La barrera de coral de la reserva natural de Sian Ka'an (México) es rica en fauna marina, pero Elías Dzul, habitante de la zona, suelta los peces que captura porque, dice, son esenciales para la vida de este precioso arrecife que protege la costa del efecto del cambio climático.
Situada a unos 150 km al sur de Cancún, donde 190 países discuten el futuro de la lucha contra el calentamiento global, y cerca del lugar donde las ruinas mayas de Tulum dominan el Caribe, la reserva de Sian Ka'an reúne mar y laguna.
"Palometa, róbalo, macabí, sábalo, abadejo, son todos peces que viven en agua salada y en agua salobre", explica Dzul, 28 años, originario de la aldea vecina de Boca Paila.
"Pero la pesca comercial no es viable, porque con ella se daña el ecosistema", dice Elías, que trabaja en un campo de pesca deportiva, donde los turistas faenan por afición y después liberan a sus presas.
La barrera de coral mesoamericana, la segunda más larga del mundo tras la Gran Barrera australiana, comienza al norte de la costa este del Yucatán y recorre cerca de mil kilómetros en aguas de México, Belice, Guatemala y Honduras. Es un ejemplo claro y delicado de cómo el calentamiento global del planeta está afectando al hábitat marino.
"Si los negociadores de Cancún se limitan a un acuerdo de estabilización del aumento de la temperatura global a 2º C, sería el final del arrecife de coral", alerta Roberto Iglesias, investigador del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad Nacional Autónoma de México en Puerto Morelos.
"Cuando la temperatura sube, el coral pierde su principal fuente de energía, procedente de la simbiosis con las algas, que pierden su función fotosintética", explica, subrayando que 2010 "está siendo el segundo año con las más altas temperaturas en el mar".
El arrecife juega un importante papel en la protección de la costa, formando una barrera natural que rompe la fuerza de las olas y atenúa la erosión de las playas, especialmente con la llegada de las tormentas tropicales.
Pero este ecosistema, fragilizado por la pesca comercial y la polución marina procedente de las zonas turísticas, se adapta con dificultad a los efectos del cambio climático.
Científicos del laboratorio de Puerto Morelos salen diariamente al mar para recoger muestras y hacer mediciones.
"La acidificación del océano es otra gran amenaza para la barrera de coral", explica Iglesia. "El 30% del CO2 emitido a la atmósfera ha sido absorbido por el océano y esto cambia la química de los ecosistemas", señala.
Conocida como Riviera Maya, la costa mexicana al sur de Cancún es una zona de rápido desarrollo turístico y fuerte crecimiento de población, lo que representa otra amenaza para la supervivencia del arrecife.
Pero algunos hoteleros como Paul Sánchez quieren demostrar que es posible desarrollar la zona de forma sustentable.
En una antigua plantación de cocoteros en la Bahía de Akumal, sobre una playa de arena blanquísima, procedente de los esqueletos de coral, Sánchez gestiona un complejo donde la mayoría de hoteles no tienen más de 12 habitaciones.
Junto a la terraza de un restaurante, hay un jardín de bananos y manglares. Su función no es decorar. "Crecen sobre una ciénaga de aguas residuales procedentes del hotel; los árboles filtran y depuran el agua sucia antes de que sea vertida en el mar", explica.
"La prueba de que funciona bien, es que ni siquiera se huele", señala, recordando que las aguas ácidas impiden la reproducción del coral.
"Hay que demostrar a los promotores hoteleros que hacer las cosas bien, que preservar el arrecife tiene sentido desde un punto de vista empresarial", afirma la bióloga guatemalteca Marie-Claire Paíz, que trabaja para la ONG The Nature Conservancy.
"Por ejemplo en Cancún, donde las construcciones han roto la dinámica de la duna, los hoteles gastan 20 millones de dólares cada dos o tres años para devolver la arena a las playas", un gasto que se podría evitar con una gestión ecológica, concluye.