El submarinista español Fernando García Puertas relata a ABC.es sus más de dos horas de angustia tras haber sido abandonado en el mar por la compañía de buceo que contrató en Florida
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Fernando García Puertas aún no ha podido sacudirse el miedo que le caló el cuerpo durante las más de dos horas que pasó en mar abierto, abandonado mientras practicaba submarinismo a tres millas de Cayo Vizcaíno, en Florida. A sus 43 años, con quince de experiencia en buceo y alrededor de 600 inmersiones, nunca había sufrido una experiencia así. «La verdad es que por el momento se me han quitado las ganas de echarme al agua, y eso que tenía contratadas ocho inmersiones de las que solo he hecho dos», relata a ABC.

Había aprovechado un viaje de trabajo a Miami para acercarse a bucear en su tiempo de ocio. Contrató los servicios de South Beach Divers, como ya había hecho en sus estancias anteriores en abril y mayo.

El domingo 3 de octubre salió a bucear junto con otros treinta buzos y «todo iba bien», recuerda Fernando García. En el minuto 57 de la segunda inmersión, apenas siete minutos después de cruzarse bajo el agua con otros dos compañeros de expedición, él y su compañero Paul Kline, un estadounidense de Texas a quien había conocido esa misma mañana en el centro de buceo, decidieron subir a la superficie. «Me extrañaba no encontrar el barco bajo el agua», señala el empresario madrileño.

Al no ver la embarcación, lo primero que pensaron es que como había cierto oleaje se encontraría detrás de alguna ola. «Tres minutos después nos dimos cuenta de que allí no quedaba nadie», apunta García.

«Cuando te das cuenta de que te han abandonado, piensas que algo ha ocurrido a bordo y se han tenido que ir, pero en circunstancias normales se habría quedado alguien de la tripulación. Luego crees que cuando lleguen a puerto, a no más de media hora de distancia, se darán cuenta de que faltan dos personas. Cuando llevas dos horas y media en el agua, eres plenamente consciente de que nadie se ha percatado de que estás en el agua».

Entre las olas divisaron una pequeña boya a unos 300 metros. «La vimos de casualidad ya que es extremadamente pequeña y con tanto oleaje fue una suerte », continúa García, quien una vez agarrado a la cuerda de la boya se sintió «algo más aliviado». Allí se deshizo del cinturón de plomos, mientras intentaba explicarse lo sucedido. «Atónitos comentábamos cómo era posible que nos hubieran dejado allí. No éramos capaces de asimilarlo».

Su mayor preocupación en esos momentos era no separarse demasiado «para poder actuar con rapidez» si algo le ocurría a alguno de los dos. El cansancio y la desesperación podían hacer mella en su espera y también eran conscientes de que en esas aguas podía haber tiburones.

Casi dos horas y 40 minutos después intentaban prepararse mentalmente para pasar así la noche. Apenas faltaba media hora para que anocheciera. «Lo único que teníamos era una creencia cierta de que no nos había llegado el día», subraya el submarinista español que en aquellos momentos pensaba en su familia -«sobretodo en mis mellizos de 10 años»- y confiaba en que aunque nadie se acordara de ellos «alguien nos vería, aunque fuera al día siguiente».

Dos barcos y dos avionetas pasaron por la zona, relativamente lejos, sin verles. Hasta que Paul Kline, divisó un barco. «En ese momento hinché una boya naranja que llevo conmigo y empecé a soplar un silbato, gritar y a agitar los brazos», relata García. En un primer momento los pasajeros del yate «creyeron que les saludábamos». Tras unos minutos se dieron cuenta de que los dos submarinistas estaban en apuros y dieron la vuelta para rescatarles.

«Cuando vimos virar ese barco, nos entró una paz que es difícil de explicar». Eran las 19.00 horas. Fernando García y Paul Kline salían de la «pesadilla» que temen todos los buceadores al sumergirse y que, por desgracia, les había ocurrido a ellos. «En esas situaciones uno piensa en 'Open Waters'», comentó Kline al periódico El Nuevo Herald al día siguiente, refiriéndose a una famosa película de terror basada en hechos reales que cuenta la historia de una pareja de buzos abandonada en Australia en un mar infestado de tiburones.

García Puertas se ha reunido con los responsables del centro de buceo y con Mike Beach, el capitán del barco que los abandonó. «Está destrozado anímicamente y le creo. Ambos nos echamos a llorar al vernos, ya que éramos conscientes de lo que podía haber pasado». La compañía de buceo les ha devuelto el dinero.

El empresario español, que el próximo domingo regresa a España, estudia ahora si presenta una denuncia. «No quiero hacer más daño a nadie, pero lo cierto es que las aseguradoras están para cubrir este tipo de accidentes. No olvidemos que podía haber sido realmente grave».

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