Un pasaporte alemán de color morado, recién expedido, es el más notable legado que ostenta Gabriel Sperer como recuerdo de su abuelo, soldador de un buque de la Hamburg Amerika Line hundido por sus tripulantes en la rada de Puerto Colombia en los momentos decisivos de la Primera Guerra Mundial, en 1918.
Pulsa en la imagen para verla en tamaño completo

Nombre: prinz.jpg
Visitas: 3
Tamaño: 28.4 KB
ID: 9284
Por ahí, regados por toda la población, sobreviven algunos elementos de la embarcación recogidos ahora en una exposición conmemorativa que muestra un importante momento histórico del viejo muelle.
Al desatarse la Primera Guerra Mundial en 1914, gran parte de los buques mercantes de los bandos en disputa quedaron como verdadera carne de cañón a merced de las fuerzas navales y sobre todo, de los submarinos alemanes que se dedicaron con verdadera saña a hundir barcos enemigos sin distinguir si eran de guerra, pasajeros o mercante.
De contera, la estrategia se devolvió a las empresas alemanas de navegación civil. Una de las perjudicadas fue la empresa Hamburg Amerika Line que tenía gran parte de sus rutas entre Europa, Norteamérica, el Caribe y sur América. De hecho, gran parte de la inmigración extranjera a Colombia llegó en barcos de esta línea.
Así, que tras desatarse las hostilidades de la guerra y ser capturados por los enemigos de Alemania varios de los barcos de la Hamburg, tal como le sucedió al Bethania por parte del acorazado HMS Essex; al Spreewald por los ingleses y al Ferdinand Laesz por la marina francesa; los directivos de la empresa alemana, por el prurito de la prevención, decidieron paralizar gran parte de su flota a finales de 1914.
Eso le sucedió al Abissia en Chile; al Blucker, en Brasil, al Sithonia, en Sabang, Indonesia; y al Priz August Wilhelm, en Santa Marta, Colombia. Este último barco cubría las rutas desde Hamburgo y el puerto de Bremen, en cabotaje por varios puertos del Caribe.
Era un barco de 4.733 toneladas dedicado al trasporte de pasajeros que había sido construido en 1902 en los astilleros Flensburg Flensburger Schiffbau. Su penúltimo viaje partió desde Bremen, Alemania, hasta el puerto de Kingston, Jamaica. De allí salió el 16 de abril con 30 pasajeros con destino al puerto de New York.
Atracó allí el 22 de abril de 1914, partiendo el 1 de junio en un recorrido por varios puertos del Caribe para, otra vez, enrumbar a Europa. Alcanzó a realizar un último viaje antes que los directivos de la Hamburg America lo paralizaran justo en el puerto de Santa Marta, en Colombia, que ostentaba la condición de país neutral.
Allí estuvo casi un año, hasta que por asuntos de seguridad el barco fue trasladado hasta el muelle de Puerto Colombia, cerca a Barranquilla, donde existía una poderosa colonia alemana desde finales del siglo XIX. Un cónsul ingles en 1896 escribía en un informe: “La mayoría de los comerciantes de Barranquilla son de nacionalidad alemana”.
Desde 1904 existía el Club Alemán y desde 1912 el Deustshe Schule. Además, uno de los hombres más poderosos de Colombia era el alemán Adolfo Held, quien había tenido como empleado en Medellín a Carlos Restrepo, que luego sería Presidente de la República de 1910 a 1914, año en que queda fuera de circulación el Priz August Wilhelm en aguas colombianas.
En suma, para los tripulantes del Priz August Wilhelm era más confiable el muelle de Puerto Colombia por todas las locales circunstancias antes descritas. Y allí se quedaron casi tres años, mientras la guerra seguía con todo su furor en Europa y el océano Atlántico. Afuera, en el ancho mar, los esperaban los barcos británicos y norteamericanos que habían entrado a la conflagración en 1918 y habían incautado barcos alemanes para un gran total de 1.700.000 toneladas.
Por supuesto, al Priz August Wilhelm le seguían la pista y sabían que se encontraba anclado en el muelle de Puerto Colombia. Los alemanes, desde el barco, atisbaban lo que les podía suceder si se echaban a la mar abierta. Expectación con algo de temor. Plenamente seguros que no saldrían bien librados del hipotético viaje por el ahora peligroso mar Caribe.
