PDA

Ver la versión completa : - Cuando de las cenizas resurgió el ave fénix.



Semidan
12th October 2007, 18:33
Hola a todos. Me llamo Nicolás y tengo 15 años. Vivo en Gran Canaria y no hace mucho que empecé a practicar este deporte. Mi afición al mar y el vivir en una isla incentivaron aún más mis ganas de probar nuevas SENSACIONES bajo el mar. Con tubo o botella, con aletas o sin ellas, armado con mi cámara o únicamente con mis ojos, intento cada vez que puedo, darme una escapada al gran azul.

Estas que os cuento a continuación son mis pequeñas historias de buceo. Mejor o peor contadas, espero que les hagan recordar sus maravillosos primeros momentos en esta fantástica afición que nos une.

Cuando de las cenizas resurgió el ave fénix.
________________________________________
Con todavía dos crónicas sin hacer empiezo esta otra. Espero que este fin de semana acumule más, y así tenga más que contar.

Era domingo, un buen día para bucear. Durante muchos días había estado maquinando y negociando para poder ir hoy solamente con Pedro. No solo por el hecho de que me lo iba a pasar bomba con Anatolia y él. Sino la acción de ir sin mi padre, algo que, en un posible futuro próximo, me daría la libertad de no tener que ser acompañado.

El sol aún no había salido, y yo, como siempre, me levantaba dispuesto a tener un gran día, este, todavía mejor, iba a bucear. Eran algo más de las seis y empezaba a hacer mis ejercicios de rehabilitación. Suelen durar dos horas, así que normalmente me levantaría a las cinco, pero hoy era sábado, y, por lo menos yo, descanso en fin de semana, poco, pero lo hago.

Ya terminada y agotado me duché, vestí y arreglé algo mi habitación (hice la cama; cogí las cosas de ese día, tales como los documentos de buceo o los materiales para practicarlo y poco más) y me dispuse a prepararme el desayuno. Hoy me levanté con tiempo de sobra, como casi siempre, así que tuve tiempo de prepararme unos macarrones con tomate y atún, unos vasos de leche y zumo, e incluso una manzana, cosa con la que tardo mucho, ya que a esa hora lo de masticar tanto no es del todo cómodo.

Ya estaba preparado, ahora sólo tendría que esperar hasta las ocho y media para marcharme al punto de región, por el mercado, unos quinientos metros dirección este, por bajada. Para hacer tiempo me repasé el manual de buceo del curso, las tablas y demás. Aunque dudo mucho que las llegue a usar en un periodo más o menos largo de tiempo. El aire de la botella se me acaba antes de que llegue al tiempo de descompresión, ni siquiera rozo el de máxima seguridad.

Por fin mi madre estuvo preparada, ella me tenía que acompañar hasta la parada única y fortuitamente. Llegamos sobre la hora estipulada, unos diez minutos antes. Nos disponíamos a sentarnos, pero al estar por allí unos jóvenes algo ebrios mi madre prefirió hacerlo algo más alejados de ellos.

Mientras esperábamos intentaba distraes mi atención con lo que podía. Analizaba cómo caminaba la gente, la ropa que llevaba, cómo, cuando y porqué movía manos o piernas. A partir de que mi profesora de lengua del instituto nos hablara de cómo analizar las posturas y demás me gusta de sobremanera hacerlo a cualquier sitio que voy.

Pasaban de las nueve y veíamos que no llegaba, primero pensé que no habíamos equivocado, luego que él ya podía haber pasado, pero rápidamente me di cuenta de que eso era muy poco probable. Me dispuse a llamar varias veces, pero los jóvenes antes nombrados estaban pegados a la cabina, y, otra vez mi madre, no quería que me acercara allí.

Cuando pasaban ya de las nueve y cuarto , por propia iniciativa me dispuse a llamar. Pedro me lo cogió y, tras una breve conversación volví al lado de mi madre. Al parecer tuvo un problema con el coche y veía con el del hermano. Dicho y hecho, en pocos minutos se plantó por aquellos lares con aquel coche azul nunca antes visto por mis ojos.

