Hola a todos. Me llamo Nicolás y tengo 15 años. Vivo en Gran Canaria y no hace mucho que empecé a practicar este deporte. Mi afición al mar y el vivir en una isla incentivaron aún más mis ganas de probar nuevas SENSACIONES bajo el mar. Con tubo o botella, con aletas o sin ellas, armado con mi cámara o únicamente con mis ojos, intento cada vez que puedo, darme una escapada al gran azul.

Estas que os cuento a continuación son mis pequeñas historias de buceo. Mejor o peor contadas, espero que les hagan recordar sus maravillosos primeros momentos en esta fantástica afición que nos une.


Cuando el agua te rodea.
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Aquí os dejo otra nueva crónica para que la disfrutéis leyéndola tanto como yo al disfrutaré escribiendo. Esta crónica había pensado hacerla a los ojos de mi padre, el cuál hace el curso conmigo. Pero me es imposible hacerla con exactitud, dado que casi ni le vi bajo el agua, yo y un instructor siempre vamos por encima de los demás dada mi edad.

Todavía más dormido que despierto sentí una voz. Era mi padre, quien intentaba, sin éxito despertarme. En ese momento eran aproximadamente las siete de la mañana, e íbamos a buscar los equipos a la tienda para la inmersión, que sería a las diez, tres horas más tarde.

Al no conseguirlo iría a la tienda, hablarían sobre la inmersión y cargaron el equipo. A las nueve aproximadamente lo intentó por segunda y definitiva vez. En esta ocasión, y dada la hora decidí, con esfuerzo, levantarme. La noche anterior me había molestado algo el estómago, pero lo achaqué a los nervios del día siguiente.

Tras un breve desayuno y tras cargar mi mochila con toalla y calzoncillos fuimos hacia el coche. El garaje esta por la casa de mi abuela, así que la visité y hablé poco rato con ella, mi padre esperaba.

Por fin con todo preparado partimos hacia la playa del Cabrón, en Arinaga. Cuyo camino es más corto que el de Sardina, pero el último tramo deja que desear. “El camino de cabras” según palabras de mi padre, imagínense cómo debe ser.

Por el camino nos pasaron varios coches, más altos que el de mi padre podían ir más deprisa, caracoles parecíamos, entre toda aquella tierra. Ya al fin llegamos, el lugar destinado a cambiarse. Tras los saludos con los demás integrantes del curso y con los dos instructores nos peleamos abiertamente con el equipo.

Todo estaba colocado y preparado para ponérmelo cuando vino Oliva, mi instructor, a decirme que bajara primero solo con él a practicar lo de las gafas. Mentalizado todos aquellos días bajé sin temor, tenía delante a el mejor instructor posible, era imposible que me pasara nada.

Con la ayuda de mi padre y la supervisión de Luz, la mujer de Oliva, me puse el resto del equipo. Y traté de bajar por aquella pedregosa y empinada cuesta, cargado a más no poder, del equipo.

Paseando por aquellos riscos trataba de llegar al lugar para ponerme las aletas y zambullirme en aquel gran azul divisé un curioso cangrejillo, que no mediría más que la uña de mi dedo gordo, era la primera vez que veía un cangrejo tan pequeño y me gustó mucho. El mar hoy no estaba del todo bueno, había un poco de corriente, y eso se notaba al meter la cabeza bajo el agua. Al principio no divisaba sino partículas en suspensión. Pero cuando Oli bajó y me llevó algo más adentro y algo más profundo, todo se veía mejor.

A dos metros bajo el agua nos posamos de rodillas en el fondo de piedras, antes de poner mis rodillas en las rocas miré muy fijamente el fondo, ya que desde que vi un video de angelotes, no me quedo del todo tranquilo.

Ya estábamos dónde debíamos, y empezamos las maniobras. Primero se quitó el regulador, con aire en sus pulmones. Y tras eso se lo volvió a colocar y sopló. Era mi turno, me agarró con las dos manos, una en cada brazo, y me pidió que lo hiciera. Sin problemas me salió a pedir de boca. Y me felicitó bajo el agua, con una expresión que más bien diría (ves como no era tan difícil). Después había que echar el aire sin el regulador y volvérselo a poner purgando. Otra vez me salió muy bien y otra vez m felicitó. Tocaban las gafas, mis temidas gafas. Primero hasta poco más de la nariz, con mucha paciencia esperó hasta que me vi preparado, entonces lo hice, un rato duré haciéndolo, pero lo conseguí, no tenía agua en mis gafas.

