• Arquatec, el Centro Nacional de Arqueología Subacuática, «está acabado y totalmente apto para recibir cualquier material arqueológico que pueda llegar»
  • Con el nuevo centro de Cartagena, España puede dar respuesta a cualquier problema y a la gran demanda existente en lo que a arqueología submarina se refiere

Aparentemente no es más que una enorme nave, como tantas otras, del polígono industrial Cabezo Beaza, a la entrada de Cartagena. Las instalaciones de Arquatec no aparentan ser las de un súper avanzado centro dedicado a resolver toda la problemática relativa a la arqueología subacuática, pero lo son.
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En Arquatec todavía no se ha realizado un corte de cinta a bombo y platillo, de hecho, los últimos retoques terminaron de darse la semana que hoy acaba: la instalación de las últimas cubetas y de una rampa de acceso a la zona en la que las piezas permanecen sumergidas. Sin embargo, de las manos de los cuatro trabajadores que están al frente del laboratorio y de la carísima maquinaria necesaria para conseguirlo ha salido un gran reto: el barco fenicio de Mazarrón, reconocen a coro los dos técnicos del centro, que hoy se expone en el Arqua. Todo un logro. A la espera de seguir el mismo camino están el medio centenar de colmillos de elefante que transportaba el barco fenicio del Bajo de la Campana, algunos con inscripciones, un material muy delicado y sobre el que casi no existen experiencias previas; y un delicado esenciero de bronce, del siglo VII a. C., «una pieza única, de lujo total», exclama Xavier Nieto, director del Arqua; y un par de cañones de bronce del siglo XVIII, que han llegado desde Ibiza, con el que Carlos Gómez, restaurador de Arquatec, se esmera armado de un vibroincisor; y una cesta del siglo III a.C., que acaban de sacar de los fondos de Menorca y trae de cabeza a Juan Luis Sierra, químico y conservador; y una pata de una cama fenicia que, parece, tiene un paralelo en el British Museum; y los restos de un pecio romano encontrados en Valencia; o un enorme cuadernal de madera de un barco hundido en Castellón... «Aquí tenemos trabajo para toda una vida», asegura Juan Luis Sierra. Y a continuación insiste Xavier Nieto, «esto nace con la idea de ser el Centro Nacional de Arqueología Subacuática de España. Normalmente, la gente piensa que el problema más grave de la arqueología submarina es la excavación bajo el agua y no es cierto. Lo grave viene después, es la restauración de todos los materiales que han permanecido durante siglos en unas condiciones tan particulares: de humedad total, pocos cambios de temperatura, poco oxígeno, poca luminosidad, una flora y una fauna muy particular...; y cuando ya se han estabilizado allí, los sacas fuera del agua y desatas una serie de reacciones físico-químicas que pueden acabar destruyendo por completo el objeto, en 48 horas», constata Nieto.
Dicen estos expertos, que llevan todos ellos varias décadas dedicados a esta tarea, que «son mecanismos complejos, que precisan de técnicos especialistas y una maquinaria que vale una fortuna. Esto ha generado que muchas de las actividades acuáticas que se habrían podido realizar en España, no se realicen por falta de medios», describe Nieto. Una situación que se ha acabado. «Este centro, como está ahora, está preparado para empezar a trabajar y dar respuesta a la gran demanda existente en lo que a arqueología subacuática se refiere. Lo importante es que España está plenamente capacitada para asumir cualquier problema, gracias a este laboratorio que ya está acabado y totalmente apto para recibir cualquier material arqueológico que pueda llegar», añade el director de Arqua.
Aparentemente, Arquatec no es más que una enorme nave en la que poder meter casi cualquier cosa. Precisamente, ese es uno de sus grandes valores. «Dotado de todos los medios necesarios para la problemática que presentan los restos arqueológicos subacuáticos. Uno de los problemas fundamentales de la arqueología subacuática con respecto a la conservación es que bajo el mar puede aparecer desde una pequeña semilla hasta un barco completo con todo un cargamento de 4.000 ánforas. No quiero que se malinterprete, porque aquí cada pieza se trata de manera individualizada, pero es como si este fuera un centro de restauración industrial, capaz de hacer frente a grandes volúmenes de objetos, idea con la que se gestó el centro», explica gráficamente Sierra, quien añade, «aquí es todo a lo grande»: una característica de la que carecen los otros dos centros de restauración de objetos húmedos de los que disponen las comunidades de Cataluña y Andalucía, de dimensiones bastante más reducidas.
El mantra: rentabilizar
En unos tiempos en los que las inversiones se reducen a la mínima expresión, hacer una gestión efectiva es clave para salir adelante. Quizá por eso Nieto repite, como si recitara un mantra, que estar al servicio de todas las comunidades autónomas y grupos de investigación es el mejor modo de rentabilizar las inversiones, «al tenerlas centralizadas aquí. No tiene mucho sentido que una universidad o un equipo de investigación se dote de toda esta maquinaria para realizar un proyecto de excavación, con lo cual ponemos esto a su disposición, pueden traer aquí todos sus objetos y de aquí pasan a la exposición».
Entrar en esa fría nave es, extrañamente, entrar en un mundo mágico. Pero una magia que no es instantánea, que necesita cocerse en su jugo. Pocos imaginarán cómo devuelven a la vida las maderas de los barcos o los baúles que han sobrevivido a las corrientes y a las mareas, a los azotes y embestidas de los temporales marinos, durante milenios. «Es bastante sorprendente que los materiales arqueológicos se congelan. Cuando los objetos están embebidos de agua, se congelan y, luego, en esta cámara especial -dice señalando el liofilizador- el hielo se convierte en vapor. Los objetos se secan y no se deterioran. Eso que aprendimos en el cole de que el agua pasaba de sólido a líquido y de líquido a gaseoso, nada de nada. Resumiendo, es un proceso mucho más complejo», explica para profanos. Y también sorprenderá que las piezas orgánicas encontradas se conservan en un enorme frigorífico que las mantiene entre los 4 y 5 grados centígrados.
Y que la cinematográfica imagen de una momia transformándose en polvo al exponerse al sol no está tan lejos de la realidad, cuando se comprueba, en fotos, que en tan solo once días un tronco gordo como un muslo queda reducido a minúsculas astillas cuando se saca del mar y se deja en contacto con el aire. Conseguir lo contrario es un camino plagado de riesgos, una aventura a lo Indiana Jones sobre los mostradores de un laboratorio repleto de vibroincisores, microtornos, microabrasímetros, microscopios binoculares, cubas llenas de objetos sumergidos en disoluciones durante años, análisis, pruebas y valoraciones, siempre al margen de la presión, responsabilidad y estrés que supone estar bajo el ojo de cientos de personas pendientes de un hallazgo mediático.

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