Mi madre habló con él durante poco tiempo, ella supongo que también lo estaba analizando, y seguramente, mucho mejor de lo que yo lo hago con la gente. Finalmente, y sin más dilación, partimos hacia Sardina del norte, un muelle de Gáldar, un lugar muy bello y genial para la práctica de mi deporte favorito.

El camino fue largo, unos cuarenta o cincuenta minutos de trayecto. Durante el cuál hablamos de lo que haríamos en la inmersión, y llamamos a Anatolia, quien iba a bucear con nosotros, y que al parecer se retrasó por motivos ajenos a su voluntad, las necesidades fisiológicas de su perro.

Llegamos, desde hacía ya un trecho del camino veníamos siguiendo a una furgoneta de un centro de buceo, aquella furgoneta siempre me ha gustado, el color y los adornos me parecen muy fascinantes. Casi toda ella es roja, menos una raya diagonal de color blanco, simboliza la bandera de buceo, así que es una buena decoración.

Durante casi los últimos metros discutíamos sobre la ubicación de un centro de buceo, Buceo Norte, él decía que estaba en un lugar y yo en otro, pero es que yo lo había visto en mi bautizo y en mis prácticas, y él hacía tiempo que no. Al final tuve yo razón, durante un momento pensé que no, pero al final si. Es que había cambiado de sitio, y no hacía mucho.

Bajamos por aquella empinada cuesta hasta el final de ella. Y tratamos de aparcar el coche ocupando dos plazas, ya que también tendría que caber el de Anatolia. Salí del coche mostrando la otra camisa que conseguí en Arinaga, la blanca de mi padre, que le sustraje por la mañana y que muy orgullosamente mostraba allí.

Al llegar vimos a gente conocida, pero supongo que la hora y las ganas nos impidieron levantarnos del banco en el que nos sentamos. Contemplábamos las maravillas de la playa, entre ellas un hombre que intentó pero, por suerte, no consiguió cazar algún pulpo; y una bella dama que vino ya casi al final.

No tardó mucho en venir Anatolia, y quitarnos de golpe aquella maravillosa alucinación momentánea. En un momento aparcaron bien los coches y sacamos los equipos. A mí me faltaban traje, chaleco y regulador. Pero gracias a Anatolia, Pedro y Juan, respectivamente, los conseguí.

Este último no buceó con nosotros, pero lo conocía de la inmersión del día anterior, de estar al lado de él en la comida. Él, muy amablemente me lo prestó.

Mientras nos vestíamos y hablábamos de todo un poco nos ocurrieron dos cosas, primero fuimos a saludar a un antiguo compañero del ejército de Anatolia, y luego estuvimos escuchando la música de los Pecos de un singular personaje. La música estaba más bien chirriante, la reconocí por mi acompañante, yo no tenia la más mínima idea, y luego estaba el hecho de que se paseara sin camisa y con un también singular tanguita rojo, del cuál nos reímos mucho, disimuladamente claro, pero nos reímos.

Ya completamente vestidos Anatolia me dejó llevar su ordenador de buceo. La verdad es que me ilusioné mucho cuando me lo dio, nunca había llevado ninguno y me quedaba bastante bien, aunque este mal decirlo por mi parte. Pero la verdad es la verdad.

Anatolia se fue con Irene, una chica muy simpática la cual iba a hacerle algunas fotos subacuáticas.

Ellas se fueron algo antes que nosotros, a mí me quedaban cosas todavía por arreglar. El panorama se veía muy distinto que en mi bautizo, en él tuve hasta pánico de ver la figura del mar, en esta ocasión quería tirarme cuanto antes, el calor apremiaba.

En ese momento había gente saliendo de la escalera, y la marea tan baja no ayudaba a que lo hicieran rápido. Así que al final decidimos tirarnos unos escalones por encima. Bueno, yo casi me iba a tirar unos cuantos más de los necesarios, suerte que Pedro me corrigió a tiempo.

Me tiré al agua cómo me habían enseñado, un paso gigante mirando hacia el frente y tapándose regulador y gafas. La sensación que tienes al hacer eso es indescriptible, así que ahí lo dejo, tendréis que probarlo para averiguarlo, suerte.

