Es uno de los elementos que atrae a los turistas que visitan el Museo Histórico Municipal de San Antonio Oeste.

Cada rincón del Museo Histórico Municipal de San Antonio Oeste, centenaria casona emplazada en la esquina de Rivadavia y Güemes, provoca en los turistas que la visitan un retroceso en el tiempo. El mobiliario, los objetos cotidianos, los documentos que testimonian el primer gobierno municipal, la inmensa colección de fotografías que retratan al incipiente pueblo reflejan como era la vida de los pioneros de principios del siglo pasado en esta región costera.
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Todo está prolijamente expuesto y es uno de los sitios más concurridos por los turistas. En verano suelen recibir más de cien visitas sólo por la mañana y, según Miriam Miler, la mayor concurrencia suele registrarse los días nublados o fríos.
Es un viaje por la antigüedad que tiene escalas en ámbitos dedicados a la vida social, la economía y la política. Se pueden encontrar antiguas planchas a carbón, vasijas enlosadas, cubiertos, recipientes metálicos, botellas, muebles, radios, tocadiscos, entre otros.
Pero uno de los atractivos es una gigantesca olla de hierro fundido que está en el hall de la casa. El recipiente sorprende por su porte, y tiene una riquísima historia ya que fue recuperada de entre las ruinas de un velero mercante que naufragó en la zona de Caleta de los Loros, ubicado entre Viedma y Puerto San Antonio Este.
No se sabe con exactitud cuando zozobró. Sus restos fueron descubiertos durante una marea baja por pescadores de la zona, quienes lograron rescatar diversos objetos. También fue detectada la gran olla, pero como estaba repleta de arena se hizo difícil retirarla.
Los memoriosos recuerdan que se generó una especie de competencia entre grupos de jóvenes. Muchos lo intentaron y fracasaron. El principal obstáculo eran sus casi mil kilos que pesaba. Hasta que un equipo compuesto por Amalio Giordano, el médico Benjamín Neumivakin, Poul Pedersen (primer intendente de la democracia), su hijo Pedro, entre otros, consiguieron cargarla en un acoplado tras hacerla flotar con tambores mientras bajaba la marea.
Los testimonios indican que la llegada de la olla a San Antonio fue todo un acontecimiento. “Produjo un taponamiento en la avenida Belgrano, donde muchos vecinos se aglomeraron para participar del hecho en su fase final”, expresa un cartel que describe los pormenores.
Es una de las pocas que quedan en el mundo. Luego de algunos años de deambular fue instalada en el hall del museo.

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