PDA

Ver la versión completa : - Cerré los ojos y lo pude contemplar



Semidan
23rd December 2007, 18:55
Hola a todos. Me llamo Nicolás y tengo 15 años. Vivo en Gran Canaria y no hace mucho que empecé a practicar este deporte. Mi afición al mar y el vivir en una isla incentivaron aún más mis ganas de probar nuevas SENSACIONES bajo el mar. Con tubo o botella, con aletas o sin ellas, armado con mi cámara o únicamente con mis ojos, intento cada vez que puedo, darme una escapada al gran azul.

Estas que os cuento a continuación son mis pequeñas historias de buceo. Mejor o peor contadas, espero que les hagan recordar sus maravillosos primeros momentos en esta fantástica afición que nos une.

Cerré los ojos y lo pude contemplar
________________________________________
Era muy temprano aún, antes incluso del amanecer. Estábamos en vacaciones ya y yo tenía sueño. Pero tenía más ganas de bucear que de dormir. Ese día hacía ya tres semanas que no buceaba, y no quería pasarme un día más sin poder practicar mi deporte favorito.

Mi padre y yo nos vestimos y preparamos, casi todo estaba ya en su sitio de la noche anterior, pero quedaban detalles por cubrir. En cinco minutos estábamos en la puerta de Olisub, cargando los equipos en el coche y hablando con dos personas que fueron también a bucear con nosotros. Uno de ellos fue uno de mis acompañantes en mi bautizo y es actualmente amigo de la familia por tres flancos, yo, mi padre y mi tía por separado.

Partimos hacia el Cabrón, hacia Arinaga, yendo por la autopista y contemplando el maravilloso paisaje a nuestro alrededor. Siempre que lo observo tengo ganas de bajarme y empezar a sacar fotos como un loco. Pasamos por el aeropuerto, cosa que siempre atrae mi mirada, incluso a veces puedo ver a algún avión despegando o aterrizando, si tengo suerte claro.

Después de un placentero viaje llegamos al principio del camino de tierra, lugar donde pudimos ver como el agua estaba como un plato, inerte, genial para bucear. Ahora toca agitarse un poco, el camino de cabras, como bien es llamado por mi padre nos revuelve antes de llegar al lugar final, incluso mojándonos con algún que otro charco más bien grande por el que pasamos.

Concluida la parte final del trayecto podemos estacionar el coche y bajarnos para hablar con los demás que nos esperaban, muriéndose de frío como nosotros. Una conversación sobre diversas cosas como una nueva ley que impide dar cachetes a los hijos o el respeto que se tenía antiguamente a los mayores nos termina de enfriar, por lo que empezamos a movernos y a vestirnos.

Mientras yo arreglo el equipo algo patoso, quizás fuera por el tiempo que hacía que no lo usaba, quizás fuere por el frío o quizás por el sueño que tenía en ese momento, el caso es que no estuve del todo acertado. Primero se me olvidó una de las correas del chaleco para con la botella, luego no supe hacia que lado abrir la botella y para colmo a la junta del chaleco a la misma desprendía aire.

Revisado y vuelto a revisar por el instructor lo metimos en el agua, ya que decía que como muchísimo perdería un bar en toda la inmersión. Cierto es que según me dijo eso me olvide completamente de ello.

A la entrada al agua, tuve miedo de resbalar y caer, como casi siempre hacía. Puede que uno de los aspectos positivos de la inmersión fuera que no me caí, pero la verdad es que estuve un buen rato para ponerme las aletas y entrar en el agua. Como anécdota contar que siempre, antes de bajar por la cuesta de tierra que separa el aparcamiento entre comillas de los riscos y lugar de entrada a bucear, escupo a las gafas para no tener el molesto vaho molestándome allí abajo. Lo gracioso es que siempre se me olvida quitar el escupitajo al bajar, y al final acabo buceando con él, cosa que no me afecta, ya que siempre me acuerdo al salir.

