Los arqueólogos Filipe Castro y José Luis Casabán analizan para las claves de la catástrofe que Colombia puede alentar con su nueva ley

Debería empezar recordando a los lectores que la caza de tesoros es un fenómeno social cuyo único objetivo es la destrucción del patrimonio cultural de las naciones con el fin de beneficiar económicamente a un pequeño grupo de personas. Los restos son saqueados en los yacimientos marinos de acuerdo con su potencial valor económico. Así, el verdadero valor incalculable y la preciosa información que portan por su localización y la relación con otros restos se pierde para siempre. Los restos serán entonces vendidos en mercados de antigüedades ilegales o en subastas internacionales donde el origen de las piezas nunca se explica completamente.

El tráfico de antigüedades ha sido bien documentado como ocupación propia de las clases dirigentes desde hace mucho, y su funcionamiento ha sido descrito de forma elocuente por Peter Watson, por ejemplo en sus libros “Sotheby’s, The Inside Story”(1997) o “La conspiración Medici” (2006), dos libros que todo el mundo debería leer antes de dar una opinión sobre este tema.

Durante las pasadas tres o cuatro décadas, los cazatesoros evolucionaron hasta tres diferentes categorías, todas tremendamente destructivas y comprensiblemente ilegales en las naciones más desarrolladas.

Primer grupo

El primer grupo es aficionado al secreto y emplea a profesionales por temporadas, frecuentemente con buenas conexiones con los contratistas internacionales de industrias marítimas. Tienen los medios y el "know how", solo excavan pecios con carga preciosa, para los que ya tienen compradores y por los que rara vez pierden dinero. Pero no sabemos demasiado sobre este extremo.

Segundo grupo

La segunda categoría abarca solo a Odyssey Marine Exploration, una gran compañía financiada por sus accionistas en bolsa, siempre ágil y siempre reinventándose, con un sinfín de pantallas de humo creando ilusiones y situaciones, por delante de los medios de comunicación y de los reguladores, apoyada por entidades políticas de importancia en EE.UU. Real o imaginaria, la última imagen de Odyssey es la de una fuerza creativa que trata de desarrollar un tipo de caza de tesoros que se aproxima cada vez más a las contratistas de arqueología del mercado y no a las actuaciones mafiosas y delictivas de la caza de tesoros que caracterizan al tercer grupo. En lo que hemos fracasado absolutamente ha sido en explicar cómo en un entorno de mercado basado en las ganancias, el mercado y la bolsa deberían escoger la empresa que excava cuidadosamente y dedica el tiempo suficiente a estudiar el yacimiento en lugar de recompensar a las empresas que destruyen el yacimiento, extraen los objetos valiosos y siguen su camino.

Tercer grupo

El tercer grupo incluye todas las compañías, medianas y pequeñas, que han destruido la mayor y mejor parte de todos los pecios en aguas de poca profundidad, desde el Caribe a Latinoamérica, África y Asia. Sus empresas son casi siempre ruinosas desde un punto de vista financiero, pero se sostienen gracias a que muchos millonarios se divierten con ello. Buenos ejemplos de esta actividad son las pequeñas compañías que se reunieron en Haití tras el terremoto de 2010 para expoliar en medio del caos y sin necesidad de pedir permisos.

Nunca han hecho públicos sus proyectos, nunca publican sus resultados, y mienten continuamente a todo el mundo. Por eso es tan difícil hacer un seguimiento de su trabajo. Además, las compañías cierran y vuelven a abrir con distintos nombres todo el tiempo.

Presiones diplomáticas

El problema es que la mayor parte de los millonarios que respaldan estas compañías tienen acceso directo a los cuerpos diplomáticos norteamericanos, a través de los donantes a partidos políticos y las firmas de lobbistas, y constantemente tratan de cambiar o circunvalar la ley en los países vulnerables a la influencia de los norteamericanos. En muchos casos estas luchas políticas acaban siendo enfrentamientos de poder serios, porque muchos millonarios norteamericanos odia perder contra gente que consideran inferior, como los arqueólogos africanos, latinoamericanos, asiáticos que trabajan para institución cultural local por salarios magros.

