The diving journalist
7th February 2011, 11:49
La isla mexicana definida por el oceanógrafo francés como un auténtico paraíso para los adictos al buceo es también el lugar perfecto para explorar la cultura maya, empezando por Ixchel, la diosa de la fertilidad a la que rinde homenaje este rincón inmerso en el Caribe. Por eso, todavía hoy, las mujeres peregrinan en canoas hasta aquí en busca de la fecundidad.
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Si una quería ser madre y que su hijo (-a) contara con el viento a favor tenía que ir, por lo menos una vez en la vida, a la isla de Cozumel, deliciosamente asentada en medio del mar Caribe, a unos 50 kilómetros de la costa continental mexicana. También era el paso obligatorio que las féminas mayas debían dar para saltar de niña a mujer. Y todo por obra de la diosa Ixchel (la de la fertilidad, el amor, la luna, el arco iris, el tejido y algún que otro cargo más), patrona absoluta de la isla representada como una anciana vaciando un cántaro de agua sobre la tierra. Por aquello de la fecundidad...
El peregrinaje se hacía en canoas hechas a mano por las propias damas desde Xcaret (hoy parque ecológico de primer orden) y, una vez en Cozumel, el destino estaba claro: el santuario de Ixchel, justo en medio de la isla, en las actuales ruinas de San Gervasio y entre una más que frondosa vegetación. A la diosa, en señal de agradecimiento, se le ocurrió enviar decenas de golondrinas, su ave favorita. Por eso, a Cozumel, la tercera isla de México con sus 48 kilómetros de alto y 16 ancho, también se la conoce como la tierra de las golondrinas. La práctica efectiva del embarazo (porque las crónicas dicen que sí, que funcionaba...) cayó en el olvido con la llegada de los conquistadores españoles, primero, y de los piratas después, quienes montaron aquí una especie de cuartel general con el temido Henry Morgan a la cabeza.
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Antiguo refugio de piratas
Hasta tanto llegó el abandono que la procesión no se repitió hasta 2007, cuando se retomó la romería a imagen y semejanza de la de antaño. El resultado: 300 remeras, todas vestidas de blanco, surcan el canal de Cozumel a bordo de 25 canoas cuando mayo está a punto de finiquitarse. Y de la costa directas a San Gervasio. Eso sí, Cozumel no dejó nunca de identificarse con la fertilidad. Por eso, si se acerca al santuario, verá a más de una pasando por debajo del arco del principal templo maya, todavía en pie. Y a los nueve meses, bebé seguro... Algo más allá está la construcción Manitas, llamada así por las curiosas manos impresas que salpican las paredes.
Si se queda con ganas de más yacimientos, en el sur, en pleno bosque acuífero, se ubica El Cedral, el primer lugar al que arribaron los ibéricos en 1518. Allí, cara a cara con gigantescas iguanas, se levanta un hermoso conjunto maya que llegó a ejercer de cárcel en el siglo XIX. Y el actual pueblito de El Cedral, de apenas unas calles y pintorescas casitas playeras. Aunque la verdadera población de Cozumel (sólo el 5% está habitada) es San Miguel, la capital, donde se concentran prácticamente todos los residentes de la isla: unos 86.000. De aspecto colonial y vistas al mar, aquí es donde atracan los ferries/barcos y donde los turistas se abastecen de perlas en la ristra de joyerías del malecón. Apunte: todas están libres de impuestos. También es un buen sitio para hartarse de (auténticos) nachos, guacamole y fajitas: hay restaurantes y bares en cada esquina.
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Pero si por algo se conoce Cozumel es por su condición de nirvana para los adictos al buceo. El primero en darse cuenta fue Jacques Cousteau en los años 50 al calificar la zona como una de las mejores del mundo para practicar este deporte. La revista Reader's Digest la sitúa también entre las 10 primeras. La culpa la tiene, en parte, la segunda barrera de coral (tras la de Australia) que se extiende por sus costas dejando un reguero de esponjas gigantes, anémonas, tortugas marinas, meros, peces loro, morenas, cangrejos ermitaños, abanicos gorgonianos, peces sapo (endémicos de Cozumel), pepinos de mar... y algún que otro tiburón nodriza. No obstante, el impacto del turismo, de los huracanes y demás lindezas ha motivado la creación del Parque Nacional de Arrecifes de Cozumel para proteger especies en peligro de extinción como el coral negro.