Ya sólo quedaba llenarla hasta la mitad, y el vaciado completo, pero ese día no haríamos ese ejercicio. Poco a poco me llené las gafas de agua, asta la mitad, que todavía se pudiera ver. Primero me pincé l nariz, parece que eso me hace sentir más seguro. Y eché el agua gracias a mi nariz.

Habíamos terminado, y había salido todo a pedir de boca. Ascendíamos a superficie, indicando a los demás a que bajaran e hiciéramos todos la inmersión. Ahora me sentía más tranquilo, mucho más tranquilo que los otros días. Ya que había hecho, por lo menos eso, bien.

Esperaba allí a que vinieran los demás, poco a poco todos se sumaban a la comitiva, ayudados por Luz en superficie y Oli ya en el agua. Hoy vi una cara nueva, era un chico, del cuál no me acuerdo el nombre. Fue el que acompañó a mi padre en la inmersión.

Todos en el agua, y tras algún aleteo para que no se nos llevase la corriente bajamos. Hoy, y genial para mi gusto, bajé sin problemas, estaba a seis metros y no tenía miedo, eso sí, el respeto y la precaución no me la quita nadie.

Un compañero del curso, Iñaki tenía problemas en superficie, y Oli, mi compañero en la inmersión e instructor subió a mirar que pasaba. Yo subí con él, un fallo por mi parte, ya que Luz estaba abajo y no tenía problema alguno. Me dijo que bajara y eso hice, me esperé con los demás en el fondo.

Mi padre estaba al lado, y por preguntar más que nada, le pregunté (y creo que mal) cuantos bares tenía. Poco después de su contestación llegaron Oli e Iñaki. Así que comenzaba la inmersión.

Al lado de Oli me fijaba en todo lo que veía, fulas, viejas y demás peces de los cuales desconozco su nombre. Al principio de la inmersión vi algo lejos lo que parecía una abertura en las rocas, y mientras me iba acercando pensaba en no mirar, por si acaso viera algo que me asustara ahí dentro y me entrara pánico, yendo la inmersión tan bien. Pero al final, como no podía ser de otra manera, miré. Y por supuesto que me asusté, vi las púas de un gran erizo, el más grande que había y por si fuera poco esto creo que había también una morena, ya que vi su silueta y parte de su cuerpo, lindo por otra parte. De un color marrón y negro. Pero cómo estábamos a más de cinco metros, podía ser rojo, o ni siquiera ser una morena.

El caso es que me asusté, pero no llegó a más. Lo mejor fue que durante toda la inmersión me alejé de las rocas. Seguíamos aleteando, y mirando mi manómetro marcaba siempre seis,, creía que no funcionaba, pero algo más adelante. Cuando lo vi en diecisiete, supe que no. Mirando para las rocas, en una parte determinada siempre me parece ver pulpos, pero son rocas algo extrañas.

Durante todo el camino vi muchos peces, unos más grandes que otros, pero tampoco mucho. Fijándome en un banco de pequeños peces, que vi de casualidad, ya que pasé en medio de ellos, fijaros lo pendiente que voy de ellos, me fijé en que había una bolsa flotando. Cosa que no pasó desapercibida para Oli, quién enseguida la cogió y guardó, no se en donde, pero guardó.

Llegamos a la parte dónde el fondo es tan profundo para mí que me quedo con alguno de los instructores arriba, vigilando. Otra vez parecía volar, pero hoy volaba con la mujer de Oli, Luz, ya que habíamos cambiado de pareja poco antes, para que él bajara esta vez.

Paseábamos por las rocas, yo seguía pendiente a erizos y morenas, el día que buceé en Salinetas y vi que en la salida, la cuál ya había utilizado antes tenía dos erizos, me dejó secuelas.

Mientras iba por allí, de vez en cuanto, y por algún esfuerzo aleteando hacía algún ruido raro con la boca. Cosa que enseguida oía Luz. Tras mirarme y ver que no pasaba nada seguíamos.