Lo dicho, al entrar sentí un frío intenso que me duraría toda la inmersión, así que decidí empezar a moverme desde el principio, mientras me acercaba a los otros y les hablaba. El frío no se esfumó, pero algo si amainó. La verdad es que mi afición por las duchas casi heladas por las mañanas antes de empezar el día me han ayudado a saber soportarlo bien.

Bajamos, descendemos por esos mundos desconocidos, llenos de vida pero con el azul dominando entre todo eso. La visibilidad era buena, pero no excelente. El horizonte se perdía, asustándonos, ya que no conocemos que hay más allá de ese fondo nublado azul.

La inmersión comenzó bien, yo y mi padre íbamos los segundos, detrás justo de Oli. Creo que mis súplicas a mi padre de que fuéramos pegados a él afectaron, la verdad es que prefiero su ritmo, no el de mi padre, pero todo es cuestión de acostumbrarse.

Descendíamos poco a poco por esos fondos llenos de gran cantidad de vida, las viejas y las fulas nadaban a nuestro alrededor como si nos conocieran de toda la vida, animándonos a acompañarlas a seguirles el juego. La corriente nos llevaba de un lado al otro sutilmente, tanto que sólo nos dábamos cuenta cuando veíamos al de delante bailando a su son.

En cada grieta en las rocas podíamos ver a los erizos escondidos en ellas y a las morenas refugiándose, mirándonos no con demasiada amistad. Todavía recuerdo la cara de la última que vi, fue a mitad del camino, su cara la verdad es que no infundía caridad, más bien respeto a sus mordidas.

Mas allá, ya bajábamos por el precipicio que separa lo bonito de lo fascinante, allí abajo todo es más grande, los peces, las rocas, todo sin excepción. Algo me asusta bajar, pero al final creo que me he acostumbrado, o por lo menos estoy en proceso de ello.

El frío cada vez era más poderoso en mí, a la vez, unas ganas de orinar me invadieron, y un dolor en los lumbares, posiblemente de cargar la botella durante mucho rato, o simplemente por que a los lumbares les apetecía molestar. Estos tres factores son los que no me dejan terminar de encajarme en las inmersiones como uno más, y que siempre me tengan que dar aire durante un rato.

Cuando informé al instructor de que me quedaban sesenta bares me hizo la postración de pegarme un tiro y luego me pasó su octopus. Mientras iba pegado a él pude ver un grandísimo, llegando a la calidad de enorme banco de peces, sargos quizá, no lo se con certeza. También entramos en varias cuevas, más bien entraron, algunos nos quedamos a las puertas, esperando que los valientes salieran y retomáramos el camino. En una de ellas mientras iba sumido en mis pensamientos oí un sonido extraño, nunca lo había oído, era mi padre avisando con un tubo de plástico con piezas de metal dentro que había visto un chucho. Yo lo conseguí ver yéndose, algunos casi no pudieron, una pena.

De vuelta ya al hoyo por donde empezamos la inmersión vimos el precioso árbol de navidad y su belén allí puesto. Una pena que no pudiera haberlo ayudado a colocar, pero el tiempo me lo impidió. Resultaba muy bonito, una fantástica estampa para decorar el lugar. Ya decía yo de dónde procedía la guirnalda dorada que nos habíamos encontrado antes, justo pasada la morena simpática. También pude ver mi primera estrella de mar, siempre recordaré ese amarillo claro y algunas tonalidades moradas. En superficie seguramente sea de otro color, pero, quien quiere verla así.

Cabe mencionar, que durante un corto espacio de tiempo, cerré los ojos, quería saber que se sentía, si me evadía de mi sentido de la vista, y disfrutaba con los demás de lo que puedo permitirme hacer. Fue una sensación fascinante que ahora puedo compartir con todos ustedes, pero tuve que terminar por abrir los ojos, hay sensaciones que por placenteras no quitan lo que asustan. Lo desconocido siempre opta por asustar.