Entonces bajamos, deshinchamos los chalecos y fuimos aterrizando en los suelos de las profundidades. Al principio, y como siempre no vi ningún pez, en esos momentos me adaptaba al medio, y lo último que percaté fue su presencia.

Bajaba y compensaba mis oídos, durante un breve lapso de tiempo intenté respirar como mi instructor, una maniobra bastante difícil a la que todavía no me puedo enfrentar. Mientras el respiraba una vez, yo lo hacía seis. Bueno, es lo que tienen décadas de práctica, que se respira más tranquilo. Su sensación cuando entra al agua no debe variar mucho de la que siente en tierra, el mar es su segunda casa.

Mientras descendíamos por esos maravillosos fondos los nuestros contemplábamos una belleza sin fin, otra vez me quedo sin palabras para poder expresar lo que se siente allí abajo.

Mientras vagábamos sin rumbo fijo por aquellos lares nos acercamos a una especie de timón en medio del lecho marino, rodeado de anguilas jardineras que se escondían a nuestro paso, quince metros marcaba el ordenador, aproximadamente unos seis pisos de altura, pero mucho mejores invertidos.

Allí había dos buceadores, conocidos por el foro, eran Majete y Aurinlara en él, aunque yo no tuve esta información hasta más tarde, ya habiendo salido. El primero sacaba fotos a la nada, así que intenté prestar atención a lo que hacía, nada, no veía nada. Mientras me movía por allí, al parecer levanté bastante arena, yo no se controlar todavía esos detalles, pero no creo que fuera del todo grato para nadie que pasara por allí.

Ellos ya lejos de allí Pedro me señaló para un punto exacto de todo aquello. Tardé en verlo, pero por fin divisé la muy linda figura de un caballito de mar. No debía medir más de dos centímetros, y, al parecer esta embarazado, embarazado lo digo por que en su especie son los machos los que aguantan en su interior a las futuras crías.


Me quedé muy gratamente sorprendido al verlo, me dio una gran satisfacción el estar allí contemplándolo, creo que solo este hecho me alegró el día y la inmersión.

Seguimos para adelante, recorriendo un camino distinto al que ya había recorrido. Nos rodeaban las rocas, una muy linda toma para haber llevado la cámara, pero todos los que bucean y me conocen han coincidido en que debería controlar los aspectos básicos del buceo antes de llevar una cámara. A veces dan ganas de no hacerles ningún caso, pero en el fondo, muy en el fondo, tienen razón.

Regresando de vuelta a las escaleras vi la forma de una manta en el suelo, a mi juicio esta se había posado y se había ido ya, pero no, aún dormitaba por allí. Nos acercamos cautelosamente a su figura, y, por fin la vi, vi sus grandes ojos al acecho de las presas. Al pensar en ello y sabiendo que estaba muy cerca de ella decidí alejarme, con algo de miedo, de ella.

Pedro me pidió otra vez que le diera la presión de mi botella, al dársela, alrededor de cincuenta bares, siguió con su camino de vuelta.

Llegamos a un sitio, algo alejado de dónde normalmente salimos. Pero resulta que la marea estaba muy baja, y debíamos continuar por superficie. Por fin llegamos a las escaleras, aunque estaban más altas que cuando bajamos, aún estaban demasiado altas para subir cómodamente.

El chico que nos encontramos a la ida ayudando, a lo que yo creo que eran sus alumnos, a subir. Me ayudó muy amablemente a subir. Pedro decidió dar otra vuelta él sólo, cosa que no me gustó nada, pero que no iba a ser yo el que se lo prohibiera. La excusa fue que Anatolia estaba por allí y que no había mucha profundidad.

A la vuelta me enteré de que había hecho el mismo recorrido pero un poco más largo y que encima le sobraba más aire en la botella que a mí. Como ya he dicho, cosas de la práctica.