Ya casi terminando vi lo que parecía una cueva, esta vez sin ningún bichito aparente y le pregunté, ahora no me acuerdo ni yo, algo. Ella me respondió con las manos, pero no entendí, lo que si entendí es que después me lo decía. Si es que yo para los idiomas...

Cuando me quedaban treinta bares, cosa que ella siempre sabía por que no paraba de mirarme el manómetro y/o preguntármelo íbamos ya llegando. En un momento dado miró para mí y con cara de ternura me hizo el gesto para que sonriera. Como esta vez me daba igual que entrara algo de agua en las gafas sonreí de oreja a oreja, y luego me quité el agua.

No se lo que pasó, pero ya saliendo nos encontramos a dos buceadores, los cuales había visto hablando con ellos antes, con una cámara y nos decían de colocarnos aquí o allá. Creo que por la falta de organización o por el aire que nos quedaba no nos fotografió (si era esa su intención).

Ya era la hora de subir, bajo el agua esperábamos la señal de Luz para subir, con Oli en superficie que nos ayudaría rápidamente a quitarnos las cosas fuimos uno por uno. Mientras contemplaba el suelo, veía algunas lapas, pero no sabía si debía cogerlas, están mucho más bonitas allí que en mi estantería, y quien sabe si algún día le servirá de cobijo a algún animalillo que pulule por allí.

Antes de llegar al lugar dónde esperaríamos para emerger vi una cosa la mar de curiosa, cómo aquel día en Las Canteras, Un ejército de algas pululaban por allí, flotando, esperando a ser apartadas por mi mano, o mi cara.

Yo subí el primero, ya que era el que menos aire tenía, veinte bares para ser exactos. Mientras subía, por rocas a no más de cincuenta centímetros no sentí la corriente, ya que entre Luz, que estaba a mi lado y Oli, que me agarró de la botella sin yo darme cuenta desde superficie subí sin problemas. Me quité las aletas y caminé hacia algún lugar seco y dónde pudiera quitarme parte del equipo.

El hombre misterioso de la cámara me ayudó dándome la mano, para que subiera a una roca seca. Él era el que cargaba con mis aletas. En esos momentos iba pendiente del suelo, de dónde era el lugar más idóneo para pisar, sin caerme. Que apunto estuve un par de veces, pero no fue así.

En esos momentos estaba como en otro mundo, no vi la cantidad de gente que había esperando para entrar al agua, es una sensación extraña esa la de cuando sales de debajo del agua.

Rápidamente me quité los plomos y el chaleco con la botella. Iba a reventar, desde hace rato mi cuerpo me pedía eliminar fluidos, ya me entendéis. Con la mitad del traje puesto y con los escarpines fui hasta un lugar apartado y oriné. Valla por dios, lo que tenía ahí dentro, me extrañaba que no me molestara a presión.

Todos en tierra ya por fin hablamos de la inmersión. Oli me felicitó, bueno, nos felicitó por la inmersión y habló con nosotros brevemente. Después cargamos el equipo y nos volvimos a pelear con los trajes, cosa ya habitual. Al parecer todos había visto algo curioso, unos un angelote, otros una morena.... a veces me alegra estar medio ciego allí abajo.

Estábamos secos, y con algo de chocolate y agua dulce en el cuerpo nos despedimos y llegamos a casa. Hogar dulce hogar, pero un hogar con dos pisos de escaleras y mucho material que subir. Menos mal que hoy sólo hicimos una inmersión, y era una botella por persona.

Cómo siempre mi padre endulza el equipo sólo, pero es que el baño es estrecho, y le gusta. Yo no seré el que le quite la ilusión de lavar los equipos. Así que empiezo a escribir estas líneas, bueno, ya acabo.

Hoy ha sido un día fascinante, en el que me he superado a mi mismo, ya casi hasta puedo con la botella. Todo parece ir viento en popa.


Esta es la historia de mi segunda inmersión en la Playa del Cabrón, dónde pude por fin hacer la maniobra de las gafas sin problema y pude disfrutar de un genial día. Espero que os halla gustado tanto como a mí y que la disfrutéis. Sin duda, yo lo hice.

Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguiente historia. Un Saludo, Nico.