Tiene barba de capitán y una conversación amena y siempre muy bien documentada. Sabe de lo que habla cuando abre la boca para referirse a lo suyo, la arqueología subacuática. Lleva desde los años 80 luchando en el mismo campo de batalla y aún queda, asegura, mucho que pelear. Miguel San Claudio Santa Cruz (A Coruña, 1964) no nació en el mar, pero casi. «No podía haberme dedicado a otra cosa», afirma. Su familia materna se dedicaba desde los años 30 al salvamento de buques, su padre ya fue buzo y su abuelo también, de los primeros en practicar buceo autónomo deportivo en Galicia. Las primeras escafandras se las llevaba desde París, cuando en España aun no las había, un piloto de Iberia amigo de la familia. Vamos, que prácticamente nació con una.
-O sea, que no había otra opción que dedicarse al mar.
-Es que mi tatarabuelo ya era práctico en la barra de Ortigueira. De mar en casa sabemos un tanto. Subí a un barco por primera vez en una cuna, con dos meses. Además mi abuelo paterno tenía en casa la mejor colección de cuadros de Lugrís. Aquellos parajes submarinos pintados le resultan muy sugerentes a un niño de cuatro años.
-¿Y cómo se da el paso para convertir una vocación en un medio de vida? ¿Dónde se podía estudiar entonces?
-Empecé la carrera (Geografía e Historia en Santiago) pensando ya en la arqueología subacuática, así que primero me hice arqueólogo. En la facultad no había ni asignaturas específicas ni tradición y sigue sin haberlas. Fui autodidacta con gran pasmo de mis profesores.
-¿Cómo consiguió especializarse?
-Tienes que hacer tu propia bibliografía y salir a formarte fuera. Mi suerte fue poder asistir a un curso de buceo profesional en la Escuela Náutico Pesquera de Santander y después haber trabajado en el Centro Nacional de Cartagena. Allí estuvo con gente que al fin sabía de qué les estaba hablando. Antes no había tenido nunca un interlocutor para estos temas. Para formarse en ese campo es necesario salir fuera de España, a ser posible en alguna universidad anglosajona.

-Usted creó una empresa, Archeonauta, que ya lleva un buen número de proyectos a sus espaldas.
-La empresa surgió de alguna manera por necesidad. Mi primer trabajo profesional se montó a raíz del dragado del puerto de A Coruña. Fue la intervención más importante hasta el momento desarrollada en Galicia. Ya tenía experiencia en Cartagena y ahí empecé. Desde entonces (2001) llevamos unas 60 intervenciones, en torno al 80 o 90% de las que se hicieron en Galicia. Y pasé de ser autónomo a montar una empresa con una infraestructura, con la que ya hemos trabajado, salvo en el Cantábrico, en toda España.

-¿Cómo está la arqueología subacuática en España?
-En España hay dos tradiciones marítimas diferenciadas, la mediterránea y la atlántica. Desde la Edad Media la segunda toma el relevo en la relevancia del tráfico marítimo. Los barcos de época clásica están ya muy bien estudiados y pocas sorpresas más van a dar. Lo que debería interesar más a un país como España es la investigación sobre la expansión atlántica, pero eso está muy poco desarrollado. En Galicia tenemos ejemplos magníficos, como la flota de Padilla de 1596 hundida en Fisterra.

-¿Y en Galicia aún estamos en la prehistoria de la investigación?
-Estamos mucho mejor que hace 20 años. Sí se nota un cambio de mentalidad de la Administración, pero nunca es suficiente. Siempre es necesario exigir más y existe un agravio comparativo entre lo que se dedica a este campo y a otros proyectos en tierra. Tenemos un patrimonio cultural riquísimo y podríamos estar en los libros de texto, sin embargo se dedican grandes sumas a ideas que no tienen recorrido. Hacen falta ideas, algo innovador. Compitamos con aquello con lo que nadie puede competir, no en lo mismo que todos. Muy pocos sitios tienen un línea de costa con una riqueza como la nuestra. Nadie puede decir que tiene en sus aguas una flota de 1596, y menos en estas condiciones de accesibilidad y conservación.

-Por ahora las demandas no han dado muy buen resultado.
-Es difícil convencer a determinadas personas de la necesidad de ser innovador. Pero si vamos a remolque de los demás siempre vamos a tener mediocridades. Hay que pensar qué tenemos aquí que no hay en ningún lado. Pero claro, para trabajar en esto hay que mojarse.

-¿Le ve solución?
-Me costó 15 años convencer a alguien para que invirtiera algo en este campo. En Estados Unidos me llevó 45 minutos y una presentación en un congreso para que fuera a Fisterra la Universidad de Tejas. Siempre tienen que venir de fuera para decirnos lo buenos que somos. Eso es muy triste y duele.

-¿Qué importancia tiene el yacimiento de la flota de Padilla en Fisterra?
-Tenemos un yacimiento tan increíble que nadie se lo cree. Ahora está con nosotros una investigadora griega que no sale de su asombro, porque bajamos al fondo y vamos a comer a casa. Y eso no pasa en ningún sitio. Aquí estamos en las mejores condiciones para la investigación.

-Hasta ahora se ha sacado poco material del fondo.
-Nosotros solo sacamos lo que corre riesgo de perderse, pero es que no se llegó a exponer el tesoro del San Jerónimo (uno de los buques de Padilla), que está en una caja fuerte en el castillo de San Antón con 2.500 monedas de plata
miguel san claudio santa cruz arqueólogo submarino


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