Mientras me desvestía y ordenaba el equipo en superficie lo observaba todo. Normalmente cuando has hecho una larga inmersión, y esta, por lo menos para mí lo fue, también tienes una sensación bonita pero extraña, como que te pesa todo, algo normal sabiendo que el agua te sostiene cuando pululas sobre ella.

Por allí abundaban muchos buceadores, que, como yo se cambiaban, muchos para entrar o muchos que ya salieron. Los observaba, miraba lo que hacían con su material, las mejores técnicas para que no se te llene de tierra, hasta para esto hace falta practicar.

Poco más tarde llegó Anatolia, también con esa particular cara de felicidad con la que sales del agua, con ella salía Irene, pero tomaban caminos distintos, en función del aparcamiento de su coche. Anatolia vino a parar a mi lado, me preguntó que cómo me había ido la inmersión, y estuvimos un rato hablando sobre nuestras particularidades. Se alegró mucho cuando supo que vi una manta y un caballito, es una gran amiga.

Normalmente a todos en general y a los que bucean conmigo en particular les digo que lean mis crónicas, que ahí se enteran hasta que comí. Aparte, a mí me sirve como recurso para mi libro de inmersiones, en el caso de que me faltara alguna información.

Antes lo hacía según la acababa, pero durante esta semana de agobios por las clases y el nuevo curso no he tenido ninguna gana. Al final el gusanillo me volvió a picar y volví a hacer alguna. También me sirve para practicar la narración y la descripción, cosas que ahora estudio y que en teoría lo tengo muy claro, otra cosa es la práctica, como todo es cuestión de intentarlo.

Una vez oí que alguien experto en una materia era aquel que había cometido todos los errores posibles en su práctica. Estoy desacuerdo.

Casi terminando de quitarnos el equipo apareció Pedro, y me contó un poco lo que hizo, seguí sin estar deacuerdo, pero seguía sin querer contradecirlo.

Los demás estaban en la cafetería que está en medio justo del muelle, nunca he comido allí, pero tiene que ser muy bonito tomarte algo con la brisa del viento a tus espaldas y acabado de bucear. Seguro que este fin de semana sabré lo que es y seguro también que os lo contaré, con pelos y señales si hace falta.

Yo tenía que devolverle el regulador a Juan, pero me dio mucha vergüenza, así que al final se lo tuvo que dar Anatolia. Pedro y yo nos marchamos, a Pedro le surgió una cosa, y nos fuimos. Aunque me hubiese gustado quedarme allí y hablar un poco todo salió a pedir de boca.

Durante el camino, y como ya es normal viniendo de Sardina me dormí. Algún que otro cabezazo me despertaba, pero en resumen dormí más que nada. Llegando a la rotonda de las dos cabezas, cerca de mi instituto Pedro me despertó, tenía que llevarme a mi casa y no sabía por dónde.

Tras mis indicaciones llegó al sitio, nos despedimos y nos fuimos. Yo llegué a casa de mi abuela, allí comí y más tarde me trasladé a m casa, tenía, no con mucha gana, que endulzar el equipo. Pero es lo que tiene el bucear, si lo hace, a endulzar.


Esta ha sido la crónica de mi inmersión en solitario con Pedro, la primera que hago a gusto en Sardina, la primera después de mi curso, la primera en ver un caballito, y la primera en ver una manta, ese día fue la primera vez para muchas cosas, y todas ellas muy agradables. Cómo comentaba antes yo les recomiendo que prueben el buceo, suerte.

Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguiente historia. Un Saludo, Nico.

jaribas
17th October 2007, 07:41
Comparto contigo eso de:
Una vez oí que alguien experto en una materia era aquel que había cometido todos los errores posibles en su práctica. Estoy desacuerdo.
y como siempre, muy entretenido de leer ademas de que transmite lo que muchos sentimos por esta afición.
Gracias por compartirlo nico.

Semidan
23rd December 2007, 12:28
Gracias Ángel, porue tú siempre me has apoyado en esto de las crónicas. Muchas veces no tuve ganas de seguir, pero gracias a ti lo hice. Ahora empezaré con la última de ellas: la de ayer en el Cabrón. A ver si hay suerte y sale algo bonito. :smile:

Un saludo.
Nico.