acabo en superficie. Menos mal que mi ángel guardián estaba cerca, el compañero me ayudó a descender. Yo nadaba para el fondo, pero no encontraba mi válvula trasera, y mi chaleco no vaciaba, ya que, seguramente, no lo había bien.

    Tras el pequeño susto continuamos con la inmersión. Hoy yo iba muy pendiente de mi compañero, mi padre. Y lo miraba cada tres segundos y le preguntaba cuanto aire tenía a menudo.

    Llegamos a los acantilados, el fondo ahora estaba a más de veinte metros, y yo no sabía qué hacer. Hasta entonces no me habían dejado bajar tanto, así que miré al compañero de Oli, en busca de algo de información. Este me dijo que bajara, así que lo hice. No lo ocultaré, estaba asustado en ese momento, pero no me importaba, tenía que bajar.

    La sensación era extraña, las rocas eran gigantes, y allí sí que había muchos peces, no con mucho colorido, pero si muchos.

    En ese momento miré para arriba y no vi la superficie, cosa que no me había pasado nunca, miré mí manómetro y la aguja estaba a veinticinco, Nunca había estado a tanta profundidad. No sé si fue por eso o porqué pero empecé a ponerme algo nervioso. Pero recordé un Post del foro en el que hablaba de que se iba tranquilizando. Eso intenté hacer, pero no lo conseguí.

    En ese momento apareció otra vez mi ángel guardián, quién me preguntó si estaba bien y me agarró. Yo le dije que más o menos con la mano. Así que hizo la mostración de cómo debía respirar, algo muy pausado. Yo le seguí y así me tranquilicé.

    Durante unos pocos metros fuimos así, él pegado a mí, casi agarrado y preguntándome cómo estaba cada muy poco tiempo. En ese momento yo no conseguía ver a mi padre, pero si veía como el compañero de Oli lo hacía, y me quedaba con su gesto de mirar un poco para atrás.

    En un punto no muy lejano, más o menos a la mitad de la vuelta, vi cómo mi nuevo compañero le decía a Oli algo con gestos. Sólo pude distinguir uno, el de estar mal. El cual lo relacioné a mí.

    En ese momento vi cómo Oli le dejaba su otro regulador a Alicia, cosa que me sorprendió. Y seguidamente, el compañero de Oli me lo dejó a mí. Era por el aire que teníamos, no nos sobraba y necesitábamos algo para las maniobras.

    Era una sensación extraña, pero no me desagradaba el estar respirando el aire de otro. Puede ser un gesto egoísta, pero para mí no lo era. Llegamos al fondo del agujero, a unos seis metros de superficie, desde abajo la veía alborotada, no muy pacífica.

    En ese momento yo estaba concentrado en el fondo, me caía mucho por la corriente, así que tenía que apoyar las manos. Cuando levanté la cabeza el compañero de Oli se quitó el regulador, e hizo la señal de que no tenía aire. En ese momento no supe reaccionar, nadie supo. Y Oli le dio su regulador. Pensé que era una maniobra, pero tampoco hay escusa. Otro día tendré que estar mucho más atento.

    Vi como Oli le daba su regulador, no el Octopus, cosa que no vi correcta, pero supuse que él sabría por qué. En ese momento, Oli se fue con Iñaki, pero el compañero de Oli volvió a hacer la señal de que no tenía aire, en ese momento si me vi capaz. Me quité mi regulador y se lo di. Mientras yo soltaba el aire lentamente.

    Así lo hicimos todos, ya sólo faltaba la maniobra de las gafas. Oli estaba detrás de mí y su compañero delante, este último agarrándome. Hice el vaciado medio primero, y procedía a hacer el completo. Y mira tú por dónde que lo hice, sin problema alguno me quité las gafas y me las volví a poner, soltando mucho aire por la nariz. Y, no sé si porque no se llenaron del todo o yo es que lo hice con mucha fuerza que en una respiración me quité toda el agua de ellas.

    Cuando vacío las gafas, ya cuando tengo solo aire dentro de ellas, me da en los ojos una sensación de picor, que se quita en un momento. No sé si es cosa mía o de qué, supongo que de la sal del agua. Pero creo que me estoy acostumbrando a ella, este es otro motivo de alegría.

