La fragata perdida frente al cabo Santa María ha vuelto a aparecer, surgiendo entre las brumas de la historia y del pecio desmantelado. Recupera para España una parte del valioso cargamento que los ingleses de comienzos del XIX intentaron arrebatar para financiar las guerras de aquel siglo, que nacía entre enormes convulsiones.

Para la Marina española fue un episodio funesto, pero la tradición de una Armada no solo se hace apuntando victorias, sino defendiendo los mares que son de su pueblo, hasta con una cañonera, cumpliendo con su deber, aunque más altas instancias cambien la política y los que antes eran amigos ahora se conviertan en enemigos.

La «Mercedes» era la fragata de 36 cañones «Nuestra Señora de las Mercedes», construida en el arsenal de La Habana en 1786 y hundida, el 5 de octubre de 1804, por una explosión en la Santabárbara, frente al cabo Santa María, en la enfilación de Faro, costa algarvía portuguesa, después de cincuenta días de navegación sin novedad desde Río de la Plata y cuando ya estaba a punto de engolfarse en Cádiz, donde al día siguiente tenía previsto amarrar.

Ahora hemos vuelto a saber de este extraño e importante suceso porque los tribunales estadounidenses han adjudicado a España la propiedad del tesoro que la compañía Odyssey extrajo de las aguas y que transportaba una escuadra compuesta por ella, la «Fama», la «Medea» y la «Clara», mandada por D. José de Bustamante, marino y geógrafo santanderino que al frente de la corbeta «Atrevida» codirigió con D. Alejandro Malaspina, en la «Descubierta», la gran expedición científica que a fines del siglo XVIII reconoció y cartografió las posesiones españolas más lejanas en las costas del Pacífico

El jefe de la escuadra tenía el encargo de traer caudales del rey, de particulares, la caja de soldadas, los ahorrillos, de la tropa que servía en América, y primores procedentes de Lima y Buenos Aires. Un capital. Conocido su destino por los ingleses, enviaron otra escuadra de cuatro fragatas a esperarla en la embocadura del puerto de arribada con orden de apresarla, lo que constituía un impensable acto de piratería, al menos para D. José, que no receló de la proximidad de las mismas hasta que tuvo a cada una de las fragatas inglesas a barlovento y emparejada. Su comodoro, todo un oficial y caballero, mantuvo las formas y advirtió de que aun sin declaración de guerra, pues España se mantenía entonces neutral en el conflicto entre ingleses y franceses, tenía intención de apresarlas, con lo que si no disponía otra cosa se ponía a la tarea. Como Bustamante no dispuso por las buenas lo que el inglés apetecía, éste comenzó a sacarlo por las malas, cañoneando a las fragatas sotaventeadas; esto es, sin capacidad de maniobra. Lo que quedó claro desde el principio, especialmente cuando un incendio en el pañol de la pólvora hizo estallar la «Mercedes», rompiendo el huevo y hundiéndose la apetecida yema -que ahora se recupera- en las profundidades, lo que sumado al duro castigo al que eran sometidas acabó con la moral de la «Medea» y la «Clara» y puso en fuga a la «Fama», que menos velera que su «partenaire» y mucho más castigada, finalmente fue tomada. Sus tripulantes, que no podían ser presos fueron retenidos en Inglaterra, y tras mucho intercambio diplomático, repatriados, no así, por supuesto, el dinero, del que nunca más se supo.

Unos estrujaban a España, con fama de rica y pulso de pobre, con actos de piratería, y otros, como la Francia napoleónica, con tratados onerosos que a cambio de paz obligaban a pagar en barcos y también en capitales. Acontecimientos como el relatado alinearon a Carlos IV y a su valido Godoy con la causa francesa, y el 14 de diciembre de 1804 la «Gaceta de Madrid» declaraba la guerra a la «pérfida Albión» apelando «al valor de los españoles para contribuir a la más completa venganza de los insultos hechos al pabellón español», y así comenzó un terrible siglo XIX que se prolongó largamente en el XX.

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