Las 594.000 monedas del Odyssey son calderilla. El galeón 'San José' llevaba en sus bodegas mil millones de dólares en metales preciosos. Los pecios españoles se reparten por todo el mundo

A las 594.000 piezas de oro y plata que Odyssey acaba de devolver a España, Claudio Bonifacio las llama el 'tesorito' de la 'Mercedes'. Suena aún más suspicaz, más ácido y más afilado si se pronuncia a la manera en que lo hace Claudio, arrastrando las eses y poniendo las sílabas a bailar, con una mezcla de deje andaluz y acento italiano. «Porque es un 'tessoriito', guey», insiste, rematando esta vez la ironía con jerga mexicana. «Decían que eran unos 900.000 pesos, unas trece toneladas de plata, más de 500 millones de dólares, pero es mentira. Su mercado no es el de los metales, sino el numismático. Son monedas y se venden como monedas. Unos 70 millones como mucho, tirando por lo alto. Y porque son las famosas moneditas del Odyssey, que si no.».
En su casa de Sevilla, no muy lejos del Archivo de Indias, sobre el escritorio, entre cartas anotadas, regletas y sextantes, Bonifacio guarda algunos cálculos, los números que le hacen hablar de los millones de la 'Mercedes' con cierto desapego, como si fueran calderilla, el chocolate del loro, un puñado de perras chicas hinchadas por el escándalo. «Solo en aguas andaluzas hay 800 toneladas de oro y unas 20.000 de plata», lee. «En las aguas territoriales españolas el número de barcos hundidos con carga supera los 13.000», sentencia. «Y luego está el Caribe, Bahamas, México, Florida, Filipinas, Azores, Japón.» Por ejemplo: el 'San José', hundido en Colombia, en 1708, se fue a pique con 370 toneladas de metales preciosos reventándole las cuadernas. «Llevaba encima más de mil millones de dólares. Eso sí que es un tesoro».
Al margen de la pose exagerada de erudito y de la importancia real de los 900.000 pesos de Odyssey, el investigador -que recorre el mundo en busca de galeones hundidos desde 1981- insiste en que el fruto del desagravio de Tampa «no es más que la punta del iceberg», y «que una política seria de recuperación de todo este patrimonio sumergido, planteada desde el respeto absoluto a su valía histórica, nos sacaría de la crisis». «No podemos cegarnos por la comedia del Odyssey y de la supuesta 'Mercedes', lanzar las campanas al vuelo y olvidarnos del resto: quizá para ver claro el futuro haya que mirar el pasado de otra manera».
Bonifacio pasa por ser el cazatesoros más famoso de España (aunque le desagrada la etiqueta). Ha trabajado para las principales empresas de localización de pecios (incluyendo Odyssey Marine), ha colaborado con la Unesco y ha escrito algunos tratados imprescindibles. «No debo de ser muy malo -bromea- porque en el juicio de Tampa todas las partes han citado mi último libro 'Galleons and suken treasures' ('Galeones con tesoros') como un referente. Cuando yo digo que un barco está en un sitio, hay que buscar en ese sitio. Si me equivoco es siempre por muy poquito». ¿Cuáles son, entonces, las joyas de la Corona española? ¿Dónde están los pecios más buscados? ¿Qué llevaban? ¿Cuánto podrían valer esos tesoros hoy en día? ¿Quiénes son sus legítimos propietarios? Y, sobre todo, ¿por qué no se rescatan?
Profundidad y seguridad
Saquen la calculadora. Se busca el 'Nuestra Señora de la Concepción', (con una carga valorada en 200 millones de dólares), el 'Nuestra Señora de las Maravillas' (250 millones de dólares), el 'San José' (con mil millones en 'preciosos'), el 'Santo Cristo de Maracaibo' (con la misma cantidad como poco). Sólo en la Bahía de Veracruz, reposan 80 galeones de pabellón español, hundidos entre 1545 y 1811. La mitad llevaba oro y plata en sus bodegas. A medida que la búsqueda en los archivos se sistematiza y se aplican nuevas tecnologías al barrido de los fondos, aparecen nuevas sorpresas. La última fue solo hace unos días, cuando arqueólogos filipinos hallaron un pecio colonial frente a la costa de Panay. En 1999, en la misma zona, apareció el San Diego, que guardaba 6.000 objetos de época. El Gobierno español los adquirió por 4,8 millones de euros. El mapa del tesoro se extiende, sin límites, por todo el mundo navegable.
Los 'localizadores' no siempre sitúan en su punto de mira los galeones con la carga más valiosa. Las prioridades son otras: si ya ha sido alguna vez parcialmente rescatado (hay más coordenadas fiables), la seguridad de los datos, la profundidad, la legislación del país ribereño, el pabellón del barco. A veces se sacrifica el beneficio en pos de la accesibilidad. Las empresas 'especializadas' saben que recuperar el pecio y poner en valor sus tesoros puede convertirse en una odisea legal capaz de entretener durante años al interesado. Bonifacio lo resume así: «Hoy por hoy, desde el Tratado de la Unesco del 93, la ley no permite que se toque nada. Los barcos de la Armada española, es decir los militares, son propiedad de España estén donde estén. Los particulares son propiedad de sus herederos, aunque muchos países no reconocen su derecho a reclamar. Tanto el Estado propietario como los herederos necesitan los permisos oportunos para acceder a ellos». Y siempre prima «el valor científico». Así que los gobiernos, sin negociación del beneficio, se niegan. No es fácil.
Buscadores
«Soy consciente de que durante décadas a los buscadores de tesoros no les ha preocupado lo más mínimo la conservación del yacimiento, y que solo iban a por los metales. Pero también es verdad que hay miles de barcos hundidos cuyo estudio no va a ofrecer ninguna novedad sobre lo ya documentado, y que sus monedas o lingotes de oro y plata tampoco tienen ningún valor cultural más allá de la anécdota, como ocurre con las monedas de la 'Mercedes'. Pero ese oro y esa plata sí tienen un valor tangible y pueden ir a los respectivos Tesoros del Estado y beneficiar a la ciudadanía». Para Bonifacio, lo ideal es un modelo que permita «compaginar el estudio arqueológico con su uso turístico, con el aprovechamiento de las piezas por los museos y con un impulso económico. No es ninguna utopía».
Los últimos movimientos en las legislaciones de países especialmente 'favorecidos' por los naufragios en los tiempos dorados del comercio con América, como Bahamas, parecen darle la razón. «Acaban de revocar la moratoria que impedía el rescate de galeones desde el 99. Saben que la iniciativa generará puestos de trabajo, y los necesitan, aunque no tanto como aquí».
El primer paso ya lo dio Uruguay, en 1993. Con parte del tesoro recuperado del galeón 'El Preciado' (1752), el gobierno construyó una escuela. El resto del dinero fue a parar a la Armada. El oro de Indias pagó pupitres, pizarras y barcos.

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