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The diving journalist
20th February 2011, 18:41
Así como en la montaña se puede trazar una línea altimétrica por encima de la cual se detiene el bosque en razón del rigor excesivo del clima, así también es factible definir en la Tierra una línea que delimita las regiones donde ya no crecen árboles. En ciertas zonas, esta línea se encuentra al norte del círculo polar Artico y sigue el paralelo 75 norte: en otras regiones, por el contrario, desciende más al sur; pasa cerca del cabo Churchill; en el Canadá, atraviesa Nome, en Alaska, y alcanza el paralelo 56.

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Así como en la montaña se puede trazar una línea altimétrica por encima de la cual se detiene el bosque en razón del rigor excesivo del clima, así también es factible definir en la Tierra una línea que delimita las regiones donde ya no crecen árboles. En ciertas zonas, esta línea se encuentra al norte del círculo polar Artico y sigue el paralelo 75 norte: en otras regiones, por el contrario, desciende más al sur; pasa cerca del cabo Churchill; en el Canadá, atraviesa Nome, en Alaska, y alcanza el paralelo 56.
Es difícil describir las regiones árticas si no es a grandes rasgos: soplan allí impetuosas ventiscas; los inviernos son largos y excesivamente fríos; los veranos cortos; raras las precipitaciones, y el suelo está permanentemente helado. Hoy, sin embargo, vivimos un día perfecto, casi templado. Los buceadores de nuestro equipo, en su mayoría originarios del mediodía francés y habituados a las cálidas aguas del Mediterráneo, del mar Rojo y de los atolones del océano Indico, se sienten revivir en la tibieza que nos rodea por primera vez en varias semanas. Naturalmente, cuando se sumergen no sentirán nada de esto a través de la temperatura del agua. Pero, por lo menos, al aire libre y en seco, el mundo parece menos hostil.

Pormenores del buceo en el Artico
En el curso de las precedentes semanas, un equipo formado por mi hijo Philippe, Christian Bonnici, Ivan Giacoletto y François Dorado, ha afrontado la temible prueba de las inmersiones en el océano glacial Artico. El buceador que se introduce por un agujero del hielo en estas aguas a veces a menos de O °C se siente presa de angustia. A medida que se aleja de la superficie y penetra en la profundidad del mar, se pregunta si podrá volver a salir otra vez, y no cesa de mirar hacia arriba para asegurarse de que podrá encontrar el camino. Pero el agua está turbia, cargada de plancton; el hielo es grueso y no deja pasar la luz. El buceador nada en lo que le parece un inmenso túnel de hielo. Una fuerte corriente le arrastra a veces bajo las bóvedas blancuzcas de la banquisa, y su cámara corre peligro en todo momento de quedar bloqueada por el frío.

Los buceadores, al emerger, a duras penas pueden describir lo experimentado. Bajo el agua, aunque protegidos por un doble traje de buceo, sienten sobre todo su cuerpo los pinchazos de miles de alfileres. Los miembros se ponen rígidos; sus músculos se endurecen como el metal, parece que su organismo se transformara en acero. Y es como si el frío penetrara en la médula de los huesos. Nuestros buceadores han descendido ya hasta los 30 metros. Su primer encuentro ha sido con una medusa; inmóvil, con todos los tentáculos desplegados, el celentéreo se deja llevar a la deriva hacia el norte, a merced de la corriente.