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The diving journalist
5th February 2011, 08:10
Dos exponentes de la gracia brasileña con la belleza exuberante del paisaje, hoteles y resorts de alta gama. Destinos que invitan a descubrir su cultura y a quedarse.


Suele decirse que Brasil es tierra de contrastes. Y es verdad. Pero este país grande, y generoso en paisajes de ensueño, también es lugar de mitos populares, complejas tramas de cruces culturales y de una belleza inaudita que vuelve siempre virgen nuestra mirada.

Maceió y Maragogi son, entre los múltiples destinos turísticos de la costa brasileña, dos exponentes fieles de estas cualidades. Vamos a emprender el viaje, desde el principio, tal y como la experiencia nos ha permitido gozarlo.

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Varios mundos, un sólo territorio

Datos fríos: Maceió es la capital del estado de Alagoas, ubicada al Nordeste de Brasil (a 255 kilómetros de Recife, capital del estado de Pernambuco).

Esta información de rigor para el viajero interesado, está en cualquier mapa o web turística. Pero hay un Maceió que sólo puede conocerse experimentándolo; uno que se conjuga entre las playas blancas, el verde esmeralda de sus costas amplias, el sertão agreste e inconmensurable, y la ciudad que late bajo el pulso de su propia historia.

Maceió es tierra de novelas, de héroes populares y utopías románticas.

Allí, en el sertão que atraviesa a este territorio (donde se cultiva la caña, las castañas de cajú, el algodón) se dio cita una gesta que documentan escritores y cineastas.

"El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y la túnica morada que le caía sobre el cuerpo recordaba el hábito de esos misioneros que, de cuando en cuando, visitaban los pueblos del sertón bautizando muchedumbres de niños y casando a las parejas amancebadas. Era imposible saber su edad, su procedencia, su historia, pero algo había en su facha tranquila, en sus costumbres frugales, en su imperturbable seriedad que, aun antes de que diera consejos, atraía a las gentes".

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Así describe Mario Vargas Llosa (en su formidable "La guerra del fin del mundo") a Antônio Conselheiro; una especie de profeta popular que arengó a las multitudes de negros libertos, indígenas y pobres -en estas zonas del sertão- para alzarse contra el emperador Pedro II, hacia fines de 1800.

Sí: el territorio agreste de las lomas que posee en su campo desierto Maceió, aún vibra con los tambores de la llamada "Guerra de Canudos", dato cierto de los manuales de historia.

Pero, también, mientras se circula por esas tierras rojizas, de arbustos espinosos y serranías achaparradas que componen la zona rural, si uno respira profundo el aire puro y caliente, puede también recordar la historia de amor que filmó Walter Salles en estas zonas del desierto nordestino: surgida del seno de dos familias enfrentadas -y separadas por un campo de cañas- los ricos Ferreiras y los pobres Breves.

La película se llama "Detrás del sol", e ilustra, en tono de realismo mágico, el paisaje indomable que deseamos describir.

Esta geografía hirsuta, y poblada de tramas de ensueño, se cruza y convive con otra donde el agua es protagonista.

Maceió significa, en lengua Tupi (habitantes originarios de la región): "curso de agua que fluye de la tierra". Y no podía ser más apropiada esta denominación, para trazar la fisonomía de una zona en la que siete lagunas (de allí, Alagoas) de corriente dulcísima, se hermanan con la sal tibia del mar más verde.

La reunión insólita de las aguas baña el perímetro del barrio artesanal Pontal da Barra, donde se exhiben los hilados que las mujeres trenzan con sus dedos febriles e inquietos, donde los niños juegan entre esas calles empedradas y festivas; o nadan como peces en las lagunas tropicales: jardines impensados de las trastiendas.

En tanto el mismo casco céntrico de Maceió, palpitante de edificios de arquitectura extraordinaria (como la Iglesia de Bom Jesus de los Martirios, entre barroca y neoclásica), es zona de contrastes: las herencia de un territorio que fue Tupi, colonia e imperio portugués se funden en diálogo con las costumbres populares de la ciudad actual.

Vendedores ambulantes, comercios modernos y otros rústicos. Mezcla de colores, en las pieles y en los muros; aromas a castañas tibias; a tapiocas sabrosas; a los peces suaves y gustosos, que llegan directo de las barcas pesqueras; a especias llegadas de todos los confines.

Los múltiples rostros de Maceió se ocultan ante el viajero esperando a que los descubra, tras el sol que baña sus costas de esmeralda, y los hoteles y resorts que invitan a una estancia prolongada; como los de la Praia de Pajuçara (sede también del jazz -ver recuadro-).

El paraíso, ahora, es Maceió y sus playas de arena finísima y blanca; de un océano que nos anima al surf, o a jugar en sus olas tibias (26° de temperatura, promedio); y que acompaña la caminata por la costa de la avenida principal que da al mar: Antonio Gouveia.

Allí, en esa costanera, paseantes, patinadores, pequeños bares playeros para beber caipirinha o abacaxi, son el contexto de hoteles de alto nivel; o de restaurantes que saben articular, en sus platos, la personalidad de la región con la mejor cocina internacional (es el caso de María Antonieta, por ejemplo).

Pero también es posible tomar un pequeño barco hacia otras playas que ofrecen panorámicas a mar abierto. Son terrenos que parecen vírgenes, esculpidos por el tiempo y las olas; como la Praia del Francés o Praia do Gunga.

Costa, tierra, arena, frutos del mar y del sertão. Gentes bellas, historias de amores y de gestas heroicas. Música, sol, la tibia entrega a que invita la paz. Y un universo de colores inéditos. Maceió: donde fluyen todas las aguas.

Un edén ecológico

Hacia el norte, sobre el litoral de Alagoas, saliendo de Maceió y a 131 kilómetros, se encuentra Maragogi.

Aquí la fisonomía del paisaje abandona el mestizaje urbano y cultural para adentrarse en un universo en el que el océano calmo, las aguas transparentes de sus playas (casi en el límite con Pernambuco), y la experiencia del encuentro con el mundo submarino son las dominantes.

También aquí la infraestructura turística-hotelera provee de todos los servicios para una estancia placentera y exclusiva.

Maragogi invita a recorrer sus costas (Barra Grande, São Bento, entre otras), pobladas de cocoteros y palmeras, en buggy o en simple caminata. Pero lo más cautivante de este palmo de geografía son sus piscinas naturales, conformadas por vastos arrecifes de corales a los que se accede en barco; luego de un recorrido de 6 kilómetros, mar adentro.

Esta importantísima barrera coralina posee casi una veintena de especies diferentes. Y, claro, por sus particulares características, Maragogi es el sitio ideal para el buceo y el snorkel (en el Galés, por ejemplo).

A diferencia de Maceió, en Maragogi el mar es azul intenso. Su belleza es salvaje, exótica, y a la vez muy simple. Nada hay en estas playas más placentero que tenderse sobre la arena fina, para luego adentrarse en sus aguas cristalinas y sorprenderse con la vida que se agita en lo profundo.