De todos modos se enteraron que una comisión del gobierno norteamericano venía desde Panamá a incautar la embarcación. No se sabe con qué argumentación jurídica. Los tripulantes urdieron un plan: sacarían lo que pudieran del barco y después le prenderían fuego. Así pasó el 22 de abril.
El capitán del buque, August de Wall, según informa el diario El Liberal en su edición del 30 de abril de 1918, fue llevado a prisión a causa del suceso y después excarcelado con una fianza por el cónsul alemán Grosser. El argumento del Capital De Wall consistió en señalar su entera responsabilidad como generador del incendio del buque, que su motivo fue el de evitar que cayera en manos de los enemigos de su patria y que procedió con sumo cuidado a fin de evitar daños a otras personas o embarcaciones.
BAJAN LOS TRIPULANTES
La tripulación del Prinz August Wilhelm quedó deambulando en Puerto Colombia y Barranquilla. Algunos, al terminar las hostilidades bélicas, se fueron. Y otros; como Josef Sperer, quedaron atrapados entre los manglares y aromas tropicales radicándose al pie del Muelle. Igual que Kappel, otro de los tripulantes que armó allí mismo su refugio en el barrio La Rosita.
Sperer se casó con una tolimense llamada Carmen Jiménez con la que tuvo dos hijos, ambos fallecidos. Uno de ellos, Francisco, se casó a su vez con la señora Ana del Valle, quien ahora tiene 80 años y con quien procreó dos hijos: Francisco y Gabriel; que es el que me muestra el morado pasaporte alemán en donde dicen sus señas particulares y hasta un escueto lugar de nacimiento en español; Puerto.
Su madre Ana recuerda a su suegro, aunque confiesa que poco le entendía lo que decía en el intrincado español que manejaba y que “recibía correspondencia de Alemania, desde allá le enviaban fotos, y le decían que regresará; pero que va, ni cuando murió su mamá fue. Fumaba un cigarrillo tras otro hasta el amanecer leyendo libros en alemán”.
Pero Sperer no era su apellido. Los nietos, buscando la ciudadanía alemana con un amigo que visitaba a ese país, le solicitaron el favor de encontrar las raíces familiares. Ningún indicio. Misterio total sobre el viejo. Al fin, resolvieron encaminarlo con el apellido Winter, que llevaba en segundo término, que fue el que resultó a la larga en los archivos alemanes. Por alguna extraña razón, Josef Sperer decidió cambiar sus apellidos en Colombia. De paso descubrieron que no era alemán. “Era austriaco”, dice el nieto, “de Braunau, el mismo pueblo en donde nació Adolfo Hitler”.
En vida, a Josef lo visitaban amigos alemanes en su casita de madera al lado del arroyo que colindaba con una playa tranquila de aguas azules donde había instalado un pequeño astillero antes de que volaran Isla Verde y el mar arrasará con todo. Nadie sabe de qué hablaban. De la tierra lejana.
Del océano inmenso y sus puertos con historias curiosas. En una de esas embarcaciones artesanales, a la que denominó La Estrella, salía en periplos aventureros solitarios hasta Panamá y Aruba.
Regresaba sin afanes a proseguir su rutina de extranjero curioso.
De que la tripulación del Prinz August Wilhelm conocía las intenciones pirómanas del capitán De Wall lo demuestra el hecho que sacaron de allí como educadas hormiguitas, sin que nadie sospechara nada, un pesado tanque de acero que todavía sobrevive en el patio de la casa de Sperer, herramientas de carpintería, soldaduras, banderas, vajillas, ropa de cama y otros aparejos que pudieran salvarse del hundimiento.
También para ganarse la vida en la calurosa Puerto Colombia cuando todavía llegaban buques hasta el muelle y pudieran necesitarse sus dotes de artesano de navíos. Sperer, como lo conocían los porteños, vivió siempre más allá de los avatares tristes de las guerras y el futuro lo encontró siempre mirando el muelle abandonado, el exacto punto en el mar donde yacía el Priz August Wilhelm, ensimismado en los ardores de un trópico que le ofreció amparo seguro de una guerra de la que siempre fue extraño.
En Puerto Colombia, lejos de la lejana Alemania de 1914; al igual que el Priz August Wilhelm, ancló para siempre en su cementerio.
Por Adlai Stevenson Samper


http://www.elheraldo.co/