Solo hay un deporte reconocido cuya propia naturaleza sea realizar algo intrínsecamente mortal: la apnea, la resistencia sin respirar debajo del agua. Y ha costado vidas, incluso de practicantes experimentados. En 2007, el ex recordman mundial de inmersión libre, el francés Loic Leferme, moría durante un entrenamiento. Había tenido la plusmarca hasta agosto del año anterior, cuando sus 171 metros de descenso y vuelta a la superficie sin respirar fueron superados por el Herbert Nitsch, una suerte de supermán que hoy tiene el récord en 214 metros. Pese a su amplísima experiencia, Leferme sufrió el embate de una corriente, no calculó bien y no fue capaz de emerger con vida.
La última semana se celebra en Santa Cruz de Tenerife el campeonato del mundo de apnea de la CMAS, la federación mundial. En España, la Federación de Deportes Submarinos cuenta en estas especialidades con unos 300 practicantes de sus 40.000 federados en total, cinco de los cuales participarán en el campeonato. La competición, por supuesto, se realiza con todas las garantías médicas, vistos los problemas habidos a lo largo de la historia del deporte.
Según sus practicantes, resulta muy difícil comparar con nada la sensación de libertad experimentada por los practicantes de este deporte. Esa idea era la que transmitía la película que dio cierta popularidad a la actividad, la francesa El gran azul (1988), aunque no se haya convertido desde entonces en un deporte precisamente masivo. El filme relataba la competencia entre los dos grandes padres de la apnea, el francés Jacques Mayol y el italiano Enzo Maiorca.
Finalmente, la visión de Maiorca, más conservadora y con una cierta fe en su carácter competitivo, predominó sobre el romanticismo de Mayol. Este llegó a creer que el hombre tenía una especie de potencial para adaptarse al agua, y consideraba la apnea como una experiencia que nada tenía que ver con una competición. Podía reducir a voluntad sus pulsaciones a 20 por minuto, y a los 60 años todavía era capaz de descender casi hasta los 100 metros; a los 74, cuando sus facultades mermadas le impedían ese tipo de hazañas, se quitó la vida.
A lo largo de los diferentes campeonatos, las federaciones internacionales AIDA y CMAS han ido refinando su sistema de competición y sus reglamentos: por ejemplo, no se admiten marcas que sean conseguidas cuando los participantes sufran pérdidas de conocimiento o lo que en el argot se conocen como "sambas", temblores descontrolados por la falta de oxígeno.
Además, se establecieron tres tipos de especialidades como las únicas que se organizan en los campeonatos oficiales: la apnea dinámica, es decir, nadar bajo el agua sin respirar con la única ayuda de unas aletas, y cuyo récord del mundo pertenece al neozelandés Dave Mullins con 265 metros; el descenso con peso constante, en el que se baja y asciende con un lastre siguiendo una cuerda -a ciertas profundidades, los ojos deben permanecer cerrados para evitar problemas de presión-, con plusmarca para el citado Herbert Nitsch en 124 metros de descenso recogiendo unos testigos que dan prueba de lo recorrido; y la apnea estática, es decir, el tiempo que se aguanta la cabeza bajo el agua, cuyo récord es del francés Stephane Mifsud con 11:35. También hay plusmarcas femeninas, aunque casi todas están en poder de la rusa Natalia Molchanova, que se mantiene en activo a los 49 años.
Obviamente, cualquier persona empieza a sufrir daños cerebrales al cabo de tres minutos sin respirar, y no puede recuperar la automatización de las funciones vitales al cabo de algo más de cuatro minutos. Los practicantes de estos deportes siguen complejos entrenamientos para prolongar su resistencia, que suponen auténticos cambios en su fisiología, ralentizando casi a voluntad los procesos vitales. Entre ellos se pueden citar la bradicardia o ralentización del ritmo cardiaco o la vasoconstricción, que limita el envío de sangre a las extremidades para centrarse en órganos vitales como el corazón, los pulmones y el cerebro. En los momentos de competición, la sangre de estos deportistas llega a espesarse en los pulmones para evitar la contracción.
Decir que la práctica de estas actividades sin preparación resulta peligrosa puede parecer una perogrullada, pero lo cierto es que ni siquiera unos primeros pasos pueden realizarse sin la ayuda de especialistas. Porque lo que podrían parecer buenas prácticas en un contexto sencillo resultan en realidad contraproducentes. Es el caso de la hiperventilación. El exceso de oxígeno en la sangre facilita, obviamente, la resistencia, pero también supone la eliminación del dióxido de carbono. Y es la presencia de éste por tiempo prolongado en el cuerpo el que genera la mayor parte de las señales que interpretaríamos como avisos de peligro. Así, un imprudente podría llegar a perder el conocimiento sin advertir con anterioridad síntomas de asfixia.
Con todo, el presidente de AIDA, Bill Stromberg, ha publicado artículos explicando actividades sencillas con las que cualquiera puede poner a prueba sus posibilidades para la apnea. La más elemental es contener la respiración con un cronómetro, tumbado en una cama. Para realizarlo en plenitud de condiciones, es aconsejable reposar totalmente relajado por unos cinco minutos, con una respiración pausada.
Luego, tras tres respiraciones profundas, realizar una exhalación absoluta, y una posterior inhalación que llene los pulmones tan completamente como seamos capaces. Aunque al cabo de casi de un minuto el cuerpo puede realizar un espasmo en busca de respiración, aún es posible resistir un poco más. Tras tres minutos de descanso, es posible repetir el ejercicio. Stromberg asegura que, con simplemente cinco intentos de este tipo, se advierte un incremento en la resistencia.


La cifra

11:35 es el récord del mundo de apnea estática, es decir, tiempo sin respirar bajo el agua, a cargo del francés Stephane Mifsud.


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