Decenas de submarinistas recorren las entrañas del navío en busca de desaparecidos. El agua es turbia, y la visibilidad, mínima dentro de aquella inmensidad. "Encontrar un cuerpo es desgarrador", cuenta uno de ellos
No es fácil explorar el Costa Concordia en su inmensidad, con sus casi 300 metros de largo y sus 17 puentes. Lo dice el espeleólogo submarinista Fabio Paoletti, de 42 años, que llegó a la costa de Giglio un día después de que el crucero encallara. Desde entonces se dedica a recorrer el laberinto en el que se ha convertido la nave "Siempre me da miedo, cada vez que desciendo para explorar el naufragio siento el temor de lo desconocido" admite. "Encontrar un cuerpo es horrible, y a pesar de ser desgarrador uno siente algo de alivio porque es finalmente lo que se debe hacer, pero por otro lado (...)"
Decenas de submarinistas como él se sumergen cada día en las aguas del mar Tirreno para inspeccionar todos los rincones del Costa Concordia. Paoletti, que tiene 9 años de experiencia como submarinista, cuenta que no es la primera vez que retirar cuerpos en descomposición de un naufragio. "Hacerse un camino entre los destrozos es difícil y agotador. Tenemos una visibilidad que va de 10 a 80 centímetros y para encontrar cuerpos, debemos revisarlo todo", indica Paoletti, originario de Viterbo (cerca de Roma).
La situación ahora es peor, ahora que ha aparecido una mancha oleosa en el mar formada por todos los líquidos que tenía el navío: aceites de cocina y de motor, detergentes, y solventes. El daño medioambiental ya está hecho.
Entre tanto, los submarinistas se organizan de a dos, y una vez llegan a la zona a explorar, nadan en zig-zag para cubrir todos los huecos. "Hacemos descensos de cincuenta minutos con tres tubos de oxígeno y además depositamos uno o dos otros tubos en el camino. Si no ascendemos al cabo de ese período, otra persona que permanece en el bote viene a buscarnos", cuenta Paoletti.
Los socorristan llevan siempre dos lámparas situadas en sus cascos para iluminar su camino a través del agua. Les une a la superficie una cuerda de seguridad, pero es mejor no pensar en el riesgo de que se rompa, con tantos objetos que se interponen en el camino "Cuando uno entra en pánico, hace cosas que no debería hacer y es difícil retomar la calma si uno pierde el control", dijo.
"Uno de los mayores riesgos es el de quedarse enredado en los cables eléctricos que flotan en el agua. Las tijeras son un elemento fundamental en nuestro equipo. En los entrenamientos, por ejemplo, nos vendan los ojos y nos cubren con cables", añadió Paoletti. En esa situación, "uno tiene realmente poco tiempo para liberarse y cortar las cuerdas y cables, pero sin cortar el cable de seguridad que nos lleva de retorno a la salida del laberinto".
Aunque los buceadores tienen un psicólogo a su disposición, Paoletti dice no haberlo necesitado. "Cuando uno está bajo el agua, no hay tiempo para pensar en otra cosa que no sea el trabajo. Y cuando ascendemos, uno está tan cansado que no tiene fuerzas ni para tener pesadillas", dijo.
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