Siguiendo con el camino marcado que seguimos siempre vi como de una pequeña cueva salía algo de luz, enseguida pude ver que era la misma de la guía que había estudiado en la tienda antes de cargar el material. Era la esquina por la que debíamos doblar para seguir hacia la salida. La verdad es que me alegré mucho de poder reconocer un lugar bajo el agua, puede que fuera el principio de mi buena orientación subacuática, puede. Mientras veía como algunos entraban y salían por lugares distintos de la misma seguíamos hacia nuestra meta.

Allí, nadando por una explanada acabé de chupar el aire de otro y seguir por el mío propio. Desde allí vi como empezábamos a caminar por un suelo de piedras. Cosa que también sabía que indicaba lo cerca que estaba nuestra salida, esta vez no por una guía, sino por otra inmersión. También vimos unos mini volcanes, de donde brotaban burbujas de aire, nunca atino a preguntar que son, siempre se me olvida.

Ya podía divisar la salida, pero aún me quedaba para poder abandonar tal majestuosa inmersión, en el reloj de mi padre aparecían dos minutos de descompresión, minutos que hay que gastarlos a tres metros, sin poder salir, sin poder orinar. Según un gesto que hice Oli pudo adivinad mis ganas de vaciar los tanques de mi cuerpo y sonrió. Yo intento no hacerlo, pues se me llenan las gafas de agua y me molesta. Una cosa que me impresiona es verlo a él siempre con las gafas repletas de agua, por algo lo hará, pero yo prefiero no copiarlo

Cuando Oli se disponía a salir, y sin hacer caso a lo que había aprendido en el curso de no dejar a mi compañero atrás seguí a Oli para poder mear de una vez. Sabía que mi padre me iba a seguir, y que aún quedaban cuatro magníficos buceadores allí abajo. Salí incluso antes que Oli. Algo que no tuve que hacer, cuando vi su cara al verme sentado esperándolo allí arriba, sin mi compañero.

Me ayudó a quitarme las aletas, se supone que él me quita uno de los enganches de la misma y así yo puedo salir tranquilo. Pero cuan rápido quería quitarme el equipo y orinar que yo también quite un enganche sin darme cuenta. Enganche que él luego pudo recuperar, no se como.

Pues como quería hacer ya desde hace tiempo me quité todo y por fin hice lo deseado, ustedes ya sabrán que es, no quiero recalcarlo más. Después de eso Oli me dijo alguna cosa que hice mal y les hecho la bronca a los otros por no avisar a ciento diez bares. A uno de ellos no le dijo nada por que tenía esa cantidad justo ahora, que pulmones debe de tener, que pulmones.

Cuando llevé mi equipo arriba descubrí que algunos de los que me acompañaron se cambiaban abajo, en los riscos, y así no se ensuciaban. Los imité debido a su experiencia, y me funcionó. Menos por lo lento que soy al quitarme el traje creo que fue la vez que mejor me lo he pasado cambiándome. Con conversación incluida.

Después de eso poco quedaba, ahora nos despedíamos y partíamos hacia nuestros hogares, a algunos nos quedaban todavía dos pisos de cargar el material y el endulce. Y ahora que me doy cuenta, creo que yo todavía no he endulzado mi material, es domingo por la tarde y tengo que entregarlo mañana. Esta noche toca mojarse. Y también rellenar el libro de inmersiones que todavía está en blanco. Creo que no tendré mucho problema para completarlo con exactitud, mis crónicas, fastuosas por si solas me ayudarán a saber todos los detalles de las inmersiones, desde a que hora me levanté hasta cuantas burbujas salían por el regulador.


Este es el relato de mi última inmersión, la número doce contando las del curso. Aunque muchas de ellas no puedan ser tomadas como tal, ya no solo por su profundidad y demás, sino porque algunas ni me atreví a bajar.

Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguiente historia. Un Saludo, Nico.