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Semidan
25th August 2007, 18:46
Hola a todos. Me llamo Nicolás y tengo 15 años. Vivo en Gran Canaria y no hace mucho que empecé a practicar este deporte. Mi afición al mar y el vivir en una isla incentivaron aún más mis ganas de probar nuevas SENSACIONES bajo el mar. Con tubo o botella, con aletas o sin ellas, armado con mi cámara o únicamente con mis ojos, intento cada vez que puedo, darme una escapada al gran azul.

Estas que os cuento a continuación son mis pequeñas historias de buceo. Mejor o peor contadas, espero que les hagan recordar sus maravillosos primeros momentos en esta fantástica afición que nos une.


Planeando entre las rocas.
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Hoy, cómo cada mañana de verano me he despertado, eran las ocho y media pasadas y la inmersión me esperaba. No tenía casi tiempo y no pensaba llenarme mucho el estómago, así que lo único que me tomé fue un tazón de cereales con leche. Mis cosas ya estaban preparadas del día anterior, toalla, calzoncillos para cambiarme y la ropa que iba a usar. Me puse unos pantalones vaqueros, pobre de mi, porque a esa hora tenía algo de frío, después pasé más calor que otra cosa.

Fuimos en coche hasta la tienda dónde recogeríamos el material necesario, hoy, cómo haríamos una inmersión doble había que cargar dos botellas por cabeza. Creo que voy a tener que pagarle una póliza por el gimnasio aparte, bueno, y también por psicólogo. Porque se tuvo que pegar su tiempo para convencerme hoy que bajara. Dijo: o bajas y te vas, y me convenció.

Cargado ya el equipo seguimos a su mujer, la cuál todavía desconocía el nombre hasta Arinaga, dónde haríamos la inmersión. Hoy descubrí que su nombre es Luz. El camino fue más corto que si fueramos a Sardina, pero el último tramo, unos quinientos metros era de piedra, sin asfaltar. Y la verdad es que entre el vaivén y las rozaduras con la parte baja del coche, creo que a mi padre le gustará más ir a Sadrina.

Todos aparcados nos reunimos con el resto del grupo y Oliva, el instructor. Hablamos por encima de lo que iba a ser la inmersión y después cada uno fue a su coche a cambiarse. La verdad es que había muchísima gente para bucear por allí, yo calculo que unos treinta al llegar nosotros. Y después la larga cola que cogimos al entrar, quince personas con su equipo puesto esperando para meterse en el agua. En resumen, una pasada, o cómo decían los alemanes que había por allí, un “overbooking”.

Tras algunas peleas para ponernos los trajes, o al menos yo sí, montamos todo el equipo. Una anéctoda fue el que monté los atalajes a la botella al revés. Y yo trabado mirando que fallaba... Justo en esos momentos llegó Pedro, había quedado con él ese día. Todavía no lo conocía en persona, pero no tardé mucho en reconocerlo. Primero me quede mirando su camiseta, yo pensaba: que razón tiene. En ella ponía “uy que caló”. Al verlo me sonó mucho la cara y parece que el también me reconocía a mí. Nos pasamos un rato hablando y al final se decidió por meterse en el agua. Más tarde nos vimos en superficie a la salida de la primera inmersión.

Cargados hasta no poder más bajamos por un cuesta de piedras, yo la verdad es que iba algo lento, pero con todo el peso que llevaba no pensé en correr. Llegamos hasta unos riscos y fuimos bajando uno a uno, lentamente. Allí Oliva nos ayudaba a ponernos las aletas y Luz nos esperaba en el agua. Teníamos que tener precaución en superficie, ya que había algo de corriente.

Al principio me ocurrió lo que en Sardina, no quería entrar, estaba algo nervioso. Mi padre y compañero de inmersión me apremiaba desde abajo, pero es que yo no estaba del todo seguro. Al final subió el instructor, y tras unas palabras me convenció a bajar. Acostumbrándome al medio me quedé por allí abajo, agarrado de su brazo en todo momento, pero me fui tranquilizando muchísimo, y se lo decía con las señas.

Seguimos descendiendo todo el grupo y viendo todo aquello, una maravilla. En la primera inmersión no iba muy pendiente de justamente eso, los peces. Pero me acuerdo de ver unas cuantas viejas hembras, esas que tienen el colorido tan vistoso y bonito. Llegamos hasta una especie de acantilado, estábamos aproximadamente a diecisiete metros, y allí preguntaban el aire existente en sus botellas. Jueso en ese momento, en el que Oli estaba lejos, mirando los manómetros ajenos me puse algo nervioso y lo busqué alterado. Sólo me tranquilicé cuando i su mano asomarse por encima de mis gafas, le agarré y volvimos.

Durante toda la inmersión, salvo en superficie no vi a Luz, después me contaron que estaba vigilando desde arriba, no valla a ser que alguien pegue un “globazo”.
No mucho más adelante paramos a unos seis metros y, por lo menos los demás, hicieron las maniobras con las gafas y el regulador. Al verme asustado el Oliva decidió que yo no lo hiciera.

