Mozambique tiene un tesoro que puede explotar para así convertirse en el Caribe africano. Y esta joya se encuentra en la Isla Benguerua, donde los delfines que brincan sobre el agua son un aviso de lo que aguarda.

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El recién estrenado aeropuerto de Vilankulos, coqueto, moderno y de aspecto colonial, es una declaración de intenciones. Mozambique sabe que tiene un tesoro que puede explotar, «convertirse en el Caribe africano», que explicaba el embajador español en el país. Desde Vilankulos, la lancha del Marlin Lodge Hotel, uno de los tres alojamientos con que cuenta la isla, tarda 45 minutos en llegar hasta Benguerua. Los primeros delfines que brincan sobre el agua son otro aviso de lo que les espera.
El amanecer allí tiene forma de barco. Por las mañanas se ve marchar al mar a los dhow (barcas típicas swahilis), con sus esqueletos de madera gastada y sus velas zurcidas mil veces. Muchas de esas barcas traen lo que después será su comida o cena.
Dentro, en la isla, se puede visitar a la comunidad y llegar hasta su laguna de agua dulce y contemplar cómo los famosos y extraños cocodrilos del Parque Nacional de Bazaruto miran de reojo a un grupo de flamencos rosas que avanza por el agua. Justo encima de la laguna nace una duna de arena rojiza, pareciera que del mismo desierto de Namibia, de más de 20 metros de altura desde la que se contempla toda la isla y un bello atardecer.
Paraíso de buceadores

Pero Benguerua es lugar de mar. Todo en esta isla lleva al paradisíaco Índico que le rodea. Hay una barrera de coral donde se agolpan los colores entre peces y rocas. Hacer snorkel allí es un lujo para la vista. Es además este lugar un punto de encuentro para buceadores. «El 30 por ciento de mis clientes vienen a bucear», dice Peter, el director del Marlin Lodge. Los centros de buceo, cinco estrellas, ofrecen clases para principiantes y inmersiones para los profesionales.


El tiburón ballena es uno de los reclamos de este fondo marino junto a mantas y rayas. Por último, la pesca es otra de las excursiones garantizadas. «Hemos pescado dos inmensos atunes», presume un grupo de turistas holandeses que salió a la mar a las seis de la mañana mientras apenas tienen fuerzas para sujetar los trofeos con los brazos.
También se puede hacer vela, pero en este caso háganlo si pueden con embarcaciones locales. Los viejos dhow tienen un encanto especial y es una buena oportunidad para entablar conversación con la población autóctona. Una copa de vino viendo como se pone el sol en estos viejos barcos es una experiencia inolvidable.
Cena bajo la luna

Luego, tendrán cenas en la playa, a la luz de la luna, con dos grandes barbacoas donde se sirve carne o marisco; paseos interminables por playas deshabitadas; una habitación que nace casi sobre el mar; una inmensa hoguera sobre la arena que abriga de la brisa nocturna en la que tomar un último trago; masajes y una excelente comida.
Mozambique es famoso por tener un fabuloso marisco y aquí salta del mar a la mesa. Benguerua es sin duda lujo, no tendrán otra opción de alojamiento, pero la vida real está allí presente para los que salgan a su encuentro. La isla es un remanso de paz con vida, vida real de la gente que allí habita (1.400 personas). Los lujosos hoteles forman parte de la comunidad autóctona y por sus arenales pasan pescadores, niños, mujeres cargando agua...
Por las noches se llega a escuchar cantar a los habitantes de las aldeas. La relación es comercial y beneficiosa para ambos. Con el tiempo algunos lazos se han estrechado y son los lodges los que construyen la escuela, la clínica o forman el equipo de fútbol. Entrar en ese mundo es lo que hace más especial este especial lugar perdido en el Índico.