Entre tortugas y delfines los días en el archipiélago se pasan a bordo de un buggy o en un barco de pescadores, escalando rocas volcánicas, nadando en piscinas naturales y con la cabeza en el agua en uno de los paraísos para el buceo.

Pulsa en la imagen para verla en tamaño completo

Nombre: gal-429797.jpg
Visitas: 1
Tamaño: 42.4 KB
ID: 8638
Bajo el feliz denominador "Nordeste brasileño" se engloba a un sinfín de playas, a varios Estados y a numerosas ciudades y poblados, y aunque todo suena a arenas de película, a aguas claras y a exuberante vegetación, vale la pena hacer las distinciones pertinentes.

Allá arriba en eso que llaman Nordeste, un archipiélago de 21 islas grita su singularidad.

Se lo conoce como Fernando de Noronha, el nombre de la ínsula volcánica más grande, la de los servicios.

A lo ancho de 345 km frente al litoral en el Atlántico la veintena de islas son Parque Nacional Marino protegiendo así a las especies acuáticas y terrestres, al ecosistema que bien le vale el mote de tesoro natural.

Los verdes avanzan sobre las arenas, como las tortugas -uno de sus habitantes célebres- que pasan sus días del huevo al agua y así a la vida, ante los ojos de los viajeros, y más allá cuando las olas apenas rompen tímidas, las siluetas de los delfines despiertan suspiros.

Pececitos de colores nadan hasta los pies del visitante y aún no metió la cabeza bajo el agua para practicar buceo, una de las actividades por antonomasia en este reducto atlántico.

Buzos del orbe y novatos se sumergen en las aguas cálidas que llegan a 28ºC, tan limpias, tan transparentes que permiten una visibilidad de 30 y hasta 50 metros. Los arrecifes coralinos y la fauna marina en derredor, son parte del atractivo. Pero también los naufragios, con sus mitos y leyendas.

Posadas de todas las categorías dan alojamiento a las poco menos de 500 personas que pueden permanecer en la isla por día. Mientras, los frutos del prodigioso mar las alimentan con las manos sabias de los que crecieron de uno y otro lado de la costa, cantando los sones de barcos y esclavos, de amores y pasiones. Esto es Fernando de Noronha.

Diversión en la reserva

Cuando se advierte que el transporte por excelencia es el buggy, que los senderos son de aventura puesto que no se pueden arreglar o pavimentar por esto de estar en un área protegida, el viajero cae en la cuenta que la diversión está asegurada.

Escalar por rocas volcánicas para acceder a una mínima playa de olas suaves; hacerse lugar entre la frondosa vegetación para divisar las especies autóctonas; navegar en una barca de pescadores hacia las islas deshabitadas y seguir el trayecto de los simpáticos delfines, es parte del paquete.

También la Villa de los Remedios, el pequeño centro colonial con su iglesia del siglo XIII, sus calles empedradas y las noches felices, cuando al caer el sol en la bajada cercana a la playa se arma el baile, con forró como punto de partida para meterse en la cultura del Nordeste.

Sin reservas

Los de aquí se esfuerzan por mostrar todo, sin reservas y se fascinan cuando provocan eso, fascinación en sus invitados. Al hacerlos bajar y subir docenas de escalones de roca -más de 40 metros- para ir a la maravillosa Bahía de Sancho, entre acantilados y verdes, el mar turquesa surge como una invitación a dejar cualquier estrés residual en la playa, junto a las ojotas.

O al ver desde arriba, desde muy arriba la playa do Leão donde desovan las tortugas de diciembre a julio. Más sorpresas al arribar a Bahía de los Porcos donde además de nadar hay que hacer snorkel y descubrir el universo marino. Más adelante habrá tiempo para descender aún más con la iniciación al buceo.

Hay 16 playas diferentes, todas de ensueño, y deben recorrerse todas para palpar sus especificidades y sus habitantes, como los delfines de Playa da Bahía dos Golfinhas, un encantador espectáculo para el que no hay que sacar tickets.

Los surfistas disfrutan de la voracidad de las olas en Cacimba do Padre, do Bode, do Boldro y Conceicao; esta última por sus piscinas naturales también es ideal para el buceo y el snorkel.

Playa da Bahía do Sudeste atesora el único manglar en una isla, refugio de las tortugas aruañas. En tanto praia do Atalaya agrega sabor a la degustación de arenas con su cerco de piedras volcánicas, con chorros de agua en la marea alta y piscinas naturales en la baja.
Funciona como laguna para los peces. Sólo hasta 30 personas por día pueden entrar en estas aguas.

Revalorizar el lugar

Desde que se pisa esta tierra la naturaleza habla y los encargados de cuidarla se esmeran en explicarle a los visitantes sobre el valor de este archipiélago que surgió hace 12 millones de años por la erupción de un volcán hoy sepultado por las aguas a miles de km de profundidad.

El devenir histórico hizo que las islas -estratégicamente situadas en el Atlántico- fueran blanco de holandeses y franceses, hasta que finalmente Portugal se hizo cargo.

De allí las 10 fortificaciones, algunas de las cuales hoy deleitan al turismo pero que desde el siglo XVIII cumplieran diversas funciones, como presidio y base militar, por ejemplo.

Por suerte desde que esta zona es área protegida los usos se limitaron, en todo el territorio. Aquí la onda es proteger lo que natura da -todas las formas de vida- y valorarlo. Cuenta de ello da el Proyecto Tamar.

Con sus variados programas de estudio sobre las tortugas marinas, un paso obligado en la estadía.



http://www.losandes.com.ar