El MARQ expone por primera vez en España más de 1.800 piezas procedentes de las batallas entre germanos y romanos en el siglo III d. C.

El Imperio Romano agonizaba. Atravesaba una crisis interna y en los últimos 50 años había coronado a una treintena de emperadores. Corría el siglo III de nuestra era. Los germanos atisbaban sus fronteras y habían fijado en ellas su objetivo. Se adentraron por el norte y no hubo defensa posible. Comenzaron los asedios, las revueltas y la invasión. Los bárbaros atacaban y se apropiaban de las piezas de plata y bronce que los romanos utilizaban en su vida cotidiana. Después del saqueo, llegaba la huida con el botín y lo hacían a través del Rin. El transporte se realizaba en carros y antes de cruzar el río se producía el llamado reparto del tesoro, llegando incluso a fragmentar algunas de las piezas. Pero las legiones romanas, apostadas en el río, seguían ofreciendo resistencia y sorprendían a los saqueadores provocando en muchas ocasiones el hundimiento de las embarcaciones y con ellas las del botín que durante siglos ha permanecido sumergido bajo el agua.
Esta lección de historia es la que cuenta, a través de piezas, imágenes y textos, la exposición El tesoro de los bárbaros, que permanecerá en el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ), hasta el próximo 14 de octubre.
Son más de 600 piezas las que se podrán ver, procedentes del Museo Histórico del Palatinado de Speyer (Alemania), que exhibe estos fondos por primera vez en España. Únicos e irrepetibles. Así son los tesoros que reúne esta exposición, fruto de los trabajos de recuperación y de las excavaciones realizadas en el Rin. Y es que tan solo la lucha entre romanos y bárbaros es la que ha conseguido que todas estas piezas hayan llegado a nuestros días protegidas por el agua. De hecho, lo que hace exclusiva la muestra es que aporta gran información sobre el modo de vida en la época romana, ya que en general los botines se fundían para volver a utilizar el metal por lo que es difícil encontrar piezas de estas características en yacimientos en tierra.
El hallazgo de estos botines en el Rin fue fruto de la casualidad. Richard Petrovszky, encargado del fondo romano del Museo del Palatinado y comisario de El tesoro de los bárbaros, asegura que todo empezó en 1960 cuando se realizaban en el río extracciones de grava. Aparecieron unas vasijas y "poco a poco fueron llegando esos hallazgos al museo", afirma el experto.
No obstante, señala que "lo que se ha encontrado es solo la punta del iceberg porque el recorrido del río es de cerca de 50 kilómetros y hay más de 20 yacimientos". Además, asegura, "los trabajos se realizan con excavadoras, con una nueva técnica con ordenador y un sistema de aspiración, por lo que resulta muy costoso".
Una de las partes más destacadas de la muestra es el Tesoro de Neupotz, integrado por cerca de 1.100 objetos de los cuales más de la mitad se podrán ver en el MARQ, junto a otros tesoros como el de Hagenbach y el de Lingenfeld. En ellos se encuentran desde objetos de la vida cotidiana, como vajillas de mesa o herramientas de trabajo hasta armas o joyas, como es el caso del espejo con el relieve de la diosa Minerva, que es una de las piezas más destacadas.
El recorrido por las dos salas del MARQ se inicia con un audiovisual. Continúa en la primera sala, donde se puede ver el Tesoro de Neupotz y donde se sitúa al visitante en la época de la muestra, el Imperio Romano y las invasiones bárbaras. Ahí se recrea el Altar de Augsburgo, que conmemora la victoria de las legiones romanas sobre los jutungos. También se reproduce un templo, como los documentados en el sur de Francia, al tiempo que se reconstruye un mercado romano y un horno orfebre. Todo ello como recursos museográficos que acompañan a las piezas.
La segunda sala se sitúa en el año 260 después de Cristo y se ofrece al público la posibilidad de caminar por una calzada romana y de ver la reproducción de uno de los carros donde los bárbaros transportaban los botines. Ahí estarán también los tesoros de Hagenbach y Lingenfeld.
La muestra finaliza con una referencia al poema El cantar de los Nibelungos, del siglo XIII, que narra las aventuras del cazador Sigfrido cuyo tesoro fue ocultado en aguas del Rin tras su muerte.


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