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Kayak entre cocodrilos
Aun así, existen hasta 40 lugares para bucear en la isla, ofreciendo algunos hasta 200 pies de visibilidad. Si se añaden los 26 grados de temperatura que se disfrutan todo el año, la cuenta de paraíso tropical sale. Por eso, la cuestión está en escoger entre dar con los cañones gigantes de la cordillera de coral de Palancar, a unos 80 pies y el más famoso de los arrecifes de Cozumel, o zambullirse en el abismo verde de la playa de San Francisco, al oeste, donde se suele hacer la mayoría de las inmersiones buscando el refugio del viento. El este, en cambio, es mucho más proclive a las corrientes. Otra opción: explorar los bolones de coral del parque de Chankanaab, con su preciosa laguna de un impresionante azul turquesa. Allí también se puede nadar a lomos de delfines o manatíes y plantarle cara al gran mero (los hay de 200 kilos), presente por estos lares.
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Para principiantes: Arrecife Paraíso, perfecto para bucear con tubo (aunque también con botella) y apuntarse a cursos de inmersión tanto de día como de noche. Más de lo mismo en Punta Sur, una reserva natural entre manglares a la que sólo es posible acceder en todoterreno. En ella anidan las tortugas y hasta es posible hacer kayak entre flamencos... y cocodrilos. Los guías afirman y reafirman que nunca ha pasado nada, aunque el cartel que ilustra la zona nada más bajarse del jeep se limita a decir: Se ven cocodrilos en estado natural. Para hacerse una idea todavía más completa de la isla, con sus planicies y su azul intenso bordéandolo todo, no está de más subirse al Faro Celarain, también en Punta Sur. La jornada puede acabar tumbado al sol en cualquier playa. A elegir: Chen Río, Playa Bonita, Palancar, Playa Uvas...
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Si una quería ser madre y que su hijo (-a) contara con el viento a favor tenía que ir, por lo menos una vez en la vida, a la isla de Cozumel, deliciosamente asentada en medio del mar Caribe, a unos 50 kilómetros de la costa continental mexicana. También era el paso obligatorio que las féminas mayas debían dar para saltar de niña a mujer. Y todo por obra de la diosa Ixchel (la de la fertilidad, el amor, la luna, el arco iris, el tejido y algún que otro cargo más), patrona absoluta de la isla representada como una anciana vaciando un cántaro de agua sobre la tierra. Por aquello de la fecundidad...
El peregrinaje se hacía en canoas hechas a mano por las propias damas desde Xcaret (hoy parque ecológico de primer orden) y, una vez en Cozumel, el destino estaba claro: el santuario de Ixchel, justo en medio de la isla, en las actuales ruinas de San Gervasio y entre una más que frondosa vegetación. A la diosa, en señal de agradecimiento, se le ocurrió enviar decenas de golondrinas, su ave favorita. Por eso, a Cozumel, la tercera isla de México con sus 48 kilómetros de alto y 16 ancho, también se la conoce como la tierra de las golondrinas. La práctica efectiva del embarazo (porque las crónicas dicen que sí, que funcionaba...) cayó en el olvido con la llegada de los conquistadores españoles, primero, y de los piratas después, quienes montaron aquí una especie de cuartel general con el temido Henry Morgan a la cabeza.
