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jaribas
29th January 2007, 10:00
Pocos yacimientos se libran de la visita de los expoliadores. La propia fragata El Águila ha sufrido abundantes saqueos en los 250 años que lleva hundida. El último, en febrero de este año: un italiano de 38 años afincado en Almería fue detenido por delito contra la Ley de Patrimonio Histórico cuando trataba de vender un ancla del siglo XVIII por internet. El Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil comprobó que la pieza, de 1,70 metros y 150 kilos, pertenecía a El Águila.

El detenido se excusó diciendo que se le había enganchado en las redes de su barco. Quizá fuese cierto. Pero otros ponen ahínco y muchos medios económicos para dar con un ancla o algo más: son profesionales que se dedican a esto. El primer paso es dar con una información privilegiada: la que de las coordenadas, más o menos aproximadas, que informen de la zona donde se hundió el barco. En estos casos el archivo histórico estrella es el de Indias, en Sevilla, pero no es el único. A partir de ahí hace falta un buen equipo de buzos y empresarios dispuestos a financiar los sofisticados dispositivos de rastreo de unas expediciones que se prolongan durante meses. El argumento de algunos de ellos: yo me quedo con una parte del botín y el Estado con otra. A cambio, me hago cargo de una operación, la extracción del pecio, para la que la Administración no tiene dinero.

La Operación Bahía, que se llevó a cabo en Cádiz en mayo, es el último ejemplo: la Guardia Civil desmanteló una red formada por un submarinista profesional, un historiador italiano residente en Sevilla y otras cuatro personas. Un grupo bien montado cuya cabeza estaría, según el Instituto Armado, en EE.UU., adonde se supone que iban a llegar las piezas expoliadas.

En los registros, junto con sofisticados dispositivos para localizar pecios, aparecieron cartas náuticas y gran cantidad de documentación. En casa de Claudio Bonifacio, un italiano afincado en el barrio de Triana (Sevilla), hallaron 3.000 fichas.

«Se llevaron mi trabajo de 20 años -explica por teléfono Bonifacio-, y el disco duro de mi ordenador.» Poco más puede añadir: la Operación Bahía sigue bajo secreto de sumario. Pero sí habla de lo que lleva 20 años haciendo: recopilar información en archivos, reunir datos, contrastarlos y ofrecer su conocimiento a quien lo solicite. Que lo mismo pueden ser organismos oficiales como el Instituto de Arqueología Naval de EE.UU., para el que trabajó en 1983, que particulares. «En otras ocasiones no sé para quién trabajo, sólo hablo con intermediarios», concluye. En su opinión, el hecho de que la cabeza de estos grupos suela estar en EE.UU. tiene su explicación: «Allí la legislación es mucho más laxa», afirma.

El equipo del CAS se conoce al dedillo cada metro cuadrado del fondo marino andaluz. Desde 1997, lo han rastreado al milímetro ayudados por sónar de barrido y sónar multihaz. Cualquier anomalía que aparezca en las imágenes que toman estos aparatos puede significar que entre el limo se esconde, por ejemplo, un cargamento de ánforas romano. El objetivo de estas prospecciones es, en palabras de Carmen García, directora del CAS, «conocer y proteger» el patrimonio submarino andaluz. Su trabajo no se rige por el criterio económico de los expoliadores sino por el histórico. «Un objeto pierde parte de su información fuera de su contexto: su ubicación en el fondo del mar y su relación con el resto de objetos da muchas claves acerca del pecio: cómo se produjo el naufragio, qué tipo de navío era. La inscripción de un cañón o el dibujo de una cerámica pueden ser vitales para datarlo», apunta García. «Por eso sólo se extraen aquellas piezas que corren peligro, bien por expolio bien por condiciones naturales», añade.

A pocos metros del laboratorio, se guarda la última joya del CAS: la aplicación informática que permite cruzar todo tipo de variables históricas (nombre del barco, fecha y área de naufragio, carga que llevaba) y geográficas (profundidad, tipo de fondo). «Con sólo introducir el nombre de una zona, aparecen todos los barcos que se han hundido allí. Es una herramienta muy útil -explica Carlos Alonso, el jefe del departamento-. Por ejemplo, si se va a realizar una construcción, podemos saber si hay pecios en la zona.» Poco a poco, la base de datos irá engordando, y arrojará su granito de arena en la lucha por conservar uno de los entornos submarinos más ricos del mundo.