    Yo quería repetirlo, pero me dijeron que no. En ese momento supe lo ilusionado que estaba con mi nuevo aprendizaje. Yendo al punto desde dónde saldríamos a superficie vi a unos cinco buceadores haciendo no se qué cosa al lado de una roca. Tampoco presté mucha atención, en ese momento me fascinaba más la tensa superficie. Cuando iba al lugar dónde esperaríamos de rodillas a subir uno a uno le di sin querer un tremendo rodillazo a Alicia, cosa de la que le estuve pidiendo perdón un buen rato. Pero que pareció no importarle mucho.

    Tocaba salir, y no parecía muy fácil hacerlo. Así que fui con cuidado. El compañero de Oli me llevó hasta un lugar dónde hacía pie y me quitó las aletas. No sé cómo pero encima de mí estaba Oli y ya las tenía. Me ayudó a levantarme y acto seguido se zambulló en el agua, ya sin equipo.

    Yo aproveché que tenía todo puesto y subí aquella desdichada cuesta. Mientras veía a todas aquellas personas esperando por entrar, antes aquello vacía ahora estaba a rebosar. Llegué al lado del coche y dejé allí los plomos y el chaleco con la botella. Y bajé con los demás para hablar sobre la inmersión y ayudar a cargar parte del equipo.

    Oli nos comentó que le había parecido una buena inmersión, y que por fin había controlado lo de las gafas. Con su particular humor claro. El compañero de Oli nos comentó que era la última inmersión y que en poco tendríamos todo lo que nos hacía falta para continuar nosotros solos.

    Ahora tocaba quitarse el equipo, cosa que nunca es sencilla. Después de muchísimas peleas con el traje y los escarpines lo conseguí. Siempre me había fijado que los demás lo conseguían antes que yo. Pero ahora me daba cuenta que era porque ellos tenían uno húmedo, y yo un semi-seco.

    Hablamos otro poco y nos despedimos, ahora tocaba volver por el mismo camino de cabras por el que vinimos ya hace unas dos horas. No sé si sólo me pasa a mí, pero cada vez que hago una inmersión, de las pocas que he podido hacer al salir nunca tengo la precisión de saber la hora.

    Pasado ese famoso camino usado cómo carretera llegamos a la gasolinera más cercana, todavía sin salir de Arinaga. Y nos comimos allí unos sándwiches y unas bebidas. En el caso de mi padre una cerveza sin, en el mío una Coca-Cola. En ese momento miré hacía una herida que me hice con la bicicleta, una de dos milímetros de profundidad. Antes con algoverde hasta arriba del todo, ahora volvía a ser profunda, pero de un color mucho mejor, uno rojo.

    Por fin llegamos a casa, y tuvimos que empezar a subir el equipo. Son dos pisos de escaleras, y con mi rodilla como la tenia y el resto del cuerpo tan cansado solo pude subir una botella. Mi padre y mi madre subieron el resto del equipo.

    En ese momento solo pensaba en tumbarme en la cama y descansar. Dormir un poco y recuperar el sueño perdido durante la semana con el agobio de empezar de nuevo a estudiar. Pensé en dormir dos horas, pero ni caso al despertador. Me desperté nueve después.

    En ese momento comí, y empecé a crear esta crónica, crónicas que por cierto, me encanta hacer. Ya la he terminado y ahora tendría que endulzar mi equipo. Pero mi padre me ha dicho que lo haga mañana, ya que el suyo está colgado por allí y no quiere que lo manche con el barro del mío.

    Esta crónica se acaba, y como siempre he disfrutado haciéndola. Cuantas más hago más me gusta hacerlas. Ahora espero hacer mi próxima inmersión. Seguramente será el sábado que viene. Y sin duda la haré con Oli. No sé a quién se llevará para acompañarnos, pero siempre elige bien. Hasta ahora sólo ha traído ángeles, sólo ángeles.


    Esta es la historia de mi cuarta inmersión en la Playa del Cabrón, la sexta en total si contamos las otras en las que sólo me remojé el culo. Hoy he podido hacer todas las maniobras y por fin he acabado mi curso. Ahora habrá que esperas a la próxima inersión, donde ya seré buceador de Fedas B1*. Cosa de la que me siento muy orgulloso.

    Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguiente historia. Un Saludo, Nico.
    "Cuán inadecuado es llamar Tierra a este planeta,
    cuando es evidente que debería llamarse Océano."

    Arthur C. Clarke

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