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Ver la versión completa : Cabo Tiñoso: Volar bajo el mar



The diving journalist
2nd May 2011, 08:36
Un paraíso natural submarino sorprende a diario a los buceadores junto a los acantilados de Cabo Tiñoso


Para los amantes de la naturaleza que no se hayan atrevido todavía, iniciarse en la maravillosa experiencia del buceo es una oportunidad única para explorar paraísos naturales sumergidos de enorme belleza, interés y valor. Uno de ellos es, sin duda, la franja marítima comprendida entre La Azohía y El Portús, un área que cuenta con la flora y fauna marina mejor conservada de la Región, junto a las de Cabo de Palos y Cabo Cope. Dispuestos a recorrer alguno de los tramos de este inmenso territorio en el que los acantilados de la costa se sumergen a plomo hasta las profundidades marinas, los arenales se extienden infinitos, las praderas de posidonia oceánica gozan de una salud de hierro y las cuevas dan abrigo a numerosas especies, nos ponemos en manos del Centro de Buceo Cabo Tiñoso, en La Azohía, con Nacho y Carolina como instructores, para recibir el bautismo de buceo.
Lo primero y fundamental es conocer el equipo que permitirá al buceador, experto o inexperto, iniciar su vuelo submarino. Primero, el equipo ligero: traje de neopreno, capucha y escarpines para protegerse de las bajas temperaturas del agua, aletas y máscara (gafas de bucear para los profanos); después, el equipo pesado: el cinturón de plomos o lastre (un 10% del peso corporal del buceador, algo más para no iniciados), la botella de aire comprimido (el oxígeno es tóxico a determinadas profundidades); y el jacket o chaleco hidrostático, que sirve para sujetar la botella a nuestro cuerpo y para mantener la flotabilidad dentro del agua hinchándolo y deshinchándolo. «Es como nuestro control de vuelo», comenta el instructor cuando familiariza a los principiantes con el material «y hay que tocarlo como si quemara, para no ascender de golpe». Del equipo pesado forma parte también el regulador, cuya primera etapa se conecta a la botella y, a través de su segunda etapa suministra el aire necesario al buceador bajo el agua y permite tener preparado un plan de emergencia (octopus) -«las inmersiones se planifican en tierra y un buceador siempre tiene que tener previsto un plan B para afrontar cualquier contratiempo», insiste Nacho-. El regulador también cuenta con el imprescindible manómetro -informa de la cantidad de aire que queda en la botella- y de un latiguillo que se conecta a la tráquea del jacket, que sirve para hinchar o deshinchar el chaleco hidrostático y que el buceador ascienda o descienda dentro del agua. Además, antes de salir a bucear, no se olviden de comprobar el correcto funcionamiento de los equipos, advierte metódico el instructor.
Llega el momento de la verdad. Habrá que cargar el equipo en la embarcación, ya con el traje de buceo y los escarpines puestos, para terminar de prepararse para la inmersión sobre el barco.
El vuelo bajo el mar se inicia en Cala Cerrada, una hermosa y recoleta playa de cantos rodados, protegida por las paredes de roca de las corrientes marinas. Inflas el chaleco y, con un paso de gigante, te lanzas al mar. De espaldas y con ayuda de las aletas, te aproximas hasta la orilla, donde se realizan las primeras prácticas y el instructor volverá a recordar la función de cada uno de los elementos del equipo y enseñará habilidades prácticas como poder sacar el agua de la máscara bajo el mar -para los casos en que entre- o a compensar la variación de presión que se produce según se va ganando profundidad.
Estamos listos. Los primeros minutos son caóticos. El equipo en tierra te hace sentir como un astronauta, mucho peso, poca movilidad y menos maniobrabilidad. En el agua, la sensación cambia, pero cuesta habituarse a él y uno se siente un guijarro en la orilla, a merced de la más mínima corriente.
Si todo marcha sobre ruedas y aún no ha entrado en pánico, a los pocos minutos estará disfrutando de una experiencia maravillosa, la de respirar bajo el agua mientras surca un medio hostil con la naturalidad con la que uno se desplaza sobre la tierra. El silencio es total, el espacio por el que te mueves parece de otro planeta. Algas calcáreas moradas, ocres y malvas convierten los acantilados submarinos en enormes lienzos impresionistas; estrellas de mar rojas y anaranjadas decoran los recovecos de la roca; lenguados, estáticos, se camuflan en los fondos arenosos; un mero surca el fondo sin prisas y un enorme nácar, entreabierto y aferrado a una roca, parece saludarnos al pasar. «Esta bella especie se encuentra en peligro de extinción, debido a la captura desleal que sufre a manos de unos pocos, con el simple objetivo de decorar las paredes de sus casas. El nácar es el bivalvo -la almeja, aclara- más grande del Mediterráneo y es común entre las praderas de posidonia de La Azohía», ilustra el naturalista y fotógrafo submarino Javier Murcia.
Erizos, mújoles, palometas y un llamativo pez de puntiaguda y coloreada aleta dorsal -me informa luego Javier Murcia, que es un blénido en época de cría y que emplea esos atractivos colores para conquistar a la hembra de su especie- se mueven entre las praderas de posidonia oceánica. El fondo arenoso parece una plantación sin arar, está plagado de enormes 'pepinos de mar', un equinodermo y pariente cercano de los caballitos de mar -que aunque presentes en los arenales de La Azohía o Cala Cerrada, no tenemos la suerte de observar en esta ocasión- y los erizos de mar.
La cosa marcha viento en popa y los instructores nos asoman a mar abierto. El acantilado se muestra aún más inmenso e interminable, junto a un monolito que recuerda a un buceador fallecido en 'acto de servicio', y al alzar la vista, una nebulosa de brillantes castañuelas crea la ilusoria sensación de estar en el espacio observando las estrellas. Por desgracia, ya hay que regresar a tierra.

EL FONDO, AL DETALLE


Cerianto. Los arenales de La Azohía están repletos de vida, como el cerianto que aparece en la imagen. Una especie animal cuyos tentáculos (con los que captura su alimento) pueden presentar una inmensa variedad de colores.


Posidonia en flor. No es frecuente verlo, pero esta fue fotografiada a 2 m. de profundidad, a pie de costa. Las praderas de posidonia oceánica son un ecosistema esencial para la supervivencia del Mediterráneo y un indicador de su salud.


Habitantes de las cuevas. Las frecuentes cuevas submarinas de los fondos de Cabo Tiñoso albergan corvallos y apagones como éstos y un gran muestrario de especies ligadas a estos oscuros ecosistemas.


Estrellas de mar. Tras una tormenta que hundió esta barca, una de las abundantes estrellas de mar que todavía pueblan esta zona del litoral la escogió como un buen lugar para estar. Es fácil disfrutarlas en estos fondos.


Camarón de lunares. Es una especie rara que puede verse en las aguas de La Azohía y uno de los crustáceos más llamativos del Mediterráneo por su forma y color. Suele resguardarse en cuevas, bajo piedras o entre la posidonia.


El enorme nácar. Suele refugiarse en las praderas de posidonia de La Azohía (allí le llaman nacra) esta especie en peligro de extinción (Pinna nobilis), que es la almeja de mayor tamaño que habita en el Mediterráneo.

Fuente: http://www.laverdad.es