Mientras los otros hacían sus maniobras yo miraba embobado a un pez pequeñito que estaba quieto en el fondo, ambos nos mirábamos, fue la verdad que algo gracioso. Pero yo hice de todo para no sonreir, ya que cuando lo hago me entra agua en las gafas, y eso todavía no lo tengo dominado.

Ya tocaba salir, Oli subió primero mientras luz y los demás estabamos esperando. Cómo era una salida difícil y había algo de corriente él nos ayudaba a salir del agua. Ibamos acostados boca abajo, con el regulador y las gafas puestas mientras nos quitaba las aletas y nos ayudaba a ponernos en pie. Sali con cuidado y muy lentamente, era mucho peso y aquello resbalaba.

Todos ya en tierra nos quitamos el equipo, hablamos un rato y oli me dio una colleja amistosa, pro la inmersión había sido muy favorable. Y yo estaba muy contento de haber bajado tanto y tanto tiempo.

Allí nos quedamos una media hora, tomando el sol, cambiando las botellas y viendo toda la gente que salía y entraba del agua. En esos momentos vimos a un perro, un labrador color marrón muy claro, se sentaba en el mar y corría por too aquello, y de vez en cuando se daba un chapuzón.

Pasado ese tiempo y cuando vimos que la entrada al agua estaba por fin libre decidimos entrar por segunda vez, cansados de tanto cargar botellas, o por lo menos yo si. La entrada otra vez fue algo dificultosa, pero la solventamos enseguida. Otra vez, pero con mucha más calma que en la anterior, descendí con Oli. En esta inmersión casi toda la pasé suelto, muy pegado a él, pero suelto.

Esta vez iba más concentrado en los peces, y me parecía ver pulpos en las rocas, pero eran sólo eso, rocas. Llegamos a dónde antes, en lo que parecía un acantilado y Luz nos preguntó la cantidad de aire que teníamos. Entonces bajamos, bueno, bajaron, yo no puedo sobrepasar los quince metros debido a que estoy en edad de crecimiento así que no bajé con ellos a sus 21 metros que alcanzó mi padre.

Oli y yo nos quedamos vigilándoles desde arriba mientras él hacía un montón de señas raras a su mujer y ella le respondía con señas aún más raras. En fin, cosas de los instructores.

En esos momentos parecía estar volando, miraba hacia abajo y parecía estar planeando sobre la arena del fondo, sólo que no me caía. Fueron unas magníficas SENSACIONES las que viví en ese momento.

Después de volar sobre la arena Oli y yo nos paseamos sobre unas rocas que separaban el acantilado, y él se puso pegado a él cambiándome el sitio. La verdad es que otra cosa no, pero morder con fuerza y darle aletas hasta agotarme si lo hice. Al final acabé dolorido de la mandíbula y de los cuadriceps, pero no me quedé atrás, si se me calló el regulador, era más bien imposible.

Durante el camino de vuelta Iñaki, uno de los integrantes del grupo subió demasiado y Oli fue a ayudarlo a desinflarse el chaleco, él me dijo previamente que no subiera, pero no lo entendí, ni quería separarme de él, así que lo seguí. Cuando lo hizo bajó rápidamente, pero yo casi no pude, y parecía que la corriente me arrastraba, así que me asusté un poquito, pero seguí sus indicaciones de desinflar el chaleco y todo fue mejor.

Llegamos otra vez a ese fondo, a unos seis metros, y allí esperamos a que Oli subiera y se quitara el equipo para ayudarnos. Yo subí l primero, acompañado de su mujer, no me despegaba de ella. Subimos sin darle aire al chaleco, ya que no sabíamos controlar la flotabilidad.

Al subir y hacer todo el proceso anterior de caminar lentamente por entre las rocas y quitarme el equipo hablamos un rato, nos cambiamos y quedamos para el lunes entregar los equipos endulzados y mirar que fecha era la más idónea para la siguiente inmersión.

Tuvimos que volver a subir esa pedregosa y difícil cuesta, pero creo que fue más ameno que la bajada. Al salir de allí paramos en una gasolinera y compramos algo, al parecer todos teníamos hambre, porque coincidimos dentro.

Una vez comidos y pasado el viaje de vuelta a casa, aparcamos el coche frente a mi casa, y tuvimos que subir dos cajas y cuatro botellas por dos pisos de escaleras, aproximadamente por 42 largos escalones.

Al fin habíamos llegado a casa y tocaba comer aún un poco más. Tras haber llenado mi estómago empecé a escribir esta nueva crónica y mi padre, a endulzar los equipos.

Y así, pasados cuarenta minutos de escritura y corrección acabo esta crónica, espero que les halla gustado y que la disfruten igual que disfruté yo escribiéndola. Hasta la siguiente.



Este ha sido el relato de una inmersión dónde parecía volar, fue una bonita sensación que espero repetir pronto. Fue en la Playa del Cabrón, en Arinaga. Y digna de contar y repetir.

Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguente historia. Un Saludo, Nico.