Ironías que no divierten a nadie

Quizá la característica más interesante de toda la industria es que resulta absolutamente ruinosa desde un punto de vista financiero. Estos cazatesoros viven del dinero de sus inversores. El proceso de hallazgo y selección de un objetivo para excavar, sobornar a las autoridades locales para que cambien las leyes, extrayendo la carga y vendiendo el botín es terriblemente caro, costoso. Y aquí yace la primera ironía de esta actividad: los cazatesoros destruyen estos yacimientos arqueológicos únicos solo porque necesitan dinero de sus sponsors, no porque los tesoros hallados sean lo suficientemente valiosos para alcanzar beneficios al final.

La segunda ironía estriba en su principal argumento: las naciones pobres no pueden proteger sus aguas de los expoliadores. Ellos quieren decir saqueadores ilegales y proponen legalizar el saqueo para acabar con el problema. Es una verdad y un triste sarcasmo que, gracias a la ley, y después de destruir los yacimientos, no habrá nada más que saquear.

La tercera es su intención expresa de ayudar a las naciones compartiendo un porcentaje del botín. Siempre estiman el valor del tesoro sumergido en decenas de miles de millones de dólares y sus promesas alcanzan desde reflotar un pecio completo y ponerlo en un acuario a pagar la deuda externa de un país, o llevar la educación hasta el último rincón donde haya un niño sin escolarizar. No hay un solo ejemplo de un país que haya hecho dinero al relacionarse con tipos como estos.

Sin embargo, la mayor ironía es su reivindicación de que lo que realmente quieren los cazatesoros es salvar el patrimonio cultural de la destrucción y ponerlo a disposición del público general. La historia y la arqueología son actividades rigurosas y los cazatesoros son mentirosos notorios que inventarán cualquier cosa para vender sus proyectos a los inversores.

Trileros que cambian piezas de barco

Son célebres por asociar las piezas rescatadas de un naufragio a otro pecio, con el fin de hacerlo más interesante a sus inversores. Se les conoce por comprar y vender los restos bajo los ojos de sus inversores y las autoridades y además mienten regularmente al personal que los controla para sacar las mejores piezas del país en el que operan. Y conozco una historia personalmente de un yacimiento en el que ni siquiera bucearon. Un día un cazatesoros me confesó que estuvo de vacaciones en el Algarve portugués, yendo a la playa, mientras su socio compraba monedas de plata como quincalla a los pescadores y luego las enviaba a sus sponsor en Lisboa. Siempre las acompañan con cartas pidiendo más dinero porque están ya “a punto de encontrar el tesoro”.

Son mentirosos

Es muy difícil discutir con mentirosos. Los cazatesoros han aprendido a usar los medios a su favor brillantemente. Van a la televisión y prometen construir un laboratorio y dotarlo de personal. Si dices que no te lo crees empiezan a acusarte de mala fe y a amenazar a los arqueólogos que viven de su sueldo con demandas judiciales. Es una lucha desigual.

Los arqueólogos estudian los contextos de la actividad humana en el pasado. Los cazatesoros hablan incesantemente de historia y arqueología, pero para ellos arqueología es la recuperación de restos con valor de mercado. Ellos destruyen o abandonan cada resto que no tenga valor y dejan el casco del pecio reventado, expuesto después de siglos a la destrucción por el entorno.

Reivindican que ellos solo quieren vender los objetos de los que existen muchas réplicas, después de dejar a los gobiernos elegir entre los mejores ejemplos, pero entonces los vimos vendiendo en una subasta el único astrolabio encontrado hasta ahora en Cabo Verde. Porque no tienen la intención de cumplir sus promesas, ellos prometerán cualquier cosa

Conclusión

Creo que hemos podemos resumir esta tragedia potencial que puede ocurrir en Colombia en su solo párrafo: los cazatesoros están hablando de desarrollar el estudio del patrimonio cultural subacuático de Colombia saqueando los restos hundidos de una particular cultura y de un periodo concreto. Y creo que todo el mundo tiene derecho de preguntar: ¿Cómo?