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Antiguo refugio de piratas
Hasta tanto llegó el abandono que la procesión no se repitió hasta 2007, cuando se retomó la romería a imagen y semejanza de la de antaño. El resultado: 300 remeras, todas vestidas de blanco, surcan el canal de Cozumel a bordo de 25 canoas cuando mayo está a punto de finiquitarse. Y de la costa directas a San Gervasio. Eso sí, Cozumel no dejó nunca de identificarse con la fertilidad. Por eso, si se acerca al santuario, verá a más de una pasando por debajo del arco del principal templo maya, todavía en pie. Y a los nueve meses, bebé seguro... Algo más allá está la construcción Manitas, llamada así por las curiosas manos impresas que salpican las paredes.
Si se queda con ganas de más yacimientos, en el sur, en pleno bosque acuífero, se ubica El Cedral, el primer lugar al que arribaron los ibéricos en 1518. Allí, cara a cara con gigantescas iguanas, se levanta un hermoso conjunto maya que llegó a ejercer de cárcel en el siglo XIX. Y el actual pueblito de El Cedral, de apenas unas calles y pintorescas casitas playeras. Aunque la verdadera población de Cozumel (sólo el 5% está habitada) es San Miguel, la capital, donde se concentran prácticamente todos los residentes de la isla: unos 86.000. De aspecto colonial y vistas al mar, aquí es donde atracan los ferries/barcos y donde los turistas se abastecen de perlas en la ristra de joyerías del malecón. Apunte: todas están libres de impuestos. También es un buen sitio para hartarse de (auténticos) nachos, guacamole y fajitas: hay restaurantes y bares en cada esquina.
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Pero si por algo se conoce Cozumel es por su condición de nirvana para los adictos al buceo. El primero en darse cuenta fue Jacques Cousteau en los años 50 al calificar la zona como una de las mejores del mundo para practicar este deporte. La revista Reader's Digest la sitúa también entre las 10 primeras. La culpa la tiene, en parte, la segunda barrera de coral (tras la de Australia) que se extiende por sus costas dejando un reguero de esponjas gigantes, anémonas, tortugas marinas, meros, peces loro, morenas, cangrejos ermitaños, abanicos gorgonianos, peces sapo (endémicos de Cozumel), pepinos de mar... y algún que otro tiburón nodriza. No obstante, el impacto del turismo, de los huracanes y demás lindezas ha motivado la creación del Parque Nacional de Arrecifes de Cozumel para proteger especies en peligro de extinción como el coral negro.
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Kayak entre cocodrilos
Aun así, existen hasta 40 lugares para bucear en la isla, ofreciendo algunos hasta 200 pies de visibilidad. Si se añaden los 26 grados de temperatura que se disfrutan todo el año, la cuenta de paraíso tropical sale. Por eso, la cuestión está en escoger entre dar con los cañones gigantes de la cordillera de coral de Palancar, a unos 80 pies y el más famoso de los arrecifes de Cozumel, o zambullirse en el abismo verde de la playa de San Francisco, al oeste, donde se suele hacer la mayoría de las inmersiones buscando el refugio del viento. El este, en cambio, es mucho más proclive a las corrientes. Otra opción: explorar los bolones de coral del parque de Chankanaab, con su preciosa laguna de un impresionante azul turquesa. Allí también se puede nadar a lomos de delfines o manatíes y plantarle cara al gran mero (los hay de 200 kilos), presente por estos lares.
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Para principiantes: Arrecife Paraíso, perfecto para bucear con tubo (aunque también con botella) y apuntarse a cursos de inmersión tanto de día como de noche. Más de lo mismo en Punta Sur, una reserva natural entre manglares a la que sólo es posible acceder en todoterreno. En ella anidan las tortugas y hasta es posible hacer kayak entre flamencos... y cocodrilos. Los guías afirman y reafirman que nunca ha pasado nada, aunque el cartel que ilustra la zona nada más bajarse del jeep se limita a decir: Se ven cocodrilos en estado natural. Para hacerse una idea todavía más completa de la isla, con sus planicies y su azul intenso bordéandolo todo, no está de más subirse al Faro Celarain, también en Punta Sur. La jornada puede acabar tumbado al sol en cualquier playa. A elegir: Chen Río, Playa Bonita, Palancar, Playa Uvas...