El mar de Las Calmas ya vive en paz. Después de cuatro meses, los herreños ven cómo el fenómeno eruptivo del volcán de La Restinga se apaga

219 días después el mar de Las Calmas vuelve a descansar. Casi cinco meses han pasado desde que el sur de El Hierro comenzara a vivir un fenómeno que ha trastocado la rutina de los habitantes de la isla del meridiano: el volcán submarino de La Restinga. Durante este tiempo, en el que se han registrado hasta 12.000 sismos, numerosos científicos han vigilado día y noche el devenir de un volcán que ha dejado un gran cono de casi 200 metros de altura. Ya no queda nada del burbujeo que tanto atrajo a los curiosos. Ni tampoco del olor a azufre. Las restingolitas se han convertido en meros recuerdos de lo sucedido y la palabra tremor apenas suena entre los isleños. La paz regresa a este pacífico reducto del archipiélago canario que hasta hace poco tiempo sólo era conocido e idealizado por los amantes del submarinismo.

Cuando en julio del año pasado comenzaron a registrarse datos anómalos en la Isla, con numerosos sismos de baja intensidad, muy pocos preveían que la Isla iba a vivir un proceso volcánico que iba a entrar a formar parte de la historia del Archipiélago. El proceso se había iniciado. Los sismógrafos no paraban de detectar un movimiento de tierra tras otro, pero no fue hasta el mes de octubre cuando comenzó el espectáculo del volcán de La Restinga.

Corría el día 10 de octubre de 2011 cuando, cuarenta años después, el magma volvía a aparecer en Canarias. Anteriormente lo había hecho en el año 1971 en La Palma, concretamente con el volcán del Teneguía. Desde entonces, cuatro décadas sin que en el archipiélago apenas se hablara de fenómenos volcanológicos. Aunque, "es algo que ha ocurrido siempre y que ocurrirá durante millones de años", asegura Ramón Ortiz, científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

La boca del volcán se había situado a escasa distancia de La Restinga, y a unos 280 metros de profundidad, lo que para los científicos "hacía difícil que pudiera llegar a la superficie", apunta Carmen López, del Instituto Geográfico Nacional (ING), quien agrega que, sin embargo, "al ritmo que llevaba al principio de la erupción quizás lo habría hecho".

Los dos primeros meses fueron de una gran intensidad. Los piroclastos salían a flote. Una mancha verde se volvía cada vez más grande y los vecinos de La Restinga tenían que ser desalojados de sus viviendas debido a la peligrosidad que entrañaba el residir tan cerca de la boca del volcán. Sin embargo, también se sucedían días de tranquilidad, sin apenas novedades. Esos meses lo resume muy claramente la científica Carmen López. "El volcán era como un enfermo, a veces parecía que se iba a acabar pero después volvía". Poco a poco, con el tiempo, fue perdiendo intensidad. "Era como alguien que se te iba, que te daba señales débiles y te daba pena. Ha sido como una agonía".
Esa agonía fue la que hizo que el pasado 5 de marzo el comité científico del Plan de Protección Civil por Riesgo Volcánico (Pevolca) decretara el final de la erupción. "Viendo todos los datos que mostraban las redes de vigilancia del IGN apreciamos que ya claramente el proceso eruptivo que se inició el 10 de octubre había finalizado, el volcán submarino ya no emitía material a la superficie, ni siquiera desgasificaba como estuvo haciendo en los últimos días, por lo cual se dio por acabado", explica López.

En ese momento se cerraba después de 219 días la última erupción en el archipiélago canario. Fueron poco más de cuatro meses que convierten al volcán submarino de La Restinga en "la erupción histórica de Canarias que ha experimentado una mayor duración después de la erupción de Timanfaya (1730-36)", según indica Nemesio Pérez, del Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan).

El magma no dejó de salir durante todo ese tiempo, y en comparación al anterior fenómeno volcánico en las Islas, el de Teneguía, el material magmático que expulsó fue casi el triple que generó el volcán palmero, que arrojó unos 45 millones de metros cúbicos. "Según estudios batimétricos realizados por el Instituto Español de Oceanografía (IEO) antes y después del proceso eruptivo submarino la cantidad de material magmático que ha podido arrojar esta erupción submarina es del orden de los 145 millones de metros cúbicos", afirma Pérez.
El resultado de todo ello es un cráter que ha crecido durante todo este tiempo unos 182 metros de altura. "Ha quedado a unos 88 metros de la superficie -se había iniciado a 280-. Hay un edificio principal, que es bastante grande y ancho, y algunos conos secundarios en uno de los laterales", detalla la científica del IGN Carmen López.

Sin embargo, aunque el volcán se haya apagado y se dé por finalizado el proceso eruptivo, aún continúa activo el proceso volcánico, "que se inició el 19 de julio con unas señales anómalas de mucha sismicidad, que migraron hacia el sur de la Isla y ha dado 12.000 sismos". "Pues ese proceso todavía no se ha terminado porque no se han recobrado los niveles de estabilidad previos a julio", apunta López, que añade que "como todavía hay algún sismo y las deformaciones no son estables, decimos que el proceso volcánico todavía continúa activo".
Por lo tanto, ¿cabe la posibilidad de que se reactive? Ramón Ortiz, vulcanólogo del CSIC, responde a esta pregunta: "Puede volver a ocurrir, porque todas las hipótesis están abiertas y siempre hay que trabajar con todas las hipótesis. Pero ahora mismo, con los datos que tenemos, todas las probabilidad apuntan a que se termine". Aunque los científicos no se atreven a ponerle fecha. "La fase post-eruptiva puede prolongarse aún por meses", dice Pérez.

Tras todo lo ocurrido sólo queda una cosa pendiente por hacer: bautizar al volcán. "Nosotros lo llamamos volcán de La Restinga, pero son los herreños los que tienen que darle un nombre oficial", señala Carmen López. Y serán ellos, los herreños, los que decidan cómo nombrar a un fenómeno natural que ha interrumpido la tranquila vida diaria de la más pequeña de las